Timothy Snyder es un prolijo y políglota catedrático de Historia en Yale University, especializado en todas esas tragedias con epicentro en la moderna Europa. Sus investigaciones se han venido centrando en la letanía de comparaciones entre la escena internacional generada en la primera mitad del siglo XX y la actualidad más relevante. Su última aportación a esta creciente e incómoda área de conocimiento –The Road to Unfreedom– es un análisis tan elocuente como deprimente que ronda la categoría de lectura obligada para todos aquellos interesados en comprender la actual crisis política que no conoce fronteras.
A partir de la Historia, la Filosofía y una investigación casi periodística, Snyder define el camino hacia la no-libertad como una preocupante desviación de las tradiciones intelectuales de Occidente. Es decir, un forzado atajo en el que se está intentando prescindir tanto de la fe ilustrada en la razón como del carácter razonable de los otros para llegar hasta un debilitador cuestionamiento de instituciones, valores, mediaciones, convenciones y hasta la especialización y el estudio. No se salva ni la verdad, ni la realidad, ni tampoco los hechos.
1.– El futuro es otro país. A partir del viejo dicho que insiste en que el pasado es el equivalente a otro país, Snyder empieza por preguntarse en su análisis contemporáneo qué país puede ser el futuro. A su juicio, la inquietante respuesta para el porvenir de Estados Unidos y Europa no es otra que Rusia. Una Rusia controlada por una oligarquía que monopoliza el poder económico y político a través de una mezcla de ilusiones y represión. Según Snyder, el régimen de Putin está basado en “mentiras tan enormes que no pueden ser cuestionadas, porque dudar de ellas significaría dudar de todo”.
El libro argumenta que para Rusia ahora resulta mucho más fácil cuestionar e interferir que durante los tiempos de la Guerra Fría. Ni en su mejor coyuntura, la Unión Soviética no fue capaz de competir con Occidente a la hora de ofrecer evidencias tangibles de que el comunismo era capaz de lograr mayor bienestar, prosperidad y modernidad. Sin embargo, cuando los votantes invierten cada vez más tiempo delante de pantallas electrónicas, es mucho más sencillo obtener resultados dentro de la renovada competencia planteada por Rusia. En sus charlas, Snyder suele incidir en que el presupuesto anual de Rusia para ciberguerra es menos de lo que cuesta un solo avión F-35 del Pentágono, con la retórica pregunta de cuál de esas dos armas ha hecho más por influenciar acontecimientos mundiales.
2.– Para entender a Putin. Snyder realiza un especial esfuerzo en explicar la trastienda ideológica utilizada por Vladimir Putin para su premeditada cruzada contra Occidente. En el entramado tóxico del Putinismo se mezcla el “esquizo-fascismo”, conceptos religiosos y nociones decimonónicas de supremacía racial y supervivencia. El pensador favorito del Kremlin es Ivan Ilyin (1883-1954), intelectual deportado en 1922 por los bolcheviques pero no precisamente por su carencia de radicalidad. Convertido en ideólogo autoritario de la diáspora rusa, Ilyin fue un ferviente admirador el fascismo italiano. Aunque con su experiencia de primera mano como residente en Alemania, ese fetichismo autoritario no se extendió a los nazis. Según Ilyin, la suprema autoridad de Rusia debía estar concentrada en un solo individuo, tan redentor como viril, por encima de cualquier otra consideración democrática. Y para defender a la virtuosa y superior Rusia, cualquier medio sería legítimo.
A la hora de satisfacer sus inclinaciones más antiliberales, Putin también se sirve de la delirante obra de Lev Gumilev (1912-1992), pensador del euroasianismo que relacionó la identidad de las naciones con la influencia de rayos cósmicos. Según Gumilev, la voluntad existencial de Occidente se encuentra casi agotada y en decadencia mientras que a Rusia le sobra energía y destino para formar un todo-poderoso Estado entre Europa y Asia.
Estas peculiares aportaciones al Putinismo, según Snyder, tienen en común la creencia casi mística en la existencia de un destino inevitable para las naciones y sus gobernantes, por encima de leyes, procedimientos o incluso realidades físicas. Bajo este imperativo espiritual, la política o la búsqueda de la verdad resultan opciones superfluas e incluso desaconsejables.
3.– La política de lo inevitable. Para esta perspectiva, que abarca desde el marxismo a la creencia en el triunfo de la economía de mercado, la historia avanza de forma inexorable hacia un claro final. La política de la inevitabilidad según Snyder es la idea de que no hay ideas, es el cliché de que no existen alternativas posibles. Lo que implica negar la responsabilidad individual de contemplar la historia y cambiarla. A juicio del catedrático de Yale, bajo la luz de lo inevitable “la vida se convierte en un paseo sonámbulo hacia una tumba predeterminada en una parcela precomprada”. Tanto estadounidenses y americanos entraron en el siglo XXI bajo una perspectiva de inevitabilidad: “el final de la historia” propugnado por Francis Fukuyama como el obvio triunfo de la democracia liberal y la economía de mercado. El colapso de esta perspectiva, acelerado por la gran crisis financiera del 2008, habría entreabierto las puertas a la política de eternidad.
4.– La política de la eternidad. Desde este punto de vista, no existe el progreso. La historia no es más que un bucle de continuas humillaciones, muerte y renacimiento que se repiten una y otra vez. Esta política de la eternidad intenta encasillar a las naciones dentro de una historia cíclica de victimismo en la que siempre retornan las mismas amenazas del pasado. Las crisis se coreografían y también se manipulan las emociones resultantes. El futuro se ahoga en el presente. Y con la ayuda de la tecnología se trasmite ficción política, se niega la verdad y todo queda reducido a espectáculo y sentimiento. Por supuesto, la Rusia de Putin habría sido la primera en adentrarse en la política de la eternidad. Según Snyder, tanto la narrativa de lo inevitable como la narrativa de la eternidad son especialmente efectivas a la hora de generar intolerancia hacia sus respectivos disidentes.
5.– El asedio de Occidente. Una buena parte de los esfuerzos de Moscú en esta batalla contra la democracia liberal y el imperio de la ley pasa por cuestionar los valores, las instituciones, las reglas del juego y hasta los mismos Estados que forman parte de Occidente. Para hacer posible este asedio, los medios desplegados por Rusia no actúan en la periferia sino dentro de Occidente aprovechando cualquier tipo de disputa política o fractura social. En el memorial documentado por Snyder destaca el intenso respaldo de Moscú a las manifestaciones del nacional-populismo multiplicadas por toda Europa; la invasión y desmembramiento de Ucrania en 2014; el cuestionamiento de la Unión Europea y la manipulación de la opinión pública de cara al referéndum del Brexit en 2016; y por supuesto la ciberguerra librada en Estados Unidos durante las últimas elecciones presidenciales que dieron la victoria a Donald Trump. En este sentido, el gran teórico militar prusiano Carl von Clausewitz definió la guerra como el uso de la violencia para imponer la voluntad de un Estado sobre otro. Según Snyder, la tecnología está permitiendo “enfrentarse a la voluntad del enemigo directamente, sin el medio de la violencia”.
6.– Un fracaso americano. El libro de Snyder insiste en que la victoria de Trump es un fracaso muy de Estados Unidos convertido en una victoria para el Kremlin. La elección de este líder fake, junto al descrédito de Hillary Clinton, no se entiende sin las múltiples injerencias de Rusia concentradas, sobre todo, en el campo de batalla digital pero no solamente. Según Snyder, “el dinero ruso salvó a Trump del destino que normalmente aguarda a cualquiera con su historial de fracaso”. Para Vladimir Putin, la gracia no está en controlar al presidente de Estados Unidos. La clave es cuestionar y desacreditar el sistema democrático de Estados Unidos. Las democracias favoritas del Kremlin son las más viciadas. Y lo que está haciendo Putin dentro y fuera de Estados Unidos no sería más que un ajuste de cuentas por intentar contagiar a la sagrada Rusia con ideas tan nocivas como la democracia liberal o los derechos humanos. Con todo, la gran preocupación de Snyder es que lentamente antes de Trump –y rápidamente con Trump en la Casa Blanca– Estados Unidos se parece cada vez más a Rusia: un país encaminado hacia la oligarquía económica y la información distorsionada.