¿Cómo ha evolucionado la seguridad egipcia en los últimos años?
La estabilidad interna fue la principal preocupación del Gobierno Mubarak durante los últimos años. Egipto no tiene ninguna amenaza externa y ha venido colaborando con Estados Unidos, Israel y los países árabes para sostener la complicada estabilidad estratégica en Oriente Medio. La seguridad interior ha estado bajo la responsabilidad directa de las fuerzas de seguridad (Policía, Guardia Nacional y Servicio de Seguridad del Estado entre otras) que se han dedicado a la represión del islamismo y a sofocar la contestación política y social, además de luchar contra el terrorismo. Por esta razón las fuerzas policiales han llegado a contar con unos efectivos similares a los de las Fuerzas Armadas, cerca de 400.000 en cada una, Por el contrario, las Fuerzas Armadas, que no están equipadas ni adiestradas para el control de masas o el orden público, se mantuvieron al margen del aparato coactivo aunque respaldaron institucionalmente al Partido Democrático Nacional y recibieron por ello contrapartidas institucionales y económicas. La diferenciación de roles ha generado el rechazo social y político de las fuerzas policiales, especialmente de la policía secreta del Servicio de Seguridad del Estado, mientras los militares cuentan con mayor valoración social.
¿Qué efectos sobre la seguridad puede tener la actual crisis egipcia?
Las manifestaciones tuvieron un tono pacífico y sólo se registraron acciones violentas puntuales para desacreditarlas o dispersarlas que no derivaron en enfrentamientos generalizados ni armados. Hasta su caída, el anterior Gobierno se mostró contrario a reprimir con violencia las demostraciones, retiró intermitentemente de las calles a las fuerzas policiales y desplegó a las Fuerzas Armadas en los puntos críticos, aunque no supo prevenir las acciones violentas contra los manifestantes o los medios de comunicación. A corto plazo, el mayor riesgo para la seguridad es que se estanque el proceso de transición porque la incertidumbre generaría enfrentamientos entre facciones y el vacío de poder atraería la intervención del terrorismo yihadista que acude rápidamente allá donde la gobernanza se tambalea. También sería arriesgado cualquier intento de desmovilización o depuración masiva de las fuerzas de seguridad del anterior Gobierno porque podría degenerar en confrontaciones o insurgencia armada. La prioridad del nuevo ministro de Interior, Mansour el-Essawy, es la de normalizar la actividad policial y se desconoce su intención sobre reformas estructurales.
¿Cuál es el papel de las fuerzas de seguridad egipcias en la salida de la crisis?
La unidad de las fuerzas de seguridad y defensa egipcias y su decisión de no usar la fuerza contra los manifestantes coadyuvaron a mantener la situación bajo control mientras que se mantuvieron las protestas. La presencia de miembros de las fuerzas de seguridad en algunas acciones violentas contra las manifestaciones reflejó la división entre algunos mandos sobre intervenir o no en defensa del Gobierno de Mubarak. Una vez que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas ha asumido el control de la situación hasta que se pueda entregar a un gobierno civil, el Ejército se convierte en el responsable de lo que ocurra durante la transición y en el destinatario de las reivindicaciones populares. El Ejército, más que las Fuerzas de Seguridad, ha pasado de ser árbitro a responsable de la transición y en la medida que las demandas o los problemas rebasen sus capacidades de gobernar -que no son muchas porque el Ejército no las ha ejercido durante el pasado inmediato-, la simpatía actual por el Ejército puede tornarse en hostilidad. Tomar el poder mediante un golpe de estado aunque sea blando representa muchos riesgos y pocas ventajas para el Ejército porque si la transición funciona bien, el gobierno resultante no querrá verse tutelado por una institución armada ni el Ejército podrá mantener la autonomía y privilegios que tenía con Mubarak. Si la transición se complica, el Ejército puede enfrentarse a su división interna, a la contestación social y a una pérdida de estatus mayor a la que experimentó en los últimos años cuando Mubarak daba por descontada su lealtad. Para las fuerzas de seguridad, ahora bajo el control del Ejército, el escenario a corto plazo pasa por la depuración de los mandos superiores, pero cualquier futuro gobierno tendrá que reformar profundamente el sector de la seguridad, incluidos los sistemas judicial y penitenciario, lo que no será fácil. Los seis meses por delante hasta las elecciones pueden hacerse muy largos para las fuerzas armadas y de seguridad que ya han tenido que desalojar por la fuerza la plaza Tahrir durante la primera manifestación hostil contra el Consejo Supremo Militar el 25 de febrero.
¿Cambiarán las relaciones de Egipto con Israel y con Estados Unidos?
Cualquier futuro Gobierno egipcio tendrá que dar más prioridad a solucionar los graves problemas estructurales del país que a solucionar los de sus vecinos, con lo que la estabilidad regional no podrá seguir contando con uno de sus valedores tradicionales. A corto plazo, parece previsible que se mantenga la asociación estratégica con Estados Unidos e Israel –así se ha manifestado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas-, pero a mayor plazo parece lógico esperar un progresivo distanciamiento estratégico. Las autoridades egipcias tendrán que replantearse el grado de cooperación con Israel para prevenir el tráfico de armas y combatientes hacia la Franja de Gaza y la intensidad de la cooperación militar con los Estados Unidos, ya que ambas políticas pueden generar una contestación más abierta que en el pasado. A mayor plazo, y si progresa la normalidad democrática, el Ejército perderá capacidad política de influir en las relaciones de seguridad y defensa del país y las relaciones de cooperación con Israel y Estados Unidos serán menos previsibles que en el pasado.