Ya en 1966, el ministro de Asuntos Exteriores italiano, Amintore Fanfani, llamó a la puerta de Washington, DC, para establecer un “Plan Marshall tecnológico” entre los Estados miembro de la OTAN para cooperar en las áreas más intensivas en tecnología de aquel tiempo. No triunfó. 55 años más tarde –el pasado mes de junio–, la Unión Europea y Estados Unidos anunciaban el lanzamiento del primer Consejo de Tecnología y Comercio.
¿El objetivo? Es doble. Se hace explícito en las palabras del comunicado conjunto publicado tras la cumbre. Primero, se busca cooperar para el desarrollo y despliegue de nuevas tecnologías partiendo como base de los valores democráticos compartidos, incluyendo el respeto a los derechos humanos, y de forma que garanticen estándares y regulaciones compatibles entre ambos aliados. Segundo, en el comunicado se apunta que hay planes para “consultarse y cooperar estrechamente en toda una serie de cuestiones que forman parte de nuestros respectivos enfoques multifacéticos y similares acerca de China”, y que incluirá elementos de cooperación, competición y rivalidad sistémica.
En una era como la actual marcada por la competición entre grandes poderes, los grandes acuerdos importan por el significado y espíritu que conlleva de por sí construir una alianza de tal calibre. Sin embargo, es de suma importancia que vaya acompañado por cambios en aquello que sí puede hacer virar el contexto actual: el pequeño detalle.
Tanto la UE como EEUU están de acuerdo en que el auge de China en política tecnológica ha supuesto un elemento de necesidad para trabajar conjuntamente en gobernanza tecnológica. Sin embargo, si bien ambos aliados han conseguido acordar una alianza que explícitamente apunta a China en algunos aspectos, no han sido capaces de abordar ciertos puntos clave de la economía digital en la que la UE y EEUU tienen filosofías y medidas ejecutivas muy distintas. Y esto va a ser igual de importante para abordar la cuestión de China, si se quiere abordar también conjuntamente en materia de regulación de datos y otros asuntos.
El papel de España y otros Estados miembro
La estructura que se ha definido para el Consejo UE-EEUU de Tecnología y Comercio tiene un carácter marcadamente político. La toma de decisiones se encuentra centralizada en los cargos de alta dirección: en la UE, con Margrethe Vestager, comisaria de Competitividad, y Valdis Dombrovskis, comisario de Comercio; por el lado de EEUU, con Antony Blinken, secretario de Estado, Gina Raimondo, quien ostenta la Secretaría de Comercio, y Katherine Tai, la representante de Comercio de los Estados Unidos.
Este modelo plantea varias cuestiones. A diferencia de EEUU, que ya incorpora a Antony Blinken en la mesa, ¿dónde queda la figura de la política exterior y seguridad europeas en la toma de decisiones? Esta ausencia puede tener a su vez dos efectos críticos importantes. Primero, la UE va a negociar su coherencia interna y sus relaciones con EEUU en materia tecnológica, pero no va a poder articular con la misma efectividad su proyección internacional, su posicionamiento geopolítico como bloque con respecto a otros países que no sean los EEUU –o China en cierta forma–, ni los impactos indirectos que unas negociaciones con EEUU puede tener para los intereses de la UE en otros frentes abiertos y que forman parte del Servicio Europeo de Acción Exterior o de Partenariados Internacionales, como son la seguridad, la defensa o los programas de cooperación al desarrollo.
Que ocurra lo primero puede tener un efecto importante en el papel de España y de otros Estados miembro. El pasado 12 de julio, el Consejo de Asuntos Exteriores (CAE) de la Unión Europea tenía como segundo punto en la agenda debatir sobre el impacto geopolítico de la gobernanza tecnológica. El CAE es presidido por el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, y en él se reúnen los ministros o ministras de Asuntos Exteriores –o, dependiendo del orden del día, de Defensa, Desarrollo o, en último lugar, Comercio. En la reunión, los Ministerios manifestaron la necesidad de actuar como un poder regulatorio para influir en las normas y estándares globales. Sin embargo, el árbitro no mete goles.
Para España, para otros Estados miembro, y para la UE en sí misma, es de suma importancia hacer de la gobernanza tecnológica un marco que aúne la economía y competitividad con la política exterior. No es algo temático, sino transversal –igual que lo fue construir diplomacia económica, diplomacia de seguridad o de los derechos humanos–. De no hacerlo, un país puede reducir sus posibilidades de situarse en el escenario internacional con poder, fortalezas y con nuevas alianzas. Afecta a todas las dimensiones de la política exterior como un sistema orgánico que solo puede funcionar realmente de forma efectiva cuando lo hace con todo a una. Esto permitirá garantizar la soberanía tecnológica, pero también la capacidad de actuar de la UE y la autonomía estratégica abierta que España y Países Bajos postulaban en su non-paper conjunto en marzo de 2021.
Además de la estructura del Consejo UE-EEUU, otra cuestión esencial para España es la dimensión temática. Se han creado 10 grupos de trabajo, desde cooperación en estándares tecnológicos o análisis de inversiones (el llamado investment screening), hasta cooperar en el control de las exportaciones, o la gestión de amenazas a la seguridad nacional y los derechos humanos. La Representación Permanente de España ante la UE debe estar involucrada en la definición de las agendas europeas en estos grupos de trabajo, especialmente en aquellos en los que España tiene mayor interés por sus necesidades y fortalezas, como son los estándares tecnológicos, el fortalecimiento de las pymes, y la seguridad de las cadenas de suministro.
Hacer de la política europea, política exterior
España tiene la oportunidad de hacerlo. No hablamos solo de tecnología, sino que toca a las dimensiones tradicionales de la política exterior de España: cómo internacionalizar las empresas, cómo hacerlas competitivas ante las nuevas necesidades, cómo seguir protegiendo los derechos humanos, cómo adaptarse a las nuevas formas de hacer cooperación al desarrollo, cómo formar parte de los proyectos innovadores de la UE o de la OTAN en seguridad y defensa.
La Estrategia de Acción Exterior 2021-2024 de España postula por una nueva diplomacia tecnológica, y las propuestas del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital también lo hacen a través de su paquete de documentos, entre los que destacan la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial y la Estrategia de Impulso de la Tecnología 5G. A ello se acompaña el régimen de sanciones por ciberataques de la UE, el Plan de Acción para la Democracia Europea, los programas europeos de protección ante la represión digital, la actual revisión del Strategic Compass, y un creciente número de planes que orquestan no lo tecnológico en particular, sino la seguridad y proyección de la UE en general.
Es política exterior de España, pero también política europea. Y no es solo política tecnológica; igual que lo fue la diplomacia económica o la de seguridad, actualizar ahora nuestra política exterior es adaptarla en su totalidad, a gran escala, para no quedarse atrás.