Tras alcanzar un pico de 3,5 millones de barriles diarios (mbd) en 1998, un año antes de la llegada de Hugo Chávez al poder, la producción de petróleo de Venezuela cayó en 2013, año de su muerte, por debajo de los 2,5 mbd. Desde entonces, la producción ha acelerado su desplome para llegar en noviembre de 2017 a apenas 1,8 mbd, mínimos desconocidos desde 1985. Lejos quedan los objetivos chavistas, entonces considerados plausibles, de alcanzar los 5 mbd. La política petrolera de Chávez redujo la producción del país en un 30%, pero Maduro ha conseguido superar esa cifra hasta el 50% y terminar de colapsar el sector. La actual escasez de combustible en un país que posee las mayores reservas probadas mundiales de petróleo, un 17,6% del total, constituye el fiasco definitivo pero quizá no el último.
“La producción ha acelerado su desplome para llegar en noviembre de 2017 a apenas 1,8 mbd, mínimos desconocidos desde 1985”
Los datos disponibles apuntan a que el declive se viene acelerando en los últimos meses. Venezuela habría exportado en octubre y noviembre 300.000 barriles menos que en julio, lo que probablemente indica un desvío de exportaciones de crudo pesado hacia las refinerías venezolanas para compensar el declive de sus campos de petróleo convencionales. El colapso de la producción petrolera venezolana está obligando a la compañía nacional PdVSA a importar diluyentes y petróleo ligero (por ejemplo argelino) tanto para procesar su crudo pesado y poderlo exportar como para refinarlo y destinarlo al consumo nacional.
Venezuela ni siquiera puede ya cumplir su cuota OPEP (1,97 mbd), condenando a la irrelevancia a uno de los “halcones” tradicionales del cártel. Fracasa así también otro de los grandes objetivos de Chávez, reforzar la disciplina de la OPEP y recuperar protagonismo en su seno. Resulta ilustrativo que 17 años después de organizar la cumbre de Caracas de 2000 (la primera de la OPEP en 25 años), Venezuela sea ahora no sólo incapaz de influir en las decisiones de una OPEP revitalizada sino que probablemente se ha convertido uno de los mayores riesgos para su cohesión. Si Venezuela entra en una espiral de descenso de exportaciones, ingresos y producción, puede arrastrar en su caída al pacto de recorte de la producción de la OPEP con Rusia.
Las previsiones para 2018 plantean escenarios ciertamente complicados, con pérdidas de producción de entre 100.000 y 300.000 barriles diarios. Pero si la situación se deteriora, podría retirar del mercado casi el doble de barriles. Las exportaciones de petróleo a EEUU están en caída libre tras las sanciones (un tercio de las de principios de año), PdVSA paralizada por la asfixia financiera y el dirigismo del gobierno, y la quiebra técnica del país imposibilita recuperar inversiones y revertir el declive de la producción.
La propuesta de política energética del gobierno de Maduro ha consistido en crear una petro-criptomoneda, detener a ex ministros y ejecutivos de PdVSA por corrupción nombrando al frente del Ministerio del Petróleo y de PdVSA a un general afín (a Maduro, no al sector petrolero, sobre el cual se le desconocen competencias de gestión), y apelar a la asistencia financiera de China y Rusia. Las dos primeras medidas pueden obviarse, pero la última resulta crucial para el futuro de la industria petrolera venezolana, especialmente tras las nuevas sanciones de EEUU a la deuda emitida por el gobierno venezolano y la propia PdVSA.
“Pese a todo, resulta dudoso que Rusia sea una solución duradera al problema del declive petrolero venezolano”
Resulta paradójico que uno de los elementos centrales del nacionalismo energético de orientación bolivariana consista en depender de los préstamos por petróleo de China y, en el caso de Venezuela, Rusia. Pero la interpretación venezolana de ese nacionalismo con financiación china y rusa también empieza a agotar a sus interlocutores. China se resiste a rescatar a Venezuela o a PdVSA de la quiebra, y ha optado más bien por limitar los daños. PdVSA ha sido incapaz de cumplir con sus compromisos y en los dos últimos años China ha limitado su financiación para no aumentar su exposición al riesgo más allá de los 23.000 millones de dólares que ha prestado a Venezuela. Recientemente, Sinopec ha demandado a PdVSA por impago en un tribunal estadounidense, lo que parece indicar un cambio en el tono de China hacia Venezuela.
Rusia parece el único respaldo financiero firme que le queda a Venezuela, a la que ha financiado con más de 17.000 millones de dólares. En noviembre ambos países firmaron un acuerdo para reestructurar una deuda de 3.150 millones de dólares, que Venezuela reembolsará a lo largo de 10 años con pagos iniciales mínimos. Sin embargo, el acuerdo no incluye los préstamos obtenidos por PdVSA, en particular los 6.000 millones de dólares que ésta debe a Rosneft. A diferencia de China, que ha decidido reducir su exposición ante lo que considera un riesgo excesivo, Rosneft parece haber optado por hacerse con activos de PdVSA a precio de ganga aprovechando las dificultades financieras por las que atraviesa.
Pese a todo, resulta dudoso que Rusia sea una solución duradera al problema del declive petrolero venezolano. En el mejor de los casos puede evitar los peores escenarios de desplome de la producción petrolera en los próximos meses manteniendo la financiación. Pero aumentar la producción supondría invertir de manera masiva en los recursos de crudo ultra-pesado de la franja del Orinoco al tiempo que se invierte en procesos de recuperación mejorada en los campos convencionales maduros. A los precios actuales del petróleo y en el contexto de inestabilidad política imperante en Venezuela, ambas operaciones parecen complicadas.
Sólo un giro de 180° en la política petrolera podría frenar primero, y revertir en el medio plazo, el declive acelerado de la producción. Ello implicaría una reforma en profundidad del sector y la reestructuración de PdVSA, la atracción de inversores extranjeros y la revisión del modelo de préstamos por petróleo con Rusia y China. Muchas de esas medidas tendrían consecuencias económicas y sociales en el corto plazo cuyo coste político puede ser difícil de asumir. No obstante, dada la situación de caos en que se encuentra sumido el sector petrolero venezolano, el statu quo puede resultar ya más costoso políticamente que su reforma. Puede que la caída de la producción petrolera de Venezuela todavía no haya tocado fondo, pero la paciencia de sus ciudadanos y acreedores quizá sí.