La ira, el enfado (anger) de muchos ciudadanos, es quizá de los términos que más salen en los análisis y en las encuestas, tanto cuantitativas como cualitativas, sobre las elecciones en EEUU. Ha crecido desde 2010. Y es esta ira la que explica fenómenos como Donald Trump, Ted Cruz o, en el otro lado del espectro, Bernie Sanders. Cruz ha ganado las primarias republicanas en los caucus de Iowa, donde las minorías étnicas no pesan, y sí los evangélicos. Pero no es menos radical que Trump (aunque sí menos ostentoso y provocativo), ni menos rechazado por el establishment republicano. Es “la nueva política de la frustración”, como la califica Elizabeth Drew, definida por el miedo (económico, social, de seguridad, incluido al terrorismo), el resentimiento y el racismo o xenofobia. Esta ira no es algo exclusivo de la sociedad americana, sino que se repite, bajo diversas formas, también en Europa. Y allí, como aquí, está transformando la política.
Aunque lo ocurrido en Iowa, y lo que ocurra (hoy) en New Hampshire no determine las primarias (el tercero como indicaba Nicolas Checa, es importante, y Marco Rubio, ha logrado un buen resultado en Iowa), sí refleja u profundo malestar en una parte de la sociedad americana, especialmente la de los varones blancos, más que las mujeres. Esta política es reflejo de la crisis de las clases medias. El ingreso medio real de los hogares ha caído en un 12% entre 2000 y 2014, y la desigualdad ha crecido, a pesar de que la tasa de paro se haya reducido a un 5% y haya una cierta reindustrialización (es verdad que con mayor automatización y robotización).
La movilidad social es menor, y el llamado “sueño americano” de ascender se ha quedado en eso, en un sueño. Sobre todo, debido al deterioro del sistema educativo público y al encarecimiento del privado. Las diferencias en educación –que dependen del entorno social en el que se ha nacido– son un factor central de desigualdad, como ha reflejado el gran sociólogo Robert Putman en Our kids (“nuestros hijos”), un libro encomiable. Entre los varones blancos, los que no tienen estudios universitarios tienden a votar a Trump o a Cruz. Ven en la inmigración (ahora esencialmente latinoamericana) no tanto una competencia para sus puestos de trabajo (muchos no quieren hacer ya algunas labores), sino una presión a la baja de los salarios, y una amenaza cultural. Por su parte, los frustrados, por no encontrar empleo acorde con su titulación, con estudios superiores forman la base más sólida que vota por Bernie Sanders, que se define a sí mismo como socialista democrático. Un 84% de los jóvenes demócratas votaron por él en Iowa, aunque acudieron en menor número a los caucuses que en la primera campaña de Obama en 2008. La nueva política también juega contra Hillary Clinton, como se ha visto en Iowa, aunque pocos dudan de que será la candidata demócrata.
Este voto de la ira es de los perdedores de la situación, aunque no deja de ser paradójico que tantos lo hagan por Trump, un triunfador, por definición, aunque alejado de “Washington”, entendiéndose por ello el Estado federal, los políticos profesionales y el establishment, lo que le ayuda. Recelan también de Wall Street y los grandes bancos. Temen por su futuro y el de sus hijos. Y más que a Trump o a Cruz como políticos, lo que apoyan son las posiciones que defienden estos últimos con mensajes simples en una sociedad que se ha polarizado.
La religión ha perdido cierta importancia en EEUU, pero ningún candidato se atrevería a declararse ateo o no creyente. George Bush hijo basó su victoria en 2000 en cultivar a los evangélicos. Estos han perdido algo de peso, aunque aún cuentan, como se ha visto en Iowa. Trump se los ha alienado. Ted Cruz, lo es en un grado radical. Pero hasta Hillary Clinton ha tenido que hablar por primera vez de su religión y de sus creencias –se declara metodista–, citando el Sermón de la Montaña.
Cruz y Trump recogen el enfado de los ultraconservadores contra su propio Partido Republicano por, a pesar de controlar el Congreso desde 2010 y totalmente desde 2014, no haber frenado la inmigración o logrado desmontar el programa de cobertura sanitaria conocido como Obamacare, que ha ido calando progresivamente. Detrás está también parte del Tea Party, ahora menos prominente, pero aún influyente. Pero pase lo que pase en las primarias, hay que tener en cuenta estos mensajes y que EEUU, como España, como buena parte de Europa, ha entrado en una nueva fase.