El enfrentamiento, relativamente repentino, entre China y EEUU puede marcar al conjunto del mundo en los próximos lustros, organizarlo, o, mejor dicho, desorganizarlo aún más, y dividirlo en ecosistemas en parte incompatibles entre sí, debido a estándares tecnológicos, pero también económicos y políticos, diferentes. No es una mera guerra comercial, sino una lucha por la supremacía, de momento tecnológica, pues es la tecnología, junto al tamaño del país, la economía y la capacidad militar, la que marca el poder y el dominio en estos tiempos. Incluso con un acuerdo entre Donald Trump y Xi Jiping en las próximas semanas, esta confrontación tendrá graves consecuencias para sus países y para el resto del mundo.
Más allá de los aranceles, las medidas de tecnonacionalismo anunciadas por la Administración Trump tendrán un impacto en la política industrial china y en su enfoque geopolítico. No se trata sólo de Trump, sino una visión cada vez más compartida por los demócratas y por algunos sectores tecnológicos estadounidenses. Se está enraizando en EEUU. Privar a Huawei de actualizaciones del sistema operativo de Google (Android), y de las apps y, sobre todo, para esta y otras empresas chinas, de los diseños y fabricaciones de los chips más avanzados (en manos de tres empresas en el mundo), supone asfixiar no sólo a esa empresa, que va más avanzada en tecnología 5G –básica para muchos avances que quedan–, sino al país. Y con ello ganar tiempo para que EEUU alcance a China en este terreno. Se trata de frenar una posible primacía tecnológica china. Huawei no es más que una parte, aunque es una de las grandes empresas multinacionales china.
Tanto si finalmente se llega a un acuerdo como si no, China va a sacar sus lecciones para no ser dependiente de EEUU en estas y otras materias, para hacerse más autosuficiente, y, al cabo, más poderosa. Xi Jinping ha hablado de “una nueva Larga Marcha”. No son pocos los chinos que consideran que el tiempo está de su parte, a medio y largo plazo, aunque a corto tengan mucho que perder. La capacidad de innovación china ha crecido mucho en poco tiempo, aunque aún le quede camino que recorrer. Aunque a menudo no es fácil hacer ingeniería inversa en materia de chips avanzados, China va a tratar de adquirir estas y otras tecnologías cuanto antes.
Esta dinámica puede llevar a la constitución en el mundo de dos ecosistemas digitales en buena parte incompatibles entre sí: uno en torno a EEUU, y otro en torno a China, rompiendo algunas cadenas de suministros esenciales que están en la base de la última fase de globalización, ahora cuestionada. No podrá ser una separación total, pues los ecosistemas de ambos países, y del mundo, están íntimamente imbricados, pero sí en aspectos importantes. En EEUU algunos centros académicos punteros ya se están planteando limitar la aceptación de estudiantes e investigadores chinos (de los que hay 360.000). China, mientras, está entrando en terrenos de competencia con Occidente, como el sistema de pago y de tarjetas de crédito UnionPay, para competir con Visa y otras marcas occidentales. Pekín ha mandado avisos de que puede, en represalia por las medidas de la Administración Trump, limitar sus exportaciones de tierras raras, esenciales para la actual revolución tecnológica. Hay alternativas fuera de ese país, pero pueden suponer un retraso para todos. Por no hablar de 1,2 billones de dólares de deuda estadounidense en manos chinas. O la preocupación de algunas grandes empresas estadounidenses por su presencia en China, desde IBM a Apple.
Todo es parte de una competencia geotecnológica, que pondrá a prueba al resto del mundo. A Europa, “sujeto y objeto” de esta tensión, como la define Luis Simón, dividida ante China, este conflicto le coge en medio, aunque la OTAN, la visión transatlántica y algunos valores compartidos, a pesar de Trump, pesan. Muchas empresas europeas están empezando a padecer de esta tirantez en sus tratos con otras empresas chinas. Ahora bien, la Comisión Europea ya había calificado a China de “competidor económico” y de “rival sistémico”. La idea de Emmanuel Macron de un modelo europeo para la Cuarta Revolución Industrial, entre el de las “empresas Estados” (EEUU) y el “Estado empresa” (China), no acaba de materializarse. El programa de la Franja y la Ruta de China es un proyecto geopolítico esencial, principalmente para Euroasia, y Washington intentará también frenarlo o pararlo.
Rusia, por su parte, hace guiños a Pekín, pero no le conviene echarse plenamente en sus brazos. África, el continente que está viviendo la mayor explosión demográfica, está muy abierta a China. Huawei está protagonizando allí una significativa penetración, con un acuerdo con la Unión Africana. América Latina también vive tensiones ante esta situación. Y en Asia, hay divisiones. La posición de India va a ser pronto determinante. Aunque no sea –¿aún?– una confrontación militar, varios países, encabezados por Japón y Australia, están intentando una coalición frente a China, en la que les gustaría ver implicada a los europeos ¿y a la OTAN?. Claro, la chispa puede saltar en cualquier momento en el Mar del Sur de China, aunque en el terreno militar la superioridad estadounidense es aún aplastante. ¿Por cuánto tiempo?
No cabe olvidar la dimensión de los valores e incluso de las culturas, pues en la Guerra Fría, EEUU y sus aliados y la Unión Soviética compartían una base cultural común amplia, aunque sus sistemas estuvieran separados. La actual dinámica es mucho más compleja –no necesariamente más peligrosa– que aquellos tiempos. El mundo se puede volver a dividir en varias dimensiones, de otras maneras. ¿Puede evitarse? El G20 en Osaka –donde se verán Trump y Xi–, lo va a intentar. Pero estamos metidos en un proceso que tiene difícil vuelta atrás, y que, de confirmarse, nos puede engullir a todos.