Era el primer discurso sobre el estado de la Unión de Joe Biden. Llegaba en un momento difícil, con una crisis internacional desencadenada por la invasión rusa de Ucrania y que cambia por momentos, y con unos bajísimos índices de aprobación. Debía haber sido un delicado acto de equilibrio entre la transmisión de sus prioridades legislativas ante un Congreso estrechamente dividido, y el cortejo a unos votantes ya cansados que deben volver a votar el próximo mes de noviembre en las elecciones de medio mandato. Tenía que haber sido el mejor discurso de su vida, tenía que haber caminado por ese muy delgado precipicio equilibrando sus logros en materia de infraestructuras y crecimiento económico con la inflación y la inestabilidad mundial. Pero no ha sido así.
Estaba claro que la invasión rusa de Ucrania iba a dominar el discurso y la puesta en escena. Nada une más a los estadounidenses detrás de un presidente que una crisis internacional, incluso cuando las tropas estadounidenses no están directamente involucradas. Y de hecho así lo demuestran las encuestas.
Con los misiles cayendo sobre Kyiv y cientos de miles de personas huyendo del país, Biden quiso abrir su discurso de una hora con más de 10 minutos sobre la crisis en Ucrania. Abrir con la seguridad nacional es inusual en este tipo de discursos, que suelen estar más centrado en cuestiones internas. Trató de encontrar un punto de tracción en esta volátil situación, insistiendo en que la unidad de Occidente contra Putin podía considerarse una victoria en sí misma, y anunciando que el espacio aéreo estadounidense se cerraría a los vuelos rusos «aislando aún más a Rusia y añadiendo una presión adicional a su economía». Enmarcó la situación en la batalla entre la democracia y la autocracia que ha sido característica de su presidencia, pero no mencionó la multitud de otras amenazas a la seguridad mundial a las que se enfrenta EEUU.
A la que identifica como su principal prioridad en política exterior, China, la mencionó solo en dos ocasiones, y únicamente en relación con la competencia económica, no como la principal prioridad para los planificadores del Pentágono. Tampoco mencionó las nuevas negociaciones nucleares con Irán, o la inestabilidad en Oriente Medio y Afganistán, de donde Biden retiró las fuerzas estadounidenses en agosto pasado.
A pesar de estos llamativos vacíos – y de que podía haber hecho más hincapié en qué ha hecho y por qué en relación a Ucrania, y a qué se parece una victoria sobre Rusia – los pasajes de su discurso que trataron sobre esta crisis fueron de los más eficaces. Principalmente porque los ligó con el final del discurso usando dos palabras clave: democracia y unidad. Así, comenzó hablando de unidad interna y con los aliados para ayudar a los ucranianos, y cerró el círculo volviendo de nuevo a hacer un llamamiento a la democracia y apelando a la unidad – y al bipartidismo – en un momento de responsabilidad ante los retos domésticos. Biden volvió a demostrar que está comprometido con la democracia dentro y fuera de EEUU.
Pero después de Ucrania, el discurso empezó a perder altura. Y así perdió la oportunidad de que, una administración herida domésticamente, tratara de recuperar cierto crédito estableciendo claras y nuevas prioridades. Sin embargo, no replanteó la agenda interna del primer año, y sí insistió y se reiteró en lo ya conocido durante los primeros meses. Nada de sorpresas.
Es cierto que Biden ha demostrado, sobre todo durante la primera mitad del año, un cambio de paradigma en la forma de gobernar y hacer políticas públicas. Demostró que el gobierno seguía funcionando a pesar de ser una nación dividida, y consiguió sacar adelante un impresionante paquete de ayudas por valor de 1,9 billones de dólares en marzo, la ley de rescate. Esta fue su primera gran pieza legislativa y su primer gran éxito junto con el plan de vacunación, alcanzando los 200 millones de vacunas COVID-19 en los primeros 100 días.
En esos primeros meses Biden se mostraba ambicioso y coherente, y según las encuestas, la mayoría de los estadounidenses apoyaban sus políticas. Y esto funcionó hasta que dejó de hacerlo. Fue un verano doloroso para el presidente estadounidense, empezando por la variante Delta, la caótica retirada de Afganistán que fue ampliamente criticada, la frontera sur y el tema de la migración, la inflación en alza y los cuellos de botella en la cadena de suministro.
El descontento iba in crescendo a pesar de que el Congreso finalmente aprobó en otoño la segunda pieza legislativa más importante, una ley de infraestructuras que cumplía otra de las promesas de Biden: resucitar el bipartidismo.
Sin embargo, hasta ahora Biden no ha sabido vender las virtudes de su ley de infraestructuras cuyos beneficios, es cierto, no percibirán los estadounidenses en el corto plazo. Los demócratas han sido tradicionalmente ineficaces a la hora de vender sus logros, y el presidente Biden también lo ha sufrido, ya que los demócratas y los medios de comunicación se han centrado en los meses pasados en los conflictos dentro del partido y en las dificultades para aprobar la legislación, y no en el logro que ha supuesto. En este discurso sobre el estado de la Unión, Biden ha tratado de subrayar algunas de esas virtudes del plan de infraestructuras, pero aún le queda mucho camino y, sobre todo, un telón de fondo como es la crisis de Ucrania que le quitará demasiado tiempo.
La inflación era el otro gran tema a abordar en el Capitolio, y la gran preocupación de los estadounidenses. Inicialmente, la Administración Biden negó en varias ocasiones los riesgos de una inflación persistente a pesar de las advertencias. Y por mucho que insistía en que la economía había mejorado (que sí lo ha hecho en términos de crecimiento y desempleo) no podía cambiar lo que ven y sienten los ciudadanos cuando visitan el supermercado o el surtidor de gasolina. El índice de precios al consumo subió un 7,5% anual a finales de enero, la mayor subida desde 1982. Es probable que la inflación empeore a corto plazo a medida que EEUU reciba algunas consecuencias económicas de las sanciones económicas contra Rusia. Biden no solo tiene que preparar a sus conciudadanos para esto, sino también tiene que convencerles de que tiene un plan para reducir la inflación a largo plazo. Tampoco ha quedado claro en este discurso. Pero tampoco importa mucho. Al fin y al cabo, el impulso que puede dar un buen discurso sobre el estado de la Unión a los presidentes suele evaporarse muy rápidamente.
Imagen: Casa Blanca de EEUU en Washintong. Foto: Diego Cambiaso (CC BY-SA 2.0)