El acuerdo para entrevistarse entre el presidente de EEUU, Donald Trump, y el de Corea del Norte, Kim Jong-un, ocupa recientemente los titulares de las noticias de todo el mundo. Hasta marzo de 2018, esos mismos titulares lo ocupaban noticias alarmantes sobre la posibilidad de un enfrentamiento militar y la escalada de un conflicto convencional latente a uno abierto nuclear. Las evidencias avalaban el peligro de la escalada en curso alimentada por las pruebas nucleares de misiles norcoreana y las declaraciones contundentes del presidente Trump. Sin embargo, la mayoría de los análisis sobre el conflicto coreano se limitaban a magnificar el riesgo sin explorar otras variables que no fueran las militares o las sanciones económicas. Por el contrario, la línea de análisis del Real Instituto Elcano, además de analizar la gravedad de los hechos y su impacto en la delicada estabilidad regional, ha sostenido que la situación podría contenerse mediante un ejercicio de diplomacia bilateral y discreto protagonizado por EEUU y Corea del Norte.
En un ARI sobre ¿cómo evitar un conflicto militar en la península de Corea? de mayo de 2017, y tras descartar la viabilidad de otras medidas para estabilizar el conflicto, se indicaba que “ante esta situación, alcanzar un acuerdo que no sea óptimo y que busque la congelación en lugar de la desnuclearización es preferible a prolongar la situación actual, en la que Corea del Norte sigue desarrollando sus capacidades nucleares y de misiles a gran velocidad”. Esta conclusión era coherente con los argumentos obtenidos durante una visita de investigación a Pyongyang, en septiembre de 2016, y contrastados posteriormente con investigadores de think-tanks de la región y europeos en un seminario que tuvo lugar en la sede del Instituto, en junio de 2017. En la publicación que sintetizaba los consensos alcanzados en dicho encuentro, “Windows of opportunity in the Korean peninsula”, se reiteraba que “the most realistic option to face the DPRK nuclear crisis is to reopen a process of political dialogue” y que “the best and most plausible scenario would be the opening up of negotiations based on a North Korean moratorium on nuclear and missile tests”.
Esta valoración se apartaba bastante del mainstream de los análisis de la comunidad estratégica del momento, pero tenía detrás bastantes argumentos objetivos que lo apartaban de una mera especulación posibilista y a los que el tiempo ha venido a confirmar su validez. El hilo argumental del Instituto consistía en señalar que, una vez constatados los inaceptables riesgos de la opción militar, la insuficiencia de las sanciones económicas y la imposibilidad de entablar un proceso de diálogo sobre la premisa de la desnuclearización completa, verificable e irreversible de Corea del Norte, la opción más realista era iniciar una aproximación diplomática sin precondiciones inasumibles para Pyongyang con vistas a buscar acuerdos pragmáticos beneficiosos para todas las partes involucradas y que, por consiguiente, pudiesen apuntalar la difícil estabilidad regional.
Como se indicaba en los análisis mencionados, la salida a la crisis necesitaba un punto de partida diplomático para afrontar lo más urgente: evitar el agravamiento de la escalada en curso antes de que Pyongyang evidenciase públicamente su capacidad para alcanzar la costa oeste estadounidense con cabezas nucleares montadas en misiles balísticos intercontinentales; y, segundo, para articular un marco negociador que permitiera posteriormente reducir el nivel de proliferación nuclear actual, idealmente hasta asegurar una desnuclearización completa, verificable e irreversible de Corea del Norte.
“Moon siempre ha señalado su disposición a dialogar con Pyongyang, pero sin caer en los dos grandes errores de la Sunshine Policy (1998-2008)”
Esta situación ha sido perfectamente entendida por el presidente surcoreano, Moon Jae-in, quien, con apenas 10 meses en el cargo, es el gran protagonista en la sombra del posible acercamiento diplomático entre EEUU y Corea del Norte. A diferencia de sus dos anteriores predecesores, Moon siempre ha señalado su disposición a dialogar con Pyongyang, pero sin caer en los dos grandes errores de la estrategia de acercamiento a Pyongyang conocida como Sunshine Policy (1998-2008), que no fue coordinada con EEUU y premiaba a Corea del Norte por el mero hecho de dialogar.
El líder surcoreano aprovechó la ventana de oportunidad abierta por el discurso de Año Nuevo de Kim Jong-un mostrando su interés en que una delegación norcoreana participase en los Juegos de Pyeongchang. Las conversaciones posteriores no sólo materializaron esa posibilidad, en forma de delegación conjunta de las dos Coreas, sino que además posibilitaron que en febrero una delegación norcoreana de altísimo nivel visitase el sur durante los Juegos. En dicha delegación destacaban Kim Yong-nam, oficialmente el jefe de Estado norcoreano, y, especialmente, Kim Yo-jong, hermana y confidente de Kim Jong-un, que invitaron al presidente Moon a celebrar la primera cumbre intercoreana en más de una década y la primera en la que participaría Kim Jong-un. El presidente surcoreano aceptó la oferta condicionándola a un acercamiento paralelo ente EEUU y Corea del Norte. Este movimiento dio sus frutos y a principios de marzo durante una reunión en Pyongyang con una delegación surcoreana, Kim Jong-un les expresó su deseo de reunirse con Trump, su compromiso de congelar todos los ensayos nucleares y de misiles mientras durasen las negociaciones y su aceptación de ejercicios militares conjuntos entre EEUU y Corea del Sur durante ese período. Unos días después esa misma delegación surcoreana visitaba la Casa Blanca para transmitir el mensaje de Pyongyang y anunciaba el visto bueno del presidente Trump a una posible cumbre con Kim en el mes de mayo.
