Joe Biden lo venía anunciando desde hace tiempo. En un artículo que publicó en Foreign Affairs en marzo de 2020 ya hablaba de una política exterior cuasi realista, cimentada en valores, internacionalista, diferente de la de Trump, pero también de la de Obama y, lo más llamativo, con especial énfasis y conexión con la política doméstica. El secretario de Estado de EEUU, Antony J. Blinken, ha vuelto a confirmar esa tendencia en un discurso sobre “una política exterior para el pueblo americano”. Expuso ocho temas urgentes para EEUU que tienen en común un impacto directo en los ciudadanos: la COVID-19, la crisis económica, el tema migratorio, la importancia de los socios y aliados, la lucha contra el cambio climático, el liderazgo tecnológico y la relación con China.
Pero ¿qué es una política exterior para la clase media? La política exterior y lo que en EEUU se entiende como “seguridad nacional” se han asociado desde el siglo pasado con la alta política mundial, con las grandes cumbres internacionales y los conflictos; ha evocado imágenes de armas nucleares, de cascos azules y de esferas de influencias. El adjetivo “internacional”, íntimamente relacionado con la política exterior y la seguridad nacional, las ligaba casi exclusivamente con lo que pasaba más allá de las fronteras nacionales. Pero hoy en día encierran mucho más. Imágenes más cercanas nos hablan de campos de refugiados, de inmigrantes, de luchas internas y del deshielo de los casquetes polares; de los sistemas de vigilancia y de control para identificar potenciales amenazas y comportamientos sospechosos, y las consecuencias políticas, económicas y sociales de la globalización. Entender la manera en la que las decisiones de política exterior afectan a los ciudadanos, directa e indirectamente, es tan importante como complicado.
Para Antony J. Blinken, una política exterior adecuada será aquella que vaya a mejorar la vida de los estadounidenses, que la haga un poco más segura, algo más próspera y esperanzadora, y en la que el aspecto económico es crucial. Se trata, por tanto, de equilibrar las prioridades de política exterior preguntándose cuáles de los retos y amenazas afectan al modo de vida de los ciudadanos, a su día a día. Se trata de ser más receptivos y responsables frente a ellos.
No es, o no quiere ser, un simple eslogan político –una de esas pequeñas consignas que se nos fija en el hipotálamo. Y de hecho es algo en lo que han estado trabajando en los últimos dos años, entre otros, Jack Sullivan –actual asesor de seguridad nacional y cuyas ideas se vieron reflejadas en el discurso de Blinken– y Salman Ahmen –actualmente director de planificación de políticas en el Departamento de Estado– en un proyecto bipartidista de la Carnegie Endowment, dirigida entonces por William Burn, quien ha sido escogido por Biden para dirigir la CIA. El resultado fue un documento que se acerca mucho a lo que aspira a ser la política exterior de la actual Administración.
Pero no es una tarea fácil. El primer escollo es reconectar a los ciudadanos con la política exterior. En las últimas dos décadas, la clase media estadounidense ha tenido que hacer frente a un crecimiento de la competencia, a la revolución en las tecnologías de la información, a costosas y frustrantes guerras en el extranjero y a una creciente disfuncionalidad política. Los puestos de trabajo y las remuneraciones han sufrido, así como las inversiones y las finanzas públicas, y la confianza en el gobierno y en las instituciones. Las desigualdades económicas también se han acentuado, y todo ello antes de las dolorosas consecuencias del coronavirus.
Una buena salud de la clase media es un prerrequisito para la fortaleza y la estabilidad de un país como EEUU. Un estudio de la OCDE confirma que los países con una poderosa clase media tienen mayor cohesión social, mayores niveles de confianza pública, menores porcentajes de crímenes, mayor estabilidad política y mejor gobernanza. Sin una amplia y vital clase media, EEUU se arriesga, por tanto, a una creciente desigualdad económica en casa que pone en cuestión el valor de EEUU como líder en los asuntos del mundo.
Es justo pensar que eso es exactamente lo que Donald Trump quiso hacer –una política exterior para la clase media– aunque no consiguió dar con la solución correcta. No hay que olvidar que el expresidente cambió de manera radical el debate sobre el comercio, la globalización, China, la soberanía nacional, lo que significa ser parte de una alianza y de organismos internacionales, y todo ello resonó entre los ciudadanos, y sobre todo en las zonas rurales desconectadas de la clase política de Washington y de los internacionalistas. El problema de la actual Administración es demostrar que, a pesar de que son problemas totalmente legítimos, la solución no es ni el nacionalismo económico ni el aislacionismo. ¿Cómo demostrar a las clases medias que se benefician de las alianzas de EEUU, de un sistema económico internacional libre, de unos mercados de capitales globales flexibles, y del desarrollo económico y la estabilidad en el resto del mundo?
Aquí radica la principal dificultad: en su implementación teniendo en cuenta los numerosos ámbitos que hay que considerar, desde la política industrial, la apuesta por los sectores estratégicos, las telecomunicaciones, la sanidad, la inteligencia artificial, hasta las inversiones en todos estos sectores teniendo en cuenta la competición con China. Y, además, tratando de evitar que esa fusión de la política doméstica y exterior herede los rencores y la polarización de la política nacional.
Luego está la otra cara de la moneda: cómo demostrar a los aliados que esta política exterior para la clase media no va en contra de los esfuerzos de Washington por reconstruir los lazos con sus socios. Una política de este tipo sugiere que EEUU no necesariamente asumirá su liderazgo tradicional defendiendo de forma inequívoca las prácticas comerciales liberales, porque protegerá en primer lugar a sus consumidores, a sus empresas y a sus trabajadores. De ahí que no se espere, por ejemplo, una vuelta al TPP, aunque la lógica de la competición con China y de la centralidad de los aliados de la región pudieran apuntar a ello.
Qué significa la política exterior para los trabajadores y las familias, qué hacer en el mundo para ser más fuertes en casa, y qué hacer en casa para ser fuertes en el mundo no son preguntas sencillas, y tampoco lo son las respuestas, ni siquiera para la Administración Biden.