“Detrás de un hombre exitoso hay una gran mujer, e ISIS no es una excepción”. Con este conocido –y sexista– dicho popular, en la práctica anacrónico, un funcionario norteamericano trataba de explicar a un portal de actualidad política la relevancia de Umm Sayyaf, la viuda de un alto mando del autodenominado Estado Islámico (IS, también conocido como ISIL, ISIS o DAESH) en Siria e Irak, capturada por el ejército de su país, responsable de un entramado de mujeres dedicadas al reclutamiento y retención de mujeres en al Califato. Pero, pese a la importante función que este grupo terrorista otorga a las mujeres en la yihad, éstas permanecen estratégicamente a la sombra del varón (su esposo), alejadas de la primera línea de combate y dedicadas, fundamentalmente, a alumbrar y educar a la próxima generación de muyahidines, de acuerdo con su visión ultraconservadora del Islam. Sin embargo, recurrentes noticias sobre atentados suicida protagonizados en Nigeria por mujeres parecen reflejar diferencias entre el papel que Estado Islámico concede a las mujeres en Siria e Irak y el definido por el Estado Islámico de la Provincia de África Occidental (Boko Haram). ¿Estamos ante un cambio de rol?
Boko Haram juró fidelidad (bay´a) al Estado Islámico el 7 de marzo de 2014, pasando su nombre a partir de entones a ser Estado Islámico de la Provincia de África Occidental (Wilayat Gharb Ifriquiya). Un día después, coincidiendo con la celebración internacional del día de la mujer, se inmolaba en el Norte del país africano la primera fémina, detonando un explosivo oculto bajo su hijab. Desde entonces, y hasta el pasado 2 de Octubre, se habían cometido en la denominada Provincia de África Occidental un total de 35 atentados suicidas contra objetivos seleccionados, en los que la portadora de la bomba era una mujer, en muchos casos todavía en su niñez o recién iniciada la adolescencia, según datos recogidos por Long War Journal.
Cuando hablamos de Boko Haram y mujeres es imposible no recordar el secuestro masivo, en abril de 2014, de más de 200 escolares en Chibok (Nigeria). Esta acción que tuvo una enorme repercusión mediática no fue ni mucho menos un suceso aislado. Según Amnistía Internacional, desde inicio de 2014 otras 2.000 mujeres y niñas han sido secuestradas por dicho grupo. A esta técnica de reclutamiento debemos sumar otras igualmente terminantes como, por ejemplo, la de niñas que se quedan huérfanas tras atentados terroristas, o la compra de otras a redes dedicadas al tráfico de personas. En cualquier caso, la lógica que siguen los terroristas es centrarse en niñas y adolescentes, mucho más fáciles de convencer y extremadamente leales.
Muchas de las reclutadas fueron obligadas a contraer matrimonio con combatientes, otras fueron sometidas a un intenso proceso de radicalización por el que adquirieron las firmes convicciones y las habilidades necesarias para atacar los objetivos señalados; también las hubo coaccionadas para llevar a cabo dichas acciones. E incluso es de suponer que algunas –las más jóvenes– no llegaron a ser plenamente conscientes ni de portar una bomba ni, por tanto, del hecho de que esta sería activada por control remoto causando su propia muerte así como las de numerosas víctimas. Como señala la analista británica Emily Mergall, parece poco verosímil creer que una niña de 10 años pueda tomar una decisión de esa trascendencia conscientemente. Esto cuestiona de pleno la filosofía subyacente a los atentados suicidas en el contexto de la yihad, donde la comisión de estos es una elección consciente e individual. A la luz de todo esto, no estaríamos, pues, ante la adopción de un nuevo rol en la yihad más igualitario, sino más bien ante una opción estratégica de la organización terrorista nigeriana.
Pese a que el Islam prohíbe la utilización de mujeres en operaciones suicidas, algunos grupos yihadistas las han empleado siguiendo una táctica de carácter pragmático, tanto por el elevado éxito –medido en términos de letalidad– de sus operaciones (se calcula que las mujeres causan cuatro veces más víctimas que sus colegas varones) como por su gran repercusión mediática debida al efecto psicológico que producen en la sociedad (que asocia todavía la violencia y sus múltiples expresiones a valores masculinos y no femeninos).
En suma, y para finalizar, el empleo de mujeres en atentados suicidas no es otra cosa que una estrategia win-win para organizaciones como Boko Haram, y, por tanto, no cabe hablar de cambio de tendencia o nuevo rol femenino sino de un paso más en la instrumentalización que de las mujeres hace la causa yihadista.