EEUU está viviendo una de las campañas electorales más sorprendentes de las últimas décadas. El verano pasado casi todo el mundo esperaba una campaña plácida en la que Hillary Clinton y Jeb Bush saldrían victoriosos y conseguirían la nominación de sus respectivos partidos. Unos meses más tarde Bush ya ni siquiera es candidato, y Clinton, pese a su ventaja en número de delegados, todavía está lejos de conseguir el número que necesita para la nominación. La gran sorpresa está siendo los éxitos de Donald Trump y Bernie Sanders que, pese a estar en la antípodas ideológicamente y personalmente, son en muchos aspectos la doble cara de la misma moneda: el desencanto con las elites, el temor a la globalización, el miedo al futuro, el desencanto con los políticos tradicionales, la frustración por las promesas rotas y la sensación de quedarse atrás y no beneficiarse del reparto del pastel.
Uno de los factores clave para entender lo que está pasando es la situación económica. Cuando uno analiza los datos macroeconómicos la impresión es positiva: el paro se mantuvo el mes pasado en el 4,9%, el nivel más bajo en ocho años; la tasa de participación laboral subió al 62,9% y se colocó en el nivel más alto desde mayo de 2015; la economía está creciendo; y la inflación empieza a despuntar –lo que ha llevado a una subida de intereses por la Fed–.
“[En EEUU] hay una cada vez mayor polarización y segmentación en el mercado laboral: el crecimiento es en los sectores con salarios más bajos, como servicios y turismo”
Sin embargo, un análisis más minucioso de la situación presenta un panorama mucho más complejo y preocupante: si se tienen en cuenta los 6 millones de ocupados a tiempo parcial y los 1,8 millones que no buscan trabajo de forma activa, el subempleo es del 9,9%, 2 puntos porcentuales más que el mínimo antes de la crisis, lo que representa un total de 15,9 millones de norteamericanos; la tasa de participación está todavía en el 62,9%, por debajo del 66% de 2006; más de 1 millón de norteamericanos están sufriendo el desempleo a largo plazo que antes de la crisis, y el desempleo es de más larga duración; y millones de familias están más empobrecidas y tienen menores ingresos que tenían antes de la crisis pues, ajustado por inflación, los ingresos medios de las familias en 2014 eran de 53.657 dólares, el equivalente de los ingresos medios en 1996. Además, hay una cada vez mayor polarización y segmentación en el mercado laboral: el crecimiento es en los sectores con salarios más bajos, como servicios y turismo, mientras que las pérdidas de empleo se concentran en sectores con salarios más altos, como los de la energía, manufacturas y transporte. Por último, hay que recordar que hay 2,2 millones de personas en prisión. Todo esto es clave para entender el desencanto y la frustración que están alimentando las campañas de Trump y Sanders.
La campaña de Sanders se ha articulado en torno a tres ejes fundamentales: el poder del dinero en la política (y como la ha corrompido), el aumento de las desigualdades y la pérdida de oportunidades para las clases medias. Trump es un fenómeno distinto, que representa la victoria de la personalidad sobre la sustancia. Es un camaleón sin anclajes ideológicos definidos. El eje de su campaña es su éxito personal y su promesa de trasladarlo al ámbito político si gana las elecciones. No es un candidato tradicional sino que se presenta como el candidato anti-sistema, el outsider que puede conseguir resultados y volver a hacer a EEUU grande de nuevo.
“Sanders no tiene suficientes apoyos entre las minorías para imponerse en las primarias, pero va a influir la plataforma electoral del candidato Demócrata”
Al mismo tiempo, para aquellos que expresan su sorpresa hacia el fenómeno Trump, hay que recordar que Trump es el Frankenstein del Partido Republicano: su campaña está recogiendo los frutos de las semillas que sembraron los Republicanos en las últimas décadas, marcadas en muchas ocasiones por la retórica aislacionista, anti-inmigración y anti-gobierno y por fomentar las tensiones raciales. Con el tiempo estos temas han ido calando en el electorado estadounidense y Trump está recogiendo los frutos de esa cosecha.
¿Qué cabe esperar? Clinton es la gran favorita para conseguir la nominación del Partido Demócrata y no hay escenarios plausibles (salvo otro escándalo) de que no consiga la nominación. Sanders no tiene suficientes apoyos entre las minorías para imponerse en las primarias, pero va a influir la plataforma electoral del candidato Demócrata. En el Partido Republicano, sin embargo, no hay nada decidido todavía. Trump es el que tiene más posibilidades de conseguir el número mágico de delegados para conseguir la nominación (1.237), pero no lo tiene asegurado y muchos Republicanos están apoyando a su principal competidor, Ted Cruz (al que detestan por su personalidad abrasiva y su dogmatismo ideológico), con la esperanza de que Trump no consiga ese número de delegados, y se pueda llegar a una convención “contestada” en la que después de la primera votación los delegados serán libres para votar por otros candidatos. Esta es una estrategia arriesgada porque podría alienar a los votantes de Trump, que se negarían a votar en la elección general por el candidato que eligiese el partido.
Sin embargo, las encuestas dan a Trump como perdedor contra Clinton en la elección general por un amplio margen (sobre todo por el apoyo que Clinton recibiría de las mujeres –totalmente alienadas con la misoginia de Trump–, de las minorías –horrorizados por su mensaje contra los inmigrantes y contra los musulmanes– y de los votantes con mayor nivel educativo) y los Republicanos están aterrados de que su candidatura movilice a esos votantes a favor de candidatos Demócratas, lo que les pueda arrastrar en las elecciones legislativas y costarles las mayorías que actualmente tienen en el Congreso y el Senado. Ante esta perspectiva, están dispuestos a cualquier cosa (incluyendo perder la elección presidencial) con tal de no perder sus mayorías legislativas. Con independencia del resultado, el impacto de Trump sobre el Partido Republicano puede ser incalculable.
Las espadas siguen en alto, pero cada vez parece más factible una confrontación entre Clinton y Trump este otoño. Sin embargo, hay que recordar que esta ha sido la gran campaña electoral de las sorpresas. No está siendo una elección tradicional y nada ha sido hasta ahora como se esperaba. Hay que ser precavidos con las previsiones. Si hemos de aprender de lo que ha sucedido hasta ahora es que lo inesperado e impensable es posible. ¡Seamos cautelosos con lo que deseamos!