El Capitolio acogió el segundo discurso sobre el Estado de la Unión del presidente de EEUU, Donald Trump. Precedido por un insólito cierre parcial del gobierno, Trump llegó incluso a barajar otras localizaciones después del shutdown y su rifirrafe con la líder demócrata, Nancy Pelosi, pero la solemnidad del Congreso finalmente se impuso.
Cuando al partido del presidente se le arrebata una de las Cámaras del Congreso tras unas elecciones de medio término, en el discurso sobre el Estado de la Unión que le sigue el inquilino de la Casa Blanca suele tender la mano al partido contrario, trata de buscar elementos en común con él y en general se muestra algo más humilde. Ocurrió en su momento con Bill Clinton y George W. Bush y sobrevolaba la duda sobre si Donald Trump seguiría el mismo camino. A pesar de que desde el Despacho Oval se había hecho hincapié en que precisamente en este discurso se buscaría la unidad y el compromiso con los demócratas, había bastante escepticismo sobre todo porque sería la primera vez que hablaría ante una audiencia mayoritariamente demócrata, con más diversidad étnica y de género, y con muchas caras nuevas.
Pero empezó en tono conciliador:
“Millions of our fellow citizens are watching us now, gathered in this great chamber, hoping that we will govern not as two parties but as one Nation. The agenda I will lay out this evening is not a Republican agenda or a Democrat agenda. It is the agenda of the American people.”
Para quien no lo sepa, “democrat” es el término que de forma despectiva y peyorativa utilizan los oponentes para referirse al Partido Demócrata, mientras que el adjetivo correcto debería ser “democratic”. ¿Es así como ofrece la mano, es ésta la manera de empezar un compromiso? Tampoco debería resultar extraño viniendo de quien viene porque no es la primera vez que tiende la mano para luego atacar.
Fueron solo un par de minutos. Luego pasó a alabar su gestión y sus éxitos, como cualquier otro presidente. En este caso, daba igual que fueran hitos reales, más o menos adornados, o imaginarios. Así, ensalzó el boom económico lanzado por su administración y nunca antes visto en la historia de EEUU; se enorgulleció de haber reducido como nadie las regulaciones; se jactó de revolucionar el sector de la energía; y en general de convertir a EEUU en la envidia del mundo. Para sostener todos estos argumentos ofreció algunos datos, otros los omitió y otros los infló. Pero avisó:
“An economic miracle is taking place in the United States –and the only thing that can stop it are foolish wars, politics, or ridiculous partisan investigations”.
De nuevo otro ataque, esta vez desestimando las investigaciones rusas que serán claves en este año que comienza.
Tampoco faltó su oscura retórica sobre la inmigración y su conexión con el crimen, los contrabandistas, los cárteles y los traficantes de droga. Y de nuevo un tema alrededor de una gran ficción: que ésta es la mayor crisis a la que tiene que hacer frente EEUU cuando no hay datos que lo avalen. Sin embargo, no dio respuesta a lo que va a pasar dentro de 10 días cuando presumiblemente finalicen las negociaciones entre republicanos y demócratas sobre la seguridad de las fronteras y con la amenaza de un nuevo cierre parcial del gobierno.
También atacó a China, el país que amenaza a la industria estadounidense, la que roba su propiedad intelectual, los empleos a los trabajadores y la riqueza del país. Atacó el antiguo NAFTA y pidió al Congreso el apoyo al nuevo acuerdo que él ha negociado. Justificó la salida del Tratado de Armas Nucleares Intermedias (INF, en sus siglas en inglés), así como la de los efectivos militares de Siria y Afganistán, aunque sin muchos argumentos.
E incluso habló mejor de Corea del Norte que de la OTAN, aunque destacó el incremento en el gasto de defensa que están llevando a cabo los aliados gracias a la presión de Washington. Sobre Corea afirmó que, de no haber sido él presidente, Washington estaría inmerso en una letal guerra con Pyongyang. Ahí es nada.
Al final fue un discurso contrario a lo que se anunció. No fue de unidad y en su esencia fue un discurso dirigido a su base. Un discurso que perfectamente podría servir para la convención republicana del 2020. Pero si Donald Trump quiere aspirar a un segundo mandato lo que precisamente necesita ampliar es esa base. Lamentablemente nunca se ha mostrado como un presidente para todos los estadounidenses.
“Tonight, we renew our resolve that America will never be a socialist country”. Este es uno de los ejemplos más claros de que se dirigía exclusivamente a su base, en parte temerosa de esos demócratas jóvenes y progresistas que están tomando posiciones.
Fue un discurso donde tampoco fijó las líneas de actuación para este nuevo año, como suele ser normal. Fue un discurso esencialmente político y carente totalmente de políticas –suele ser una mezcla de ambas cosas–. Pero teniendo en cuenta que el proceso político está roto en Washington, se podía esperar.
Un discurso que perfectamente podemos olvidar. Banal, insustancial y con el acicate de que Trump carece de elocuencia para persuadir o conmover con las palabras.
“The State of the Union is strong”, dijo en un momento Donald Trump a lo que los republicanos respondieron con fervor aplaudiendo y gritando ¡U-S-A, U-S-A…! Nancy Pelosi ni se inmutó. Y es que, el Estado de la Unión más que fuerte está dividido.