En un año de elecciones, complicadas por la pandemia, algunos temían que la confirmación de la jueza Amy Coney Barrett como miembro de la Corte Suprema de EEUU pudiera afectar los resultados de las mismas. Veinte años atrás, la misma Corte decidió sobre el caso de Bush contra Gore en el recuento de votos en Florida. Por culpa de un problema técnico, las máquinas no tuvieron en cuenta miles de papeletas y se ordenó un recuento a mano. Citando estándares diferentes para contar los votos en cada condado de Florida, siete de los nueve jueces decidieron parar el recuento y el republicano George W. Bush ganó la presidencia frente al demócrata, Albert Gore. Entonces también había una mayoría conservadora de seis jueces en la Corte Suprema. Se presumía que, si este año se volvía a judicializar el resultado electoral, lo más probable es que una corte conservadora diera la presidencia a Trump. Un asesor legal de su campaña dijo explícitamente que “esperamos que Amy Coney Barrett no nos falle”. Pero Joseph Biden ha ganado. Es más, ahora lo más probable es que la corte más poderosa de los EEUU no tendrá ni siquiera la oportunidad de oír los argumentos del equipo de reelección del presidente.
En los días posteriores al 3 de noviembre, la campaña de Trump entabló varias querellas para disputar los resultados o parar el conteo allí donde continuaba. Sin embargo, no ha tenido éxito en las cortes de distrito de Pensilvania, Míchigan, Arizona, Georgia y Nevada (en uno de los casos, los republicanos presentaron acusaciones de fraude con las evidencias de un empleado de correos en Pensilvania que posteriormente se retractó). Todos son estados en los que ha ganado Biden y –salvo Nevada– en todos ellos ganó Trump en la elección de 2016.
No obstante, el Partido Republicano no está dispuesto a dejar su era trumpista atrás. Algunos políticos republicanos se han negado a aceptar públicamente que Trump perdió la elección, respaldando las demandas de fraude y olvidando que, si el proceso por el cual Biden fue elegido no es válido, tampoco lo serían los resultados que favorecen al partido republicano. Sin pruebas y para disgusto de los diplomáticos estadounidenses, el secretario de Estado, Mike Pompeo, prometió una transición tranquila hacia una segunda Administración Trump. Desde un punto de vista legal, poco importa si los republicanos permiten los instintos autócratas de Trump. El 20 de enero de 2021, Biden se convertirá en el presidente de los EEUU. Pero las acciones de los republicanos tienen un efecto más insidioso. En una encuesta de Politico/Morning Consult, realizada después del 3 de noviembre, un 70% de republicanos expresaron que no creían que la elección fuera “libre y justa.”
Ahora escribo como estadounidense: en nuestro país se enseña que nuestra democracia es la más estable y un modelo para los demás. Si esta creencia fue válida alguna vez, sin duda no lo es ahora, en un país donde una proporción considerable de ciudadanos duda del proceso electoral y el propio presidente y su partido fomentan la desconfianza y la desinformación sin vacilar.
El resto del mundo ha dado por hecho los resultados de la elección. Puesto que no hay ninguna razón para esperar un cambio en el resultado, los líderes de muchos países ya han felicitado a Joe Biden, y a su vicepresidenta Kamala Harris. Pero hay que recordar que, en enero, Biden heredará un país más dividido que nunca y unos electores que –aunque no tienen evidencia– creen que su victoria fue una farsa. La era Trump no acabará cuando salga de la Casa Blanca; la presencia de la jueza Barrett en la Corte Suprema nos lo recordará. En marzo de 2016, con muchos meses por delante antes de unas elecciones generales, el partido republicano bloqueó la nominación de Barack Obama del juez Merrick Garland a la Corte Suprema, por considerar que la nominación la tenía que hacer el presidente que surgiera de las elecciones de noviembre. En 2020, confirmaron a Barrett una semana antes. Durante toda su futura carrera en la Corte Suprema, la jueza Barrett no servirá solo como una representante de los valores y metas del presidente que la nombró. Ella será también un recuerdo indeleble de la hipocresía y volatilidad de Donald Trump y de su partido republicano.