Aunque los análisis insisten en caricaturizar la racionalidad de Trump y Kim, ellos siguen su propia lógica, que no coincide con la mayor parte de la sesuda comunidad estratégica. Ambos tienen una idea de liderazgo personalista, que no encaja en los análisis convencionales de los asesores de seguridad nacional, y consideran que les corresponde tomar la iniciativa para liderar a sus pueblos en los grandes momentos y que ha llegado la hora de hacerlo. Kim ha acelerado un proceso que le ha permitido negociar desde una posición de fuerza y conseguir gestos de acercamiento, primero, de los líderes del Sur y, ahora trata de hacer lo mismo con su “homólogo” estadounidense. Trump, por su parte, no encuentra soluciones militares para quebrar la voluntad proliferadora de Corea del Norte y piensa que su política de máxima presión ha hecho suficiente mella en la economía norcoreana para que estén dispuestos a hacer concesiones sustantivas. Ambos desean salir de la reunión con algún resultado inmediato que pueda reafirmar su liderazgo personal y ninguno tiene nada que perder porque siempre podrán culpar al otro del fracaso.
“Sería la primera vez en la historia que un presidente norteamericano en el cargo se reuniría con el principal líder norcoreano”
Este anuncio ha sido recibido con esperanza por la inmensa mayoría de la comunidad internacional, pues lo percibe como una oportunidad única para avanzar en la resolución de un conflicto que lleva décadas amenazando la seguridad de Asia Oriental y se ha convertido en el mayor desafío al régimen de no proliferación nuclear. Recordemos, que sería la primera vez en la historia que un presidente norteamericano en el cargo se reuniría con el principal líder norcoreano. Sin embargo, hay elementos que aconsejan moderar ese optimismo. La reunión puede no llegar a celebrarse, tener tan pocos resultados prácticos como anteriores rondas de negociación o ser un fracaso de tal magnitud que podría dejarnos más cerca que nunca de un enfrentamiento militar.
Corea del Norte ya ha hecho sus primeras concesiones, congelar los ensayos nucleares y de misiles, y aceptar la celebración de maniobras militares conjuntas entre los ejércitos de EEUU y Corea del Sur. Además, sería esperable que pudiese realizar otros gestos antes o durante una eventual cumbre Trump-Kim, como liberar a los tres ciudadanos norteamericanos detenidos en Corea del Norte, al ciudadano canadiense y al australiano que se encuentran en la misma situación, o realizar avances sobre la situación de los ciudadanos japoneses secuestrados entre 1977 y 1983.
Habitualmente en todo proceso diplomático de negociación las cumbres entre las máximas autoridades suelen ser la culminación de un dilatado trabajo previo en el que las partes han ido acercando posiciones. Sin embargo, este no es el caso, como evidencian las declaraciones de Tillerson desde Etiopia unas horas antes del anuncio de Trump diciendo que su país estaba “muy lejos” de establecer negociaciones con Corea del Norte. No debemos esperar, por tanto, un acuerdo fruto del encuentro entre ambos líderes, pues resultaría a todas luces prematuro.
En las múltiples declaraciones sobre la crisis nuclear norcoreana realizadas desde la Administración Trump, el acento se ha puesto en lo que EEUU no estaba dispuesto a hacer al negociar con Pyongyang, no en lo que estaba dispuesto a ofrecer, más allá de un levantamiento a posteriori de las sanciones, a cambio de la desnuclearización de Corea del Norte. Esta oferta es a todas luces insuficiente para alcanzar algún tipo de acuerdo. Trump tendrá que arriesgar más si quiere avanzar en la resolución de esta crisis. Para ello tendrá que ofrecer garantías de seguridad, que pueden ir desde la reducción de los ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur, a la firma de un tratado de paz, a la normalización de relaciones diplomáticas, o a la, mucho más improbable, retirada de las tropas estadounidenses de la península coreana. A esto se podría añadir asistencia económica y humanitaria de diferente índole, que contribuyese a impulsar el desarrollo económico de un país que está lastrado por muchos más factores que las sanciones internacionales.
Por tanto, la mejor noticia que podemos esperar es que finalmente se celebre la cumbre Trump-Kim y que esta sirva de aldabonazo a un proceso de negociación necesario para alcanzar resultados concretos en materia de no proliferación nuclear y para la estabilización de Asia Oriental. Por el contrario, un rotundo fracaso de la misma podría empujar a Kim a redoblar los esfuerzos para desarrollar su programa nuclear y de misiles y a Trump a considerar que la vía militar es la única opción posible para evitar que EEUU pueda quedar dentro del alcance del armamento nuclear norcoreano. Por tanto, esperemos que ambos líderes estén a la altura y no nos pongan más cerca de un terrible conflicto bélico.