En el contexto artístico del fallecimiento del compositor italiano y universal, Ennio Morricone, autor de la banda sonora de más de 400 películas, la Unión Europea, como una suerte de homenaje indirecto a su persona, tomó una sólida medida relativa al ingreso en su territorio de personal extracomunitario. La decisión de la Unión Europea de aceptar o no viajeros del resto del mundo se ha decidido simultáneamente y de manera compartida, e implica una apertura interna que cubre todo el territorio del Espacio Schengen, una suerte de UE ampliada que incluye algunos Estados que, no siendo miembros de la UE, comparten los beneficios del Espacio, como Suiza, Noruega, Islandia, o Liechtenstein. De este modo, la UE se congratula, (como excepción últimamente), en mostrar una imagen de unida.
La novedad de la prohibición es que la UE, replicando el título de una de las más famosas películas a las que Morricone puso música, envió un mensaje de que los “feos”, algunos de los países más golpeados por la pandemia, y entre ellos algunos pesos pesados como Rusia y Brasil, no eran bienvenidos. Pero, de manera rotunda, señaló al “feo” clásico, Estados Unidos, que se ha ganado esa distinción estética gracias a la pésima gestión que Donald Trump ha hecho de la pandemia. Adicionalmente, Bruselas admite como “buenos” a los ciudadanos procedentes de importantes socios de Estados Unidos, como Australia, Canadá y Japón.
En América Latina, Europa se reservó otorgar un reconocimiento especial, como si de un Nobel se tratara, al nuevo “bueno”, Uruguay. No se trata de una medida baladí, pues el pequeño país rioplatense apenas sobrepasa el millar de casos a mediados de julio. Tampoco se libró de ser etiquetado como “malo”, a pesar de su precipitada visita a Estados Unidos, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El sempiterno contraste con Canadá es, de nuevo, evidente: México sigue tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos, tal como afirmó Porfirio Díaz. Canadá está igual de cerca de Washington, pero parece no afectarle la vecindad del mismo modo.
Los observadores de la escena latinoamericana han intentado dar alguna explicación a impactante medida global: se trataría de una decisión con un componente de reconocimiento, por una parte, y de reacción. Por un lado, hay que considerar la situación interna de la propia UE. En esta ocasión, el liderazgo europeo no perdió una ocasión de oro para mostrar un rostro colectivo sólido, que está a menudo ausente, convirtiéndose en objeto de crítica interna y desdén externo. Siempre es muy difícil encontrar el “teléfono” de Europa, como Henry Kissinger esperaba antaño.
Por lo tanto, Europa cierra sus puertas a los competidores más relevantes, aunque, de modo hipócrita, da una bienvenida condicionada a China. No es cuestión de incomodar al gigante asiático, cerrándole la puerta. Así, la UE toma nota de que es origen del virus (aunque no tan abiertamente como Trump), pero reconoce el poder dictatorial de sus gobernantes para controlar los efectos de la pandemia.
El tratamiento que la UE da a Washington la hará convertirse en un objeto renovado de irritación por parte de Trump (si ya esa rabieta es alguna novedad). Entretanto, los demócratas se alegrarán al recordarle al presidente su fallida estrategia frente a la COVID-19. Simultáneamente, la elección de Uruguay como paladín del “bueno”, le permitirá presumir del control exitoso de la pandemia.
En contraste, en este singular “reparto de diplomas” resaltará la pésima gestión del presidente Bolsonaro en Brasil. Incluso Chile, el país que, liderado por Sebastián Piñera, inicialmente parecía mostrar una estrategia positiva, ha quedado en el grupo de los “malos”. Sin necesidad de decirlo explícitamente, dos “malos” quedan también señalados desde la perspectiva de Europa y Estados Unidos: Cuba y Venezuela.
A pesar de este panorama, la Unión Europea, siempre sinuosa, ha decidido reservarse el “derecho de admisión”. Cumpliendo con su privilegio de ser fundamentalmente intergubernamental en sus relaciones exteriores, mientras el control de las fronteras exteriores es un tema tabú, revisará cada 14 días (como si fuera una cuarentena) la composición del reparto de premios y castigos. Nada tendría de extraño que algunos “malos” reaparecieran como “buenos”. Pero el “feo” por antonomasia deberá ponerse la mascarilla.