Desde que comenzó la guerra en Gaza se ha especulado con la posibilidad de que la guerra desbordara el marco de la Franja y escalara a todo el territorio de Israel desde las posiciones hostiles de Hezbolá en el Líbano, las distintas milicias proiraníes en Irak y los rebeldes huzíes de Yemen, entre muchas otras que rodean a Israel. Tras el ataque aéreo iraní a Israel del pasado sábado 13 de abril, 12 días después de que Israel atacara el consulado iraní en Damasco provocando 12 víctimas incluido un alto oficial de la Guardia Revolucionaria iraní, se añade ahora la especulación de que el ataque masivo de drones y misiles desde Irán provoque una guerra abierta entre Irán e Israel.
El ataque directo y a gran escala realizado refuerza la credibilidad estratégica de Irán ante su opinión pública y sus socios regionales, pero priva al gobierno de Netanyahu de la legitimación que le facilitarían daños irreparables para justificar un ataque directo sobre Irán.
Irán ha mostrado hasta ahora un patrón de comportamiento frente a Israel definido por recurrir a terceros, proxies, en lugar de atacar directamente a Israel. Irán ha mantenido ese patrón durante la larga confrontación con Israel repleta de agresiones y respuestas puntuales e indirectas evitando una acción militar directa. A diferencia de Irán, Israel no dispone de intermediarios a los que encargar sus acciones directas o encubiertas y son sus Fuerzas de Defensa y los Servicios de Inteligencia quienes han tenido que llevar a cabo ataques preventivos (reactor nuclear sirio en 2007), atentados contra científicos del programa nuclear iraní (Masoud A. Mohammadi y Majid Shariari, 2020; Darioush Rezaeinejad, 2011; Mostafa A. Rosham, 2012; Mohsen Fakhrizadeh, 2020; Abyoub Entezari y Kamran Aghamolaei, 2022) o miembros de la Guardia Revolucionaria iraní (Hassan Khodaei, 2022; Hassan Mahdavi, 2024); sabotajes (instalaciones nucleares de Natanz, 2020 y 2021) o ciberataques (Stuxnet, Stars, Duqu, Wiper, Flame…) a los que añadir ataques mediante drones a objetivos militares o nucleares (Karaj, 2021; Kermanshah y Parchi, 2022; Isfahán en 2023) según la base del datos del US Institute of Peace.
Independientemente de si Israel ha admitido o no estar detrás de estas acciones (tampoco Irán reconoce las suyas), el patrón de respuesta iraní se ha caracterizado por un desfase entre el nivel de las represalias que se anuncian y el de las acciones que se llevan a cabo. Las primeras se dirigen al consumo interno y las segundas a preservar el equilibrio estratégico. Hasta ahora, Irán ha respondido a todas estas actuaciones de forma indirecta y contenida dejando, como se ha visto durante la guerra en Gaza, la confrontación directa a sus aliados regionales. A Irán le interesaba más amenazar a Israel con abrir varios frentes de ataque a la vez que ejecutar esa amenaza; mantener un patrón de actuación limitado y bajo control que arriesgarse a una escalada de consecuencias imprevisibles.
El patrón de intermediación le proporciona profundidad estratégica y defensa adelantada a precio y riesgo razonables. Más adelante, y cuando Irán disponga de medios nucleares, quizás podrá complementar el patrón de disuasión actual, basado en la amenaza de un ataque combinado desde distintos frentes, o reemplazarlo por otro de confrontación directa con Israel. Mientras tanto, se ha limitado a amenazar a Israel con abrir nuevos frentes desde Líbano, Siria e Irak, sin arriesgarse a hacerlo para evitar que sus intermediarios sufrieran el mismo castigo que está sufriendo Hamas. De hecho, Irán se ha desmarcado o contenido la retórica belicista de los líderes de los grupos proiraníes o movilizado para que las milicias Kata’ib Hezbollah y Harakat al Nujaba de Irak cesaran en sus ataques a las tropas de Estados Unidos (EEUU) estacionadas en Jordania.
