El agua en Europa: ¿un vaso medio vacío?

Imagen diurna del embalse de Guadalest (Alicante). En primer plano, el agua del embalse y la orilla. Al fondo, un bosque con árboles verdes y las montañas bajo el cielo azul con algunas nubes blancas. Agua en Europa
Embalse de Guadalest (Alicante) durante un día soleado. Foto: Emilio Sánchez (@emilio-sanchez-285921208).

En breve se abre un nuevo ciclo político en la Comisión Europea y apunta a que el agua será uno de los elementos que cobrará mayor interés y la resiliencia de los recursos hídricos, en especial, estará en el punto de mira. Por eso, la publicación del último informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA): “El estado del agua en Europa 2024: la necesidad de mejorar la resiliencia hídrica” en este momento da pistas del punto de partida y el telón de fondo con un análisis detallado y un diagnóstico de nuestros recursos hídricos.

El informe enfatiza que el agua es un recurso vital y limitado en Europa, donde la presión sobre las masas de agua (lagos, ríos, aguas costeras y aguas subterráneas) ha aumentado significativamente en las últimas décadas. Factores como la contaminación, la degradación de hábitats, sequías e inundaciones y el uso excesivo de agua dulce están ejerciendo una presión sin precedentes sobre el agua en Europa.

Según el primer análisis de riesgos climáticos de la UE publicado en marzo  y el último informe del clima de 2023, Europa es el continente que se calienta más rápido a escala global, lo que aumenta el riesgo de eventos extremos.

El cambio climático ha añadido una capa adicional de complejidad a este panorama. Las sequías prolongadas, las lluvias intensas y las inundaciones están aumentando en frecuencia e intensidad, amenazando no sólo la seguridad hídrica, sino también la estabilidad social y la competitividad económica. Según la AEMA, las sequías y las olas de calor de 2022 causaron pérdidas económicas de hasta 40.000 millones de euros, mientras que el coste tan sólo del episodio de inundaciones de 2021 en Alemania, Bélgica y los Países Bajos ascendió a 44.000 millones de euros.

En este contexto, la Directiva Marco del Agua (DMA) de la Unión Europea (UE), que en breve celebrará su 25 cumpleaños, se estableció para proteger y planificar el uso del agua de manera sostenible, tanto en calidad como en cantidad. Sin embargo, los avances han sido lentos. La AEMA señala que los objetivos ambientales de la DMA no se han cumplido plenamente y muchos países, entre los que se encuentra España, se enfrentan a desafíos complejos para alcanzar un buen estado ecológico y químico de sus masas de agua.

Para fortalecer la resiliencia hídrica en Europa, el informe identifica tres desafíos urgentes que deben abordarse de forma integrada: proteger y restaurar los ecosistemas acuáticos, alcanzar el objetivo de contaminación cero y adaptarse a la escasez de agua, las sequías y los riesgos de inundación.

1. El estado de las masas de agua: hay una necesidad de mejorar

El estado de las fuentes de agua europeas no aprueba aún el examen. La DMA estableció como plazo límite para alcanzar el buen estado de las aguas superficiales y subterráneas el año 2015, o, a más tardar, el año 2027. Al ritmo actual de progreso, los objetivos esperados no se cumplirán en plazo.  

Sólo el 37% de las masas de agua superficiales europeas lograron un estado ecológico bueno o alto, un indicador de la salud de los ecosistemas acuáticos, y sólo el 29% de estas masas alcanzó un estado químico adecuado durante el período 2015-2021. Las aguas subterráneas se encuentran en mejores condiciones que las superficiales, ya que el 77% presenta un buen estado químico y, en términos de disponibilidad, el 91% tiene un buen estado cuantitativo.

Las acciones puestas en marcha por los Estados miembros han permitido frenar el deterioro de la calidad del agua, reduciendo algunos niveles de contaminación química y beneficiando la biodiversidad. No obstante, estos esfuerzos no han sido suficientes ya que –desde el último ciclo de seguimiento– no se ha registrado una mejora general significativa en el estado de las masas de agua.

