Egipto: a la tercera no va la vencida

En Egipto no hay escasez de constituciones. De hecho, tener tres cartas magnas distintas en tan sólo tres años es algo de lo que pocos países pueden presumir. Ser llamados a las urnas se está convirtiendo en algo cotidiano para los egipcios: ya van seis convocatorias desde la caída de Hosni Mubarak, y eso que aún no se ha cumplido el tercer aniversario de la “revolución” que lo derrocó. En ese tiempo, se han convocado tres referéndums –¡sí, tres!– para aprobar textos o enmiendas constitucionales, aunque no parece que por ello Egipto se esté convirtiendo en un país más democrático ni cohesionado.

Lo que estos días se celebra en Egipto es formalmente un referéndum constitucional, pero en realidad es otra cosa muy distinta. Ni la mayoría de egipcios han leído la nueva Constitución ni nadie vive en la ilusión de que sus artículos se vayan a aplicar escrupulosamente. La nueva cita con las urnas es presentada por el actual gobierno instalado por los militares como una apuesta por la estabilidad, la seguridad y la lucha contra el terrorismo. No es de sorprender que ese mensaje haya calado entre muchos, en un país polarizado socialmente y con síntomas de histeria colectiva, unos visceralmente en contra de los Hermanos Musulmanes y otros incondicionalmente a su favor.

También se busca que este referéndum dé una apariencia de legitimidad a la vía emprendida el 30 de junio de 2013, cuando una movilización social apoyada por sectores variopintos dio lugar a un golpe militar sui géneris que acabó con el gobierno islamista de Mohamed Morsi. Asimismo, quienes quieren encumbrar al hombre fuerte del momento, el general Abdel Fatah al Sisi, a la presidencia del país, esperan que este referéndum sirva de plebiscito para intentar recuperar la estabilidad autoritaria. De esa forma, esperan acabar con la sensación de caos y erradicar a los Hermanos Musulmanes como alternativa política viable.

Quienes han pedido el “Sí” para la nueva carta magna prometen que así se va a “restaurar la ley y el orden”. Sin duda, esa es una condición imprescindible para tratar de reavivar una economía nacional que, por ahora, se mantiene en respiración asistida gracias a las ayudas multimillonarias de países del Golfo. Sin embargo, en ausencia de unos consensos mínimos, de estabilidad social y de procesos políticos inclusivos, es difícil imaginar cómo las autoridades actuales –o futuras– de Egipto podrán resolver los problemas del país y aplacar un descontento social que sólo puede ir en aumento.

En las anteriores cinco citas con las urnas había una diversidad de opciones y cada cual podía defender la suya en público. Sin embargo, en la campaña previa al referéndum de estos días sólo se han podido ver mensajes a favor del “Sí” en el espacio público (pancartas, medios audiovisuales, prensa, etc.), e incluso en mensajes de texto a móviles privados. Aquellos pocos que se atrevieron a pedir el “No” públicamente han sido detenidos y acusados de desestabilizar el país. Un referéndum constitucional celebrado en esas condiciones, en medio de enfrentamientos con varios muertos, no augura nada bueno para el futuro del país, a pesar de la sensación de euforia momentánea que algunos puedan tener.

Para que una Constitución sea útil para una sociedad, esta debe aportar un marco de convivencia que sirva para regular los derechos y las obligaciones individuales y colectivas. De lo contrario, difícilmente podrá curar las heridas abiertas, y lo más probable es que endurezca las posiciones de las partes enfrentadas. Otro factor a tener en cuenta es el de las expectativas de amplios sectores de la población ahora descontenta o temerosa. Si las elevadas expectativas que se están creando no se cumplen, la ingobernabilidad puede convertirse en un serio riesgo para el futuro de Egipto.

Los métodos del “mubarakismo” (régimen del derrocado autócrata Hosni Mubarak) están volviendo –nunca se fueron del todo– en forma de represión contra los adversarios políticos, persecución del activismo social y una cobertura informativa muy sesgada. En ese contexto, nada impide que esos mismos métodos vuelvan en un proceso refrendario que difícilmente será transparente. Algunos se preguntan si Egipto volverá a ver victorias con porcentajes superiores al 90% de los votos, como era lo habitual en el pasado. Por el momento, los resultados de la votación de los egipcios residentes en el extranjero parecen indicar que sí.

Hace tan sólo un año, los egipcios estrenaban la primera Constitución de la era post-Mubarak, había un presidente democráticamente elegido, el Ejército se dedicaba a sus negocios y los Hermanos Musulmanes parecían dominar el panorama político. La gran equivocación de Morsi y los suyos es que fueron demasiado ansiosos y vieron espejismos que confundieron con la realidad. Morsi quiso situarse por encima de la Ley y su cofradía hizo demasiados enemigos en poco tiempo. La Constitución que los Hermanos impusieron en diciembre de 2012 no fue el resultado de un consenso social y político amplio. Lo mismo se puede decir de la que será aprobada dentro de unos días, cuando se anuncien unos resultados previsiblemente “históricos”.

En Egipto no hay escasez de constituciones, pero sí una carencia grave de consensos y de sentido común. Si a eso se le suma una inflación creciente de problemas sociales y económicos, así como unas expectativas poco realistas de que un “salvador de la Patria” los resuelva, es de prever que la nueva Constitución tampoco tendrá una larga vida.

 

PD: La foto que aparece aquí ha dado mucho de qué hablar. Algunos miembros del comité que redactó la Constitución de 2013 la presentaron en público el pasado 15 de diciembre bajo una gran pancarta donde se podía leer en inglés «La Constitución de todos los egipcios». Nadie pareció percatarse de que el texto en árabe contenía una errata, puesto que ponía «La Constitución de todos los insistentes» (sic). También sorprendió el posterior descubrimiento de que, de todos los «egipcios» que aparecían en la pancarta, tres eran extranjeros.