La ausencia de reivindicaciones de contenido religioso o, para ser más precisos, el que no se haya recurrido a la religión para medir la legitimidad de los gobernantes en la actual ola de manifestaciones políticas en los países árabes es algo que ha sorprendido a muchos.
Acostumbrados como estábamos en las dos últimas décadas -y especialmente desde la interrupción del proceso electoral en la Argelia del FIS- a buscar el islam y a los “islamistas” en cada movimiento social, en cada actuación de los gobiernos y en cada oposición, la ausencia de estas reivindicaciones en el momento actual bien merece una reflexión.
¿Ha desaparecido el islam de la esfera política? Cierto parece que los hombres y mujeres que salen a la calle son ciudadanos que denuncian la corrupción, piden mejoras de sus condiciones de vida y reclaman espacios de participación. El islam no ha desaparecido, pero no es eso lo que está en juego, al menos para los ciudadanos.
Los Hermanos Musulmanes en Egipto participando en un discreto segundo plano o el líder del FIS Ali Belhadj marchando como un ciudadano más en las calles de Argel el 12 de febrero –soportando, cabe decirlo, los abucheos de sus compatriotas- se suman a las demandas de democracia, pan y libertad y se disponen a enfrentarse como los demás a las normas de un juego político nuevo en el que, sin duda, van a participar.
Pero ¿es ese el único islam de estas sociedades? No, ciertamente no. Los regímenes árabes han hecho del islam un argumento de legitimidad y los ulemas o sabios que administran el islam han sido aliados fieles de estos regímenes. En el caso de Túnez con la domesticación por la fuerza de los ulemas de la mezquita al-Zaituna a manos del presidente Burguiba, en el caso de Egipto con la transformación de la mezquita-Universidad de al-Azhar en una institución del Estado en tiempos de Nasser.
Ahmed al-Tayeb, rector de al-Azhar desde hace pocos meses, habla ahora. Su predecesor en el cargo había sido criticado duramente por sus colegas por la justificación permanente de la política del depuesto presidente Mubarak. Al-Tayeb, ante la propuesta de reforma constitucional, pide, por su parte, contención y reflexión. Hace un llamamiento público a que se respete el artículo 2 de la Constitución egipcia, aquel que hace referencia al islam como religión del Estado egipcio. Apunta a que no hacerlo así podría traer problemas de orden público.
¿Cómo interpretar este gesto? Es, seguro, la voluntad de no permanecer como meros espectadores de las reformas que vienen. Su capacidad de influencia en el régimen y los resortes de poder simbólico y real que maneja la institución que representa pueden ser puestos a disposición del pueblo en estos momentos de transición siempre y cuando no se trasgredan determinados límites parece decir. Ulemas reformistas, garantes de la tradición y al servicio de su pueblo. Esperemos que así sea.