“Senador, usted no es Jack Kennedy” fue una frase pronunciada por el candidato demócrata a la vicepresidencia de EEUU, el senador Lloyd Bentsen, en el debate con el republicano Dan Quayle en 1988. A Quayle le comparaban con JFK por su juventud y aspecto físico pero cometió el error de nombrarlo intentando enlazarlo con su historial, con lo que Bentsen aprovechó el desliz para soltar tal lapidaria frase que se ha convertido en parte del léxico político estadounidense para referirse a una persona que mantiene una visión demasiado elevada de sí misma.
En el primer y único debate entre los candidatos a la vicepresidencia en las elecciones del próximo noviembre, ni Mike Pence ni Kamala Harris quisieron mostrarse como el próximo Jack Kennedy. Y eso que las expectativas era máximas. Lo eran por ser dos figuras tan opuestas las que se enfrentaban: Mike Pence, que se autodefine como católico, conservador y republicano, por ese orden; y Kamala Harris, ex fiscal y senadora por California, con una mezcla de orígenes e identidades que ya ha roto varios techos de cristal. Pero también la atención era máxima por el positivo en COVID-19 de Donald Trump y por la avanzada edad de ambos candidatos, lo que ha llevado a muchas preguntas sobre la posibilidad de que alguno de ellos pudieran sufrir una dolencia que no les permitiera seguir con sus funciones. Hablamos de la posibilidad de que eso lleve, por un lado, a un problema en la continuidad del gobierno y, por otro, a cuestiones constitucionales en concreto la aplicación de la enmienda 25 y de sus cláusulas.
Por eso, la expectación era máxima para ver hasta qué punto ambos candidatos se mostrarían presidencialistas, y hasta qué punto demostrarían que están listos para asumir la presidencia de EEUU si llegara el caso, ahora que el tema de la sucesión ha tomado protagonismo.
Sin embargo, ninguno de los dos respondió a la directa y clara pregunta de la presentadora sobre qué haría cada uno en caso de que el presidente de EEUU estuviera incapacitado para llevara a cabo sus funciones. Pence esquivó el tema hablando de un vacuna que presumiblemente tendrán antes de que acabe el año y aprovechó para atacar a la Administración Obama por la gestión de la gripe porcina H1N1 en 2009. Harris, por su parte, utilizó el tiempo disponible para hablar sobre su biografía y el largo camino recorrido hasta llevar a esta candidatura. Y esta fue al final la característica de gran parte del debate: ninguno de los dos candidatos respondió en todo momento y de manera concreta a las preguntas de Susan Page, porque estaban más preocupados por sacar a la luz los puntos acordados con las respectivas campañas.
De esta manera, a la pregunta de si el cambio climático es una amenaza existencial, el vicepresidente respondió hablando de la subida de los impuestos si ganara Joe Biden; sobre la relación con China respondió con la renegociación del NAFTA; y ante la posibilidad de que los republicanos apoyen más restricciones al aborto habló del asesinato de Qasem Soleimani. Harris, por su parte, ante las dudas sobre cómo el Partido Demócrata va a elegir a los jueces del Tribunal Supremo invocó a Lincoln. Cada uno sacó su lista, cada uno sacó su argumentarlo y lo fueron encajando como pudieron a lo largo de hora y media.
Pero tampoco fue el debate incoherente de hace ocho días –y mucho más civilizado–. Aquí hubo algo de ideología y algunas prioridades. La pandemia y su gestión fueron protagonistas, con Mike Pence claramente a la defensiva y alabando a su presidente como ha hecho durante estos tres años y medio siempre que ha tenido la oportunidad. Sin embargo, la plancha de plexiglás que separaba a ambos contrincantes recordaba continuamente a los telespectadores sus errores en la gestión de la COVID-19. Pence sí atacó a los demócratas con querer destruir la economía con su Green New Deal, les acusó de querer acabar con el fracking y de cambiar las reglas para facilitar el fraude en el voto por correo, repitiendo el mantra de Trump de que es la izquierda radical quien realmente maneja los hilos del Partido Demócrata.
Kamala Harris, por su parte, necesitaba mostrar a los estadounidenses a la candidata y no solo a la fiscal y a la senadora que se dio a conocer por su dureza al arrinconar al juez Kavanaugh nominado por Trump a la Corte Suprema. La pandemia y la manera en la que ésta ha afectado a la campaña electoral ha impedido conocerla más como persona, algo que no hubieran ocurrido en unas circunstancias más tradicionales. Pero de todas formas parece que Harris no quiso que fuera ni el lugar ni el momento para hacerlo, centrándose en defender el programa de Joe Biden.
Entre lo más positivo de la noche fue el protagonismo de la política exterior, tema que no suele arrancar votos pero que refleja una creciente preocupación dentro de EEUU sobre la capacidad y la voluntad de seguir desempeñando un papel constructivo y estabilizador en el orden internacional. Gane quien gane, el inquilino de la Casa Blanca deberá continuar lidiando con la rivalidad geopolítica con China y con Rusia, así como abordar los grandes asuntos globales como la gestión de la pandemias, los efectos del cambio climático o la proliferación misilística. Y depende de quien gane en noviembre, EEUU lo hará sólo, con unos pocos amigos, o bien cooperando con aliados y organismos internacionales. El problema es que no existe un consenso en EEUU sobre cómo abordar las grandes cuestiones de política exterior y qué recursos hay destinar para ello, y ninguno de los dos partidos parece tenerlo aún muy claro.
Al final fue el clásico debate en el que los republicanos pueden hablar de una victoria de Pence y los demócratas de una victoria de Harris porque, en resumidas cuentas, no hubo nueva información que pueda hacer cambiar de opinión a ese mínimo porcentaje de indecisos que aún quedan.
La aceptación de los resultados y llamada a la unidad por parte de ambos contrincantes puso un buen punto y final a la hora y media entre dos candidatos a la vicepresidencia que no quisieron ser más presidencialistas que sus jefes, limitándose a mantenerse en ese segundo papel de fieles escuderos, a sabiendas de que el resultado final no dependerán de ellos. Pero como dijo John Adams, primer vicepresidente de EEUU:
“I am vicepresident. In this I am nothing, but I may be everything”.