Aún hay que esperar a las audiencias y posteriores confirmaciones en el Senado para que Chuck Hagel, John Kerry y John Brennan formen, de manera oficial, el nuevo equipo de seguridad nacional de Barack Obama. Todo indica que así será pero, a diferencia de ocasiones anteriores, no se tratará de un simple acto rutinario. Esta vez los elegidos serán sometidos a intensos interrogatorios, especialmente Chuck Hagel, ex senador republicano.
Tras la victoria de Obama, el nombre de Hagel apareció en las primeras listas que los medios manejaron sobre los posibles candidatos al Pentágono, señalando que su elección respondería a la tradición bipartidista que Washington necesita, sin desestimar su experiencia como soldado, como héroe, como CEO y como miembro del Senado. Pero cuando los rumores sobre su candidatura se reforzaron, y sobre todo tras la autoexclusión de Susan Rice como candidata a dirigir el departamento de Estado, Hagel empezó a ser atacado de forma inmisericorde como lo fue Rice, un fenómeno que Washington se apresuró a bautizar como swift-boating o ricing.
Y los ataques le venían por la derecha, de sus antiguos compañeros de partido, con excepciones como la del demócrata Eliot Engel. Sacaron a la luz lo que ellos consideraban una supuesta hostilidad de Hagel hacia Israel, argumento que ha ido perdiendo peso ante la falta de evidencias que lo sostenían. No hay ninguna razón para pensar que el nuevo secretario de Defensa no vaya a mantener la estrecha cooperación del Pentágono con Israel, como hicieron sus antecesores Leon Panetta y Robert Gates. Este último, además, se ha mostrado crítico en público ante ciertas políticas de Israel. Sí es cierto, sin embargo, como señalan sus detractores que Hagel se ha apartado en ocasiones del consenso bipartidista en algunos asuntos de Oriente Medio. Fue, por ejemplo, uno de los dos senadores que votaron en contra de imponer sanciones a Irán y Libia en 2001, y fue uno de los pocos que no firmó una carta dirigida a la UE para pedir que designaran a Hezbollah como organización terrorista. Además, en 2008 afirmó que EEUU tendría que aprender a vivir con un Irán nuclear, al igual que fue capaz de hacerlo con la Unión Soviética. Pero ese era el antiguo Hagel, antes de ser nombrado. Ahora, de cara a su audiencia en el Senado, Hagel ha asegurado estar en la misma línea del presidente norteamericano con respecto a Irán, afirmando que la acción militar también tiene que estar sobre la mesa. Puede que abrazar tal postura ahora haya sido un requerimiento de Obama para ser nombrado. Pero también es cierto que hay una cercanía y sintonía entre ellos, coincidiendo en muchos asuntos como cuál debe ser el compromiso de EEUU en el exterior –con una disminución de la presencia en algunas regiones–, la apuesta por un repliegue rápido de Afganistán y su pertenencia al movimiento Global Zero, que aspira a un mundo sin armas nucleares.
Sin embargo, el principal reto al que deberá enfrentarse Chuck Hagel va a ser la gestión de un departamento que va a sufrir drásticos recortes al tiempo que las amenazas y los desafíos crecen. Por tanto, parece inevitable que deba ir más allá de las pautas estratégicas que la Administración dio en enero de 2012, preguntándose ahora cómo podrá mantener la estabilidad en el Pacífico y el Golfo Pérsico –identificadas como las áreas prioritarias–, lo que le dará a su vez las claves de dónde recortar y dónde no.
John Kerry, por su parte, será el próximo secretario de Estado, favorecido por la decisión de Susan Rice de acabar con lo que podría haber sido una durísima batalla de confirmación en el Senado. Era la candidata natural de Barack Obama para sustituir a Hillary Clinton. Sin embargo, el haber actuado como el “buen soldado” y acudir, tras la negativa de los secretarios de Estado y de Defensa, a los programas dominicales estadounidenses a exponer los controvertidos talking points del gobierno tras Bengasi tuvo sus consecuencias. Los ataques contra Rice por su explicación de la muerte del embajador Stevens sorprendieron por su dureza incluso en Washington, aunque ni la embajadora ni Obama fueron hábiles a la hora de gestionar la crisis. Al final, ha sido John Kerry el principal beneficiado, contando con el voto de los republicanos que, ante el dilema de Rice, prometieron apoyarle. Ya no pueden echar marcha atrás.
