Se trata de una pregunta trampa porque las posibilidades de que no haya elecciones el martes que sigue al primer lunes de noviembre del 2020 son escasísimas, empezando porque a día de hoy ni demócratas ni republicanos apoyarían la medida. Además, se trata de una fecha cuasi-sagrada para los estadounidenses donde, además de al inquilino de la Casa Blanca, eligen a senadores y a representantes por lo que toda la maquinaria está en juego. Sin embargo, la emergencia sanitaria creada por la pandemia del COVID-19 y el miedo a que haya una segunda oleada en otoño y empeoren las condiciones médicas y sociales, han desatado las especulaciones.
El estado de Ohio fue el primero es postergar las elecciones primarias de marzo a abril, gracias a la determinación del gobernador republicano, Mike DeWine, quien desafió la decisión de un juez del estado que dictó que la votación no se podía detener. Y le han seguido al menos 15 estados y territorios más. ¿Podría Donald Trump retrasar o cancelar las elecciones del 3 de noviembre? Desde luego no estaría permitido que lo hiciera de manera unilateral. Solo una combinación de acciones del Congreso y de los estados podría retrasar, pero no posponer, la elección del presidente y del vicepresidente. Por otro lado, el único plazo detallado en la Constitución de EEUU es el final del mandato del presidente y vicepresidente a media noche del 20 de enero del año que sigue a la elección general. En cualquier caso, no hay precedentes en la historia de EEUU: hubo elecciones durante la guerra civil, durante la pandemia de la mal denominada gripe española y durante la II Guerra Mundial.
Sí, las elecciones se celebrarán el 3 de noviembre, pero hay muchos otros interrogantes. Están las dudas sobre la celebración de las convenciones nacionales de los partidos, donde los delegados escogen de manera oficial a su candidato y, tras su discurso de aceptación, se da el pistoletazo de salida a la campaña electoral propiamente dicha. Los republicanos tratarán de inyectar confianza manteniendo la convención para el 24 de agosto en Charlotte (Carolina del Norte). Los demócratas ya la han pasado del 13 de julio al 17 de agosto y seguirá celebrándose en Milwaukee (Wisconsin), aunque Joe Biden ya está hablando de una convención virtual. Sin una decisión aún tomada sobre el formato, el Comité Nacional Demócrata querrá evitar la imagen de que se derrocha dinero en medio de una crisis económica. Aquí es donde los republicanos les llevan ventaja, con muchos más millones recaudados hasta ahora para la campaña. El principal problema para los demócratas fue que el despegue de Biden en las primarias coincidió con las crisis del coronavirus, congelando su “momentum” y dificultando la recaudación de fondos. Ahora, a las puertas de una recesión económica es difícil pedir dinero a los estadounidenses para la campaña electoral.
Por otro lado, la proximidad de ambas convenciones cambia los cálculos que habían hecho los demócratas. Habían planeado celebrar la convención excepcionalmente pronto –42 días antes que los republicanos– lo que les hubieran permitido tomar la delantera en la campaña y lograr un empujón antes de que la cobertura de la convención republicana dominara la escena. Ahora se celebrarán con unos pocos días de diferencia, aunque por otro lado no va a ser tiempo suficiente para que los republicanos planifiquen la respuesta y los discursos como contestación a Milwaukee.
También hay muchas dudas sobre la propia campaña electoral y sobre cómo legitimar un proceso en el que los candidatos puedan dirigirse a los estadounidenses para mostrarles sus ideas. Hasta ahora lo que ha quedado patente es que, gracias a la crisis sanitaria, el presidente de EEUU se ha vuelto mucho más visible que nadie para el público estadounidense. Tiene a su disposición la sala de prensa de la Casa Blanca desde la que todos los días, durante un par de horas, habla directamente a los estadounidenses. Una plataforma que utiliza no solo para sesiones informativas sobre el COVID-19 sino para atacar a oponentes, gobernadores y medios de comunicación. Tiene en mente las elecciones de noviembre y no quiere que nadie entorpezca su reelección.
Joe Biden, aún “presunto” candidato demócrata, ya tiene despejado el camino gracias a la renuncia de Bernie Sanders del que ha recibido su respaldo explícito, mucho más claro y rápido que en 2016, lo que revela la determinación del Partido Demócrata de mostrar más unidad que nunca. Biden está tratando de ganar presencia y hacer frente a un ecosistema mediático que desde la crisis gira alrededor de Trump. Desde su sótano ha puesto en marcha una serie de briefings virtuales con los medios, ha comenzado una Newsletter y el podcast “Here’s the deal” para conectar con los electores. Cree, además, que la excesiva exposición puede perjudicar a Trump, sobre todo ahora que trata de mostrarse como un “wartime president”.
La buena marcha de la economía era la base para la reelección de Donald Trump, pero con una recesión en el horizonte se ha visto obligado a buscar otro mensaje para sus votantes. La opción que ha encontrado ha sido la de presentarse como un presidente en tiempo de guerra, y le puede salir bien si logra aplanar próximamente la curva del COVID-19. Entonces podría reclamar su éxito, aunque los gobernadores de los estados no se lo podrán fácil.
La tensión entre la Casa Blanca y algunos de los gobernadores más destacados del país está creciendo exponencialmente. El enfrentamiento sobre la gestión de la crisis y, sobre todo, sobre quién o quiénes van a decidir cuándo y cómo se reabre la economía, puede dar al traste con la estrategia del presidente. Si bien la confianza en la gestión de Donald Trump subió tras la crisis –alrededor de 6 puntos– principalmente como consecuencia del efecto “rally-round-the-flag”, ha sido mucho menor que la subida de cualquier otro presidente de EEUU ante una crisis de gran envergadura. Por el contrario, ha crecido mucho más la confianza en los gobernadores: el 68% de los estadounidenses expresa su apoyo a sus respectivos gobernadores, 16 puntos más que en marzo; y los gobernadores en su conjunto reciben más confianza que el presidente, superándole en 25 puntos porcentuales.
Trump no tiene el temperamento de un presidente en tiempo de guerra, alguien que se presupone empático, emotivo, con la suficiente determinación para hacer uso de sus poderes y para dar las malas noticias. Pero Trump no sabe mostrarse ni convencional, ni presidencialista, que es lo que espera una mayoría de estadounidenses en una delicada situación como la de ahora.
Por último, están los riesgos para los votantes a la hora de ejercer el voto presencial el próximo noviembre. Los demócratas tratan de ampliar las posibilidades de anticipar el voto o extender al máximo posible el voto por correo. Pero son posibilidades abiertamente rechazadas por Trump por el sencillo motivo de que favorecerían a su oponente, ya que históricamente ha sido más beneficiosas para los demócratas. En tres estados –Oregón, Washington, Colorado– se vota exclusivamente por correo, y en gran parte de California también. Pero para implementar tal medida en la totalidad del territorio ya se está llegando tarde, sin olvidar que muchos estados están ahora sobrepasados por la crisis.
Pase lo que pase, está claro que, si elecciones de 2016 fueron impredecibles, las del 2020 lo serán aún más.