Según el informe de la AEMA, la agricultura representa la principal fuente de presiones sobre las aguas tanto superficiales como subterráneas, debido al uso intensivo del recurso y a la contaminación asociada al uso de fertilizantes y pesticidas. La agricultura es, con diferencia, el mayor consumidor neto de agua de Europa (en España la agricultura consume el 80% del agua) y, si no se producen cambios en las prácticas, es probable que la demanda de la agricultura de regadío aumente con el cambio climático.  Es más, según el primer análisis de riesgos climáticos de la UE publicado en marzo  y el último informe del clima de 2023, Europa es el continente que se calienta más rápido a escala global, lo que aumenta el riesgo de eventos extremos.

2. Soluciones: la resiliencia hídrica como eje central

La medida más eficaz, y en realidad la más sencilla, sería aplicar plenamente el marco regulatorio ya existente y sus ejes principales. Es decir, la implementación firme de la DMA y otras directivas asociadas, como la Directiva de Prevención del Riesgo de Inundaciones, la Directiva de nitratos o la Directiva de Aguas de Baño que incluyen medidas simples pero muy efectivas como son: la reducción de la contaminación, las extracciones no sostenibles de agua, las barreras en los cursos de agua, el drenaje excesivo y la falta de protección de hábitats acuáticos y especies.

Además, el informe destaca la necesidad de adoptar una visión sistémica, con un enfoque a mayor escala, que enlaza bien con el marco histórico de nuestro país de pensar a escala territorial con las cuencas hidrográficas como grandes protagonistas. La restauración a escala de cuenca y de paisaje es por tanto clave. Este enfoque territorial es la mejor preparación frente a los retos futuros, ya que permite aprovechar los servicios ecosistémicos que aporta la naturaleza –en este caso, el agua en buen estado–, contribuyendo así al bienestar humano.

Restaurar la funcionalidad de los ecosistemas es una de las soluciones clave planteadas, es decir, permitir que los ríos recuperen toda su funcionalidad natural para que los procesos hidrológicos y la morfología natural estén a pleno rendimiento. Esto significa que los ríos puedan cumplir funciones esenciales, como recargar acuíferos, proporcionar agua limpia y reducir la erosión, entre otras. Estos beneficios aportan una serie de ventajas directas para la sociedad, ofreciendo seguridad frente a escenarios más complejos. En pocas palabras, ríos y acuíferos restaurados son nuestra mayor garantía frente a los mayores riesgos que se anticipan por el cambio climático.

En este contexto, la recientemente aprobada Ley de Restauración de la Naturaleza abre una ventana de oportunidad para potenciales proyectos de restauración a gran escala, optimizar el uso de los recursos y restaurar ecosistemas con una mejor monitorización gracias a la digitalización y al apoyo de programas como Copérnico, que facilitan una toma de decisiones mejor informada. En este caso la pregunta, con el nuevo viento que corre en Europa, es cómo demostrar que la restauración y la protección de los recursos hídricos a gran escala son fundamentales para conservar un recurso clave e insustituible para los procesos económicos y para el bienestar de la sociedad.

El informe envía un mensaje claro: sin una acción rápida y decisiva, la seguridad hídrica de Europa está en peligro. La adopción de soluciones basadas en la naturaleza, combinadas con mejoras en la eficiencia y una gobernanza más fuerte, serán cruciales para asegurar la resiliencia hídrica a corto, medio y largo plazo.

En breve empezará a andar la nueva Comisión Europea, que por primera vez tendrá una comisaria con una cartera especifica sobre agua y donde la resiliencia hídrica aparece entre los temas centrales de la nueva presidencia. Ahora queda conseguir que el vaso a futuro esté lleno con el objetivo bien definido de aumentar la resiliencia de la economía europea en un contexto de efectos ya observados del cambio climático y, con ello, asegurar su competitividad a largo plazo.