Como ocurrió con Ted Kennedy, se dice de John Kerry que se ha convertido en mejor senador y servidor público desde que perdió la carrera a la presidencia. Esto, sumado a sus casi tres décadas haciendo política exterior en el Senado, le ha dado la experiencia y el respeto necesarios para asumir el nuevo cargo. Sin embargo, no es un hombre con nuevas y atrevidas ideas, que es lo que inicialmente había prometido el equipo de Obama para la secretaría de Estado. Y tampoco se espera de él que actúe con la determinación e independencia de la que hizo uso la secretaria Clinton, que presionó mucho a la Casa Blanca en algunos asuntos y que fue determinante en el “pivote” hacia Asia.
Aunque nada impedirá su asunción del cargo, afloran algunas dudas sobre la posible gestión de Kerry al frente del departamento. El Washington Post, por ejemplo, ha sido especialmente duro con él, advirtiendo sobre su “excesiva fe” en los potenciales beneficios del engagement con dictadores y “regímenes granujas”, y otros le recuerdan que se refirió a Bashar Al Assad como “mi querido amigo” al inicio de la crisis en Siria. Lo cierto es que John Kerry llega en un momento crítico en la política exterior de EEUU, con asuntos urgentes como Siria, las amenazas nucleares norcoreanas, el programa nuclear iraní y, más recientemente, Mali.
En cuanto a John Brennan, las preguntas más comprometedoras a las que pueda estar sometido en el Senado podrían venir de la izquierda. No hay que olvidar que su nombre se barajó hace unos años para la CIA, pero varios grupos de derechos humanos presionaron para que fuera descartado al relacionarlo con asuntos como los programas de detención de sospechosos. En esa ocasión se escogió al general Petraeus.
A pesar de todo, Brennan es enormemente popular y tiene un alta consideración tanto entre demócratas como republicanos, aunque no se descarta que alguien aproveche la oportunidad del Senado para abrir un debate público sobre la legalidad y la transparencia sobre el uso de los drones. Brennan ha sido precisamente uno de los hombres clave en la estrategia de light footprint de Obama, en la que se apuesta por menos botas en el terreno, más ciberguerra, más fuerzas especiales y más drones. Ha gozado de un enorme poder, nunca visto hasta ahora en un asesor de contraterrorismo, y participado en el diseño de las propias políticas, algo que supuestamente en la CIA no le correspondería hacer, pues deberá limitarse a la inteligencia y al análisis. Aquí precisamente podría estar una de las principales dificultades en la transición de Brennan a su nuevo puesto en la central de inteligencia.
El nuevo equipo de Obama derrocha experiencia, cercanía al presidente y, de alguna manera, cierto escepticismo a la hora de utilizar la fuerza. Todos ellos abrazan la estrategia del light footprint y parece que llegan para consolidar la política de Obama iniciada en su anterior mandato. Sin embargo, muchas voces en Washington están pidiendo cambios en esa estrategia que no ha resultado la más adecuada para hacer frente a los retos del momento. Bengasi y la intensificación de la guerra civil en Siria son dos de los ejemplos. Pero si realmente Washington baraja un posible cambio, ¿serían los nominados los más adecuados para llevarlo a cabo?
Las audiencias previas a las confirmaciones de los tres puestos –a pesar de algunas distracciones que encabezarán determinados senadores republicanos– serán las primeras que den las pautas de la dirección que podrá tomar la política de seguridad nacional de EEUU en los próximos años. Es más: según cómo queden las cosas cuando acabe el proceso de confirmación y, sobre todo, en qué estado quedarán las relaciones entre demócratas y republicanos, se podrá tomar la temperatura al resto de cuestiones clave para EEUU, como el precipicio fiscal, la inmigración y la energía.