Las aguas del Nilo, que bañan a once países, bajan cada vez más turbias desde hace una década. Justo desde el momento en el que Etiopía puso en marcha el macroproyecto de construcción de la llamada Gran Presa Etíope del Renacimiento, ubicada en la región noroccidental de Benishangul-Gumuz, con un presupuesto estimado en unos 4.500 millones de euros. Y ahora, cuando Adis Abeba anuncia que comienza su segundo llenado, la tensión parece alcanzar un punto máximo, tras los sucesivos fracasos de mediación registrados, incluyendo el de la administración de Donald Trump el pasado año. Llegados a este punto, queda por ver si algún mediador logra frenar la dinámica belicista que El Cairo alimenta, al considerar que la pretensión etíope es una amenaza directa a sus intereses vitales, o si efectivamente ambos países, con Sudán como tercer implicado, acaban chocando directamente.
La existencia de unos 260 ríos internacionales supone otros tantos focos de potencial conflictividad, si no se logran acordar fórmulas de gestión común que garanticen el acceso a un recurso cada vez más escaso. En relación con el río más largo del mundo, el problema arranca con el acuerdo por el que, en 1959, Londres bendijo un reparto de esas aguas que concedía a Egipto 55.500 millones de metros cúbicos al año (el 75% del total), más otros 18.500 a Sudán, sin tener en cuenta en ningún caso a Etiopía, que ya entonces declaró que no reconocía lo decidido, en última instancia, por la principal potencia colonial de la zona.
Desde aquel momento el desencuentro no ha hecho más que agrandarse. Por un lado, El Cairo argumenta que el río supone más del 90% de toda el agua dulce de la que dispone Egipto, contando con que ya tiene que importar más de la mitad de los productos alimenticios que consumen los 105 millones de egipcios, y que ya desaliniza anualmente unos 25.000 millones de metros cúbicos. Y añade que, si Etiopia completa su presa al ritmo que plantea –contando con que las aguas del Nilo Azul que traspasan la frontera con Sudán suponen el 86% de todas las que recibe Egipto (el 95% en época de crecidas) –, eso supondría la pérdida de más de un millón de puestos de trabajo y más de 1.800 millones de euros en producción agrícola. Todo ello sin olvidar que, según un acuerdo de 1902, Etiopía se comprometió a no construir ninguna presa en las aguas del Nilo Azul sin el consentimiento de Egipto. Aun suponiendo que esas cifras fueran realistas, no cabe duda, como defiende Adis Abeba, de que la presa –que puede llegar a almacenar unos 74.000 millones de metros cúbicos– va a suponer un salto muy relevante para el desarrollo de un país que ya supera los 110 millones de habitantes, tanto por la posibilidad de poner en regadío muchas tierras para mejorar la seguridad alimentaria del país, como por la conversión de Etiopía –donde solo un tercio de la población tiene acceso a la energía eléctrica en sus domicilios– en el mayor productor y exportador africano de energía eléctrica (de la que también se beneficiarían Sudán y Yibuti), con una capacidad de más de 6.400 megavatios.
Hasta ahora, incluyendo el intento de abril de este año de revitalizar las negociaciones en Kinshasa, no ha sido posible alcanzar un punto de acuerdo entre ambos países, sobre todo en relación con el ritmo de llenado de la presa. Etiopía plantea hacerlo en un periodo de dos a tres años, mientras que Egipto exige que sean entre cuatro y siete para evitar interrupciones o reducciones de suministro por debajo de la cifra que se le concedió en el citado acuerdo. Entretanto, el gobierno etíope de Abiy Ahmed Ali ha decidido empezar el relleno de la presa por segundo año, aprovechando las lluvias entre junio y septiembre, con el objetivo de conseguir acumular otros 13.000 millones de metros cúbicos, sumados a los 4.900 del pasado año.
En paralelo, ambos países se han enzarzado en una ofensiva diplomática con la que tratan de ganar aliados a su causa. Y aunque, en principio, parece que El Cairo acumula más apoyos, la realidad demuestra que ni siquiera ha conseguido que la Unión Africana se ponga totalmente de su lado. Quizás por eso se vuelven a escuchar mensajes belicosos por parte de su presidente, Abdelfatah al-Sis, recordando lo que ya en 1979 llevaba a Anuar el Sadat a declarar que el único motivo que podía llevar a Egipto a la guerra era el agua del Nilo. En esa línea hay que entender el esfuerzo egipcio por firmar nuevos acuerdos de cooperación militar con Sudán, en junio de este mismo año, así como con Uganda (en abril) y otros países ribereños. El Consejo de Seguridad de la ONU tiene, de momento, la palabra.