Lo ocurrido en Marraquech contrasta con la ausencia de atentados desde el inicio de las protestas en el mundo árabe, ¿cómo se explica esta sorpresa?
En primer lugar, desde que dieron comienzo las movilizaciones antigubernamentales en distintos países del mundo árabe se han producido distintos atentados terroristas que, por unas u otras razones, no han recabado una atención especial por parte de los medios de comunicación, incluso pese a tratarse en algunos casos de episodios letales. Los ha habido, por ejemplo, en Argelia o Yemen, atribuidos a Al Qaeda en el Magreb Islámico y a Al Qaeda en la Península Arábiga, respectivamente. En segundo lugar, y por lo que se refiere al grave atentado del jueves 28 de abril en Marraquech, la sorpresa sería sólo aparente. Al contrario, casi podría decirse que lo verdaderamente llamativo es que, si como parece se confirma que fue un acto de terrorismo yihadista, en la última década sólo hayan ocurrido los atentados de Casablanca en 2003 y los posteriores incidentes, en la misma ciudad marroquí, de 2007. Porque a lo largo de esos años las fuerzas de seguridad marroquíes desbarataron a tiempo planes y preparativos para cometer distintos otros atentados.
Entonces, ¿cómo ha de interpretarse el atentado de Marraquech? ¿Se trata simplemente de un retorno de la violencia terrorista a Marruecos?
Si se confirma que estamos ante un nuevo acto de terrorismo yihadista, habría que recordar que el régimen marroquí ha sido y es blanco declarado de Al Qaeda en general y de las sucesivas organizaciones norteafricanas afines a dicha estructura terrorista en particular. Primero del ya desmantelado Grupo Islámico Combatiente Marroquí y, en la actualidad, de la mencionada Al Qaeda en el Magreb Islámico. Aunque es cierto que en Marruecos se habían detectado células yihadistas relativamente independientes e incluso individuos radicalizados que se planteaban actuar violentamente por su cuenta. Por otro lado, no debe olvidarse que, durante los últimos años, han sido centenares los individuos detenidos en ese país por su supuesta implicación en actividades de terrorismo. Además, distintos estudios de opinión pública llevados a cabo en ese mismo tiempo han mostrado que uno de cada diez marroquíes adultos aprobaría atentados como el de Marraquech, lo que significa que los extremistas contarían con una base social minoritaria porcentualmente pero sustanciosa en términos absolutos.
Así pues, ¿no hay que relacionar este atentado con todo lo que está ocurriendo desde hace meses en el Norte de África y en Oriente Medio?
El contexto de las movilizaciones antigubernamentales que están teniendo lugar en el mundo árabe importa, desde luego, puesto que la irrelevancia de Al Qaeda y de sus extensiones territoriales o de los grupos y organizaciones afines a dicha estructura terrorista, en su origen y desarrollo, plantea un desafío a la urdimbre del terrorismo yihadista, cuyos dirigentes a buen seguro maquinan cómo adquirir notoriedad en el curso de los acontecimientos. Pero la amenaza terrorista en Marruecos antecede a todo ello. Estoy convencido de que los terroristas que idearon y prepararon el atentado de Marraquech sabían que sus víctimas serían preferentemente extranjeros y occidentales, a fin de contrarrestar las críticas que reciben por matar sobre todo musulmanes. Pero probablemente tampoco fuese ajeno a su cálculo el daño que con un acto de terrorismo así podrían causar a la economía marroquí, especialmente a su sector turístico, en unos momentos en los que tendría expectativas de atraer visitantes europeos temerosos de acudir a otros países más afectados por las revueltas sociales, como Egipto o Túnez, por ejemplo.
Entonces, ¿puede decirse que el atentado de Marraquech pone en evidencia las medidas contra el terrorismo adoptadas por el Gobierno marroquí?
A ese respecto en Marruecos hay un antes y un después de los atentados cometidos en 2003 en Casablanca. Desde entonces, se han aprobado leyes para un mejor tratamiento jurídico del terrorismo, se ha avanzado en la adaptación de las estructuras marroquíes de seguridad interior a los retos de ese fenómeno y la cooperación bilateral con otros países norteafricanos o europeos que comparten el mismo problema es una realidad, aunque los intercambios con las autoridades argelinas adolezcan de grandes deficiencias. Además, se han introducido controles sobre el extremismo en los lugares de culto e iniciativas de promoción social como parte de un plan que permita actuar también sobre los procesos de radicalización violenta que inciden en determinados ámbitos de la población, no siempre los más desfavorecidos. Pero es difícil hablar de un Estado de derecho en Marruecos, tal y como lo conocemos en las democracias liberales, y los excesos que ello implica a menudo, en el ámbito de la lucha contra el terrorismo, resultan a medio y largo plazo contraproducentes.