Por si todavía quedaba alguna duda, la cumbre internacional celebrada por los representantes de 34 países el pasado día 21 de octubre en El Cairo ha demostrado definitivamente la generalizada falta de voluntad para apostar por la paz en Palestina. Si de hecho ya nacía muerta, a su conclusión sólo puede confirmarse que nadie parece en condiciones de evitar la brutal dinámica de acción y reacción que, en ningún caso, va a traer una solución al trágico conflicto que allí se vive desde hace décadas.
Así lo ha dejado claro Israel al no enviar a un solo representante. Enfrascado en una deriva violenta que pronto hará parecer minúsculo lo visto hasta ahora, el gobierno liderado por el trío Netanyahu-Ben Gvir-Smotrich cree estar a punto de lograr el dominio de la Palestina histórica imponiendo por la fuerza su estrategia supremacista. Y como si un Estado que se declara democrático y de derecho no estuviera limitado a la hora de defender su territorio y su población, Tel Aviv parece nuevamente decidido a copiar a sus enemigos, violando el derecho internacional humanitario y castigando indiscriminadamente a la población civil hasta dónde considere necesario. La única duda que le queda, sabiendo que su superioridad militar no le basta para derrotar definitivamente a Hamás, la Yihad Islámica Palestina y el resto de grupos armados que pululan en la Franja de Gaza, es si después optará por reocupar otra vez la Franja, si se la transfiere a una muy desprestigiada Autoridad Nacional Palestina (que previsiblemente rechazaría la tarea) o si propugnará alguna especie de mandato internacional.
Lo mismo cabe decir de Estados Unidos (EEUU), que se ha limitado a enviar a su encargado de negocios en Egipto, mostrando su abierto desinterés por la reunión. Es el mismo EEUU que no ha tenido reparo alguno en emplear el privilegio de su derecho de veto para bloquear el pasado miércoles una propuesta de resolución en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, presentada por Brasil y en la que, además de condenar los actos de Hamás, se demandaba el cese de las hostilidades y la reanudación de la ayuda humanitaria. De ese modo, Washington vuelve a representar su tradicional papel cada vez que Tel Aviv decide castigar a los palestinos, dándole la cobertura diplomática que precisa hasta que el gobierno israelí considere que ya ha logrado los objetivos que se haya planteado en la operación de escarmiento, ocupándose de que nadie pueda evitarlo. Así se explica la visita de Joe Biden, respaldando sin fisuras a un Netanyahu por el que no parece sentir ninguna sintonía personal, acompañado del despliegue de un grupo naval de combate comandado por el portaviones USS Gerald R. Ford, en la costa de Siria, y otro liderado por el USS Dwight D. Eisenhower, camino del golfo Pérsico, con el encargo de disuadir y castigar a los peones regionales de Teherán –sea Hizbulah, los huzíes o las milicias proiraníes activas en Siria– que se atrevan a atacar a Israel.
No sale tampoco mejor parado el mundo árabe, en una nueva demostración de absoluta inoperatividad. No se trata solamente de que, en el marco de los controvertidos Acuerdos de Abraham, hayan ido abandonando la defensa de la causa palestina por la vía de reconocer a Israel, sin que Tel Aviv haya tenido que reconocer a su vez la existencia de un Estado palestino. A eso se une ahora el abierto rechazo de Egipto y Jordania a admitir la entrada en sus respectivos territorios de parte de los gazatíes que buscan desesperadamente una salida a la ratonera en la que Israel ha convertido la Franja desde 2007. Y ni siquiera en el ámbito humanitario puede decirse que el conjunto de los miembros de la Liga Árabe esté aportando una ayuda que sirva al menos para paliar su profundo malestar y para aliviar las penurias de los 2,2 millones de personas encerradas en la mayor prisión del planeta al aire libre.
En cuanto a los países europeos –tras el monumental error cometido por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, alineándose nítidamente con Israel, sin tener mandato alguno para realizar el viaje a Tel Aviv–, nada indica que hayan logrado movilizar voluntades suficientes para hacer notar su peso en un asunto que pone en cuestión su capacidad de acción internacional. Las visitas de mandatarios como Olaf Scholz y Giorgia Meloni a Israel más parecen entenderse como respaldos adicionales a Netanyahu que como intentos reales de explorar alguna vía para el acuerdo. Y las renovadas promesas de aumentar la ayuda humanitaria, con ser bienvenidas, no sirven de ninguna manera para evitar la imagen de impotencia de la Unión, para resolver un conflicto que Tel Aviv maneja a su antojo, ni (de rebote) para evitar que aumente la inseguridad en el territorio de los Veintisiete por el temor a que se produzcan atentados terroristas por parte de quienes los identifican como gobiernos proisraelíes.
En definitiva, el hecho de que de El Cairo no haya salido ni siquiera un comunicado conjunto, deja bien a las claras la imposibilidad de alcanzar al menos un acuerdo de mínimos para empujar hacia la paz a los actores directamente implicados en el conflicto. Por eso, mientras se acentúan los bombardeos aéreos y el fuego artillero israelí, todo indica (incluyendo el hecho de que Netanyahu haya solicitado a Macron que retrase su prevista visita, más allá del martes, a Tel Aviv) que la entrada en fuerza de las tropas del Tsahal es inminente y que nadie está dispuesto a evitarlo.
¿Es necesario volver a expresar que la violencia de Hamás es condenable y que sus acciones no sirven a la casusa palestina, sino que la perjudican claramente? Dicho queda.