En las últimas décadas, EEUU ha sido capaz de proyectar su poder militar por el mundo sin apenas oposición. Lo ha podido hacer porque su doctrina, estructura de fuerzas y equipo se lo permitían gracias a la tecnología desarrollada para el modelo actual. Como explica Luis Simón, en un ARI sobre “Offset Strategy: ¿Hacia un nuevo paradigma de defensa en EEUU?” que acaba de publicar el Real Instituto Elcano, EEUU en los años 70 buscó compensar la superioridad convencional rusa desarrollando tecnologías que le aseguraran la superioridad militar. Todos los progresos estadounidenses en armas de precisión, sistemas de mando, control, computación, comunicación, vigilancia, reconocimiento, adquisición de blancos y navegación han servido a EEUU y sus aliados para proyectarse en todos los escenarios geográficos u operacionales posibles.
Ahora, el modelo de proyección de fuerzas se enfrenta a grandes retos que amenazan su viabilidad. Unos proceden de potencias rivales como China y Rusia, que han desarrollado capacidades específicas (anti-access/area denial o A2/AD) para denegar el acceso fácil a escenarios donde compiten. Otros rivales menos poderosos como Irán, Pakistán y Siria están desarrollando tecnologías disruptivas similares y todos –incluidos muchos de los actores no estatales violentos– persiguen hacerse con medios asimétricos que aúnan cantidad y bajo coste para contestar la hegemonía tecnológica del modelo expedicionario actual.
Además de los retos exteriores, la proyección del poder militar occidental se enfrenta a otros retos internos que tienen que ver con las restricciones presupuestarias, el desgaste del apoyo político y social tras varias décadas de misiones internacionales y otros factores que han puesto en cuestión el paradigma vigente de intervención militar. El Real Instituto Elcano ya se hizo eco de estas tendencias en su informe de 2013 sobre “La defensa que viene”, alertando sobre la necesidad de revisar los modelos de proyección de fuerzas, en particular, y la de los de defensa en general.
Ahora, la nueva Estrategia de EEUU trata de compensar los obstáculos crecientes a la proyección de fuerzas impulsando nuevas tecnologías, conceptos operativos, estructuras de fuerzas y modos de combatir. Aunque muchas de las innovaciones anteriores ya se encuentran cerca de su madurez, todavía es pronto para conocer el alcance último de este salto cualitativo a largo plazo. Sin embargo, y a la luz del impacto de los paradigmas anteriores sobre los medios y modos de combatir occidentales, es necesario reflexionar sobre lo que se nos viene –y lo que se nos va– en materia de defensa.
La primera reflexión tiene que ver con la base tecnológica e industrial de la defensa. Hasta ahora, los Estados protegían sus industrias para asegurarse de contar con el equipamiento militar más moderno posible. A cambio de sus adquisiciones, las empresas investigaban, desarrollaban e innovaban sus productos para satisfacer los requisitos técnicos que demandaban los usuarios militares. Esta relación se ha comenzado a quebrar cuando el creciente coste de los equipos que se solicitan no se corresponden con las disponibilidades presupuestarias de los países occidentales. En mayor o menor medida según las circunstancias de cada país, la demanda a las industrias nacionales se ha reducido, por lo que estas han tenido que buscar mercados alternativos y, al hacerlo, se han encontrado en el mercado global con fuertes competidores industriales cuya competitividad crece al amparo de programas militares expansivos de países que no han disfrutado hasta ahora de productos tecnológicos de vanguardia. Incluso si las industrias occidentales encuentran nichos de mercado alternativos o consiguen fusionarse para lograr economías de escala, no podrán mantener la relación de dependencia con sus estados como hasta ahora.
La razón estructural, circunstancias presupuestarias aparte, es que la tecnología progresa a un ritmo tal que, casi inevitablemente, cualquier equipo que se solicite quedará obsoleto cuando se despliegue si pasan tantos años entre el pedido y la entrega como hasta ahora. Sin inversión estatal cautiva en I+D + i, las empresas tendrán que reorientar su inversión tecnológica e industrial en productos distintos de la defensa, en todo caso de seguridad y, en todo caso, de carácter dual civil y militar.
Los cambios desbordan todas las previsiones y colocan a los planificadores militares e industriales ante la necesidad de adoptar decisiones difíciles. No disponiendo de dinero ilimitado, tendrán que comprar sólo lo que se puedan permitir. Las adquisiciones no podrán seguir el ritmo exponencial de la innovación tecnológica y habrá que apostar por saltos de las mismas. Se podrán preservar algunas capacidades y estructuras de fuerza básicas pero será a costa de renunciar a otras. Tendrán que adoptar prioridades y correr riesgos, sin que puedan seguir manteniendo la variedad y cantidad de fuerzas terrestres, navales y aéreas actuales. Habrá que dejar paso a las fuerzas espaciales y cibernéticas, a las operaciones especiales, a los sistemas no tripulados y a los robots. La Estrategia de compensación de EEUU es un efecto más –y no la causa– de la revolución tecnológica en el sector industrial de la seguridad y defensa. Su principal valor es el alentarse a otros departamentos de Defensa y fuerzas armadas en reconocer el cambio y aplicarse a su adaptación. Los Estados occidentales, y las sociedades a las que defienden, deberán aprender a vivir en un mundo de defensa nuevo. Pueden seguir el camino estadounidense o evitarse complicaciones y complacerse en prorrogar la vigencia de un modelo de defensa que hace aguas.