A la vista del deplorable espectáculo que ha deparado la elección del presidente de la Cámara de Representantes estadounidense vuelve a cobrar sentido la sensación de alivio que se detectó cuando los resultados electores del pasado noviembre desmintieron lo que predecían las encuestas, que apuntaban sin remedio a una doble victoria de los republicanos, tanto en dicha Cámara como en el Senado. Una sensación que respondía tanto a la inquietud de que la polarización de la sociedad estadounidense acabara por fragmentar internamente el país, hasta llevarlo a lo que algunos ya presentaban en términos de guerra civil, como a la repercusión que esa fractura podría tener en el resto del planeta. Sin embargo, el nombramiento de Kevin McCarthy vuelve a proyectar negros nubarrones en una agenda como en la otra.
En el ámbito interno, lo previsible es que el extremadamente débil liderazgo de McCarthy se traduzca de inmediato en una actitud permanente de obstruccionismo frontal a lo que la Administración de Joe Biden pretenda sacar adelante hasta finales de 2024. Nada sorprendente en realidad, si se tiene en cuenta que esa mayoría republicana (222 escaños, frente a los 213 en manos de los demócratas) es la mejor arma que tienen para poder cerrar el paso a los demócratas en las elecciones presidenciales del próximo año. Lo preocupante no es, por supuesto, la competencia política entre fuerzas que aspiran a llegar al poder para desarrollar sus propias agendas, sino que esa competencia quede secuestrada por individuos dispuestos a cualquier cosa por obtener un puesto –McCarthy– o para tratar de resucitar políticamente –Trump.
Y es que en esta ocasión parece que, para llegar a cumplir su sueño, McCarthy ha tenido que vender su alma política a un reducido número de ultras –los representantes del Grupo de la Libertad, conocidos también como “Los veinte talibanes”, aunque tal vez deberían denominarse “Los veinte de Putin”– con capacidad para imponerle su agenda. Una agenda en la que Donald Trump sigue teniendo una innegable influencia, tanto si es para seguir tratando de dificultar el voto de algunas minorías que los republicanos consideran impermeables a sus proclamas, como para prohibir el derecho al aborto o reducir el papel del Estado en la vida nacional.
Frente a ese oscuro panorama, conviene recordar que a estas alturas de la legislatura Biden ya ha logrado sacar adelante el ambicioso programa de gasto público destinado a modernizar el país y alinearlo con la agenda de transición energética, por un total de 1,7 billones de dólares. Eso no significa, por supuesto, que el panorama esté despejado para Biden y los suyos, cuando faltan por tomar decisiones tradicionalmente disputadas como los subsidios agrícolas y, sobre todo, la fijación del techo de deuda que puede asumir el Tesoro estadounidense, lo que podría abocar a EEUU a la paralización del gobierno (algo que ya ha ocurrido anteriormente sin que eso haya provocado el colapso de sus funciones) y a una suspensión de pagos que podría generar una recesión de consecuencias impredecibles. Pero tampoco cabe decir que McCarthy y el resto de los congresistas republicanos tienen la seguridad de poder reducir programas sociales y presupuestos públicos a su antojo.
En el ámbito externo, uno de los asuntos que más ha destacado en las 15 rondas que McCarthy ha necesitado para convertirse en presidente ha sido el de la ayuda militar y económica a Ucrania. Todo parece indicar que McCarthy se ha comprometido a hacer todo lo que esté en su mano para recortar dicha ayuda; pero, aunque eso pueda inquietar a Biden y, más aún, a Zelenski, cabe recordar que tanto el presupuesto de defensa estadounidense (más de 800.000 millones de dólares) como la ayuda prevista a Kyiv durante el presente año (al menos 45.000 millones de dólares) ya han sido definitivamente aprobados por el Congreso.
En definitiva, con el control del Senado y sus propios poderes ejecutivos –incluyendo su derecho de veto sobre normas que rechace frontalmente–, Joe Biden sigue contando con un considerable margen de maniobra para completar su recorrido reformista en la Casa Blanca. Un margen que permite imaginar que, ante cada próximo intento de bloqueo liderado por McCarthy, sabrá aprovechar las disensiones internas de un partido en el que la alargada sombra de Trump está muy lejos de lograr la unanimidad con la que contó hasta hace poco tiempo. Por el contrario, con su comportamiento, el partido republicano refuerza aún más un perfil fundamentalista que en poco le va a ayudar para recuperar lo que Trump dilapidó, poniendo en cuestión los pilares básicos de un país que cada día que pasa tiene más dificultades para seguir manteniendo esa tradicional imagen de “la ciudad que brilla en la colina”.
Imagen: Kevin McCarthy pronuncia un discurso en la ceremonia de iluminación del Árbol de Navidad del Capitolio en Washington DC (1/12/2021). Foto: Tanya E. Flores / USDA Forest Service (Dominio público).