Irán no busca una guerra directa con Israel porque es consciente de su inferioridad militar actual frente a Israel y sus aliados, así como del riesgo de que Israel recurra a su armamento nuclear si ve en riesgo su existencia. Hasta ahora le basta sostener la presión simultánea que ejercen sus proxies para desgastar y desestabilizar a Israel mientras lleva adelante su programa nuclear y recompone su precaria economía, por lo que se ha esforzado en predicar la contención.
Tras el ataque israelí a Damasco, tanto Israel y sus aliados como Irán y los suyos esperaban un ataque de respuesta. La duda era si éste respondería al patrón tradicional de intermediación o escalaría al patrón de confrontación directa. Lo llamativo del ataque directo a gran escala con drones, misiles balísticos y de crucero de Irán (True Promise) es que gran parte de ellos procede de territorio iraní lo que distorsiona el patrón tradicional de respuesta a través de terceros o desde territorio de terceros (los lanzamientos huzíes sobre Eilat y de Hezbolá sobre los altos del Golán han sido simbólicos). El precedente de ataque directo, ya anunciado a los pocos días del ataque sobre el consulado por el ayatolá supremo Ali Jameini, cuestiona la vigencia del patrón de intermediación actual y explica las especulaciones sobre una guerra entre Irán e Israel.
Sin embargo, y para anunciar una escalada, el ataque debería haber causado a Israel daños suficientemente graves como para provocar una respuesta en caliente. Dada la notoriedad de la autoría israelí contra los guardianes de la revolución en Damasco, los dirigentes iraníes no podían demorar la represalia ni minimizar su entidad. No obstante, sus mandos militares conocen de sobra la capacidad de la defensa antiaérea israelí y de la red de radares y sensores establecida por sus aliados (Middle East Air Defence Alliance, MEADS) por lo que han podido calcular el máximo número de medios que debían utilizar sin correr el riesgo de provocar daños no deseables. Ataques similares desde Rusia, Gaza y Líbano permitían calcular con precisión el porcentaje previsible de interceptaciones, muy alto en las experiencias anteriores y cercana al 100% durante el ataque iraní, aunque gran parte de las interceptaciones se realizaron antes de entrar en el espacio aéreo israelí. Del lado israelí, su acierto con la defensa antiaérea no oculta el error de cálculo con su disuasión porque el ataque al consulado iraní en Damasco ha hecho que Irán atacara directamente, y por vez, a Israel sin esconderse tras terceros como viene haciendo.
El ataque directo y a gran escala realizado refuerza la credibilidad estratégica de Irán ante su opinión pública y sus socios regionales, pero priva al gobierno de Netanyahu de la legitimación que le facilitarían daños irreparables para justificar un ataque directo sobre Irán. Si ambas partes mantienen la contención mostrada hasta ahora, el patrón de confrontación podrá superar su último episodio sin alterarse. La respuesta iraní podría engrosar el inventario de represalias mutuas sin degenerar en una escalada que pondría en riesgo a ambos países. Irán ha reforzado su liderazgo y puede modular las actuaciones de sus socios regionales para seguir presionando a Israel con la amenaza de desencadenar una guerra en todos los frentes, mientras que Israel puede aprovechar el ataque para recuperar parte del apoyo internacional perdido en Gaza y legitimar su confrontación con Irán.
Por el contrario, la confrontación podría desembocar en una escalada si se repiten los ataques aéreos directos contra Israel desde territorio iraní o sí se materializa la amenaza de multiplicación de frentes con los que Irán contiene a Israel, porque en ambos casos Irán facilitaría a Israel la coartada que precisa para romper el patrón de confrontación y pasar de las acciones encubiertas a un enfrentamiento directo y preventivo, antes de que Irán se convierta en una potencia nuclear. Mientras, Irán, Israel, sus aliados y el azar deben decidir si todo acaba en una represalia o si comienzan una guerra, si continúan la confrontación intermitente y por intermediación o se abandonan a una escalada incontrolada.