Ha pasado casi desapercibido, pero a finales del año pasado, en la reunión ministerial en Nairobi de la Organización Mundial del Comercio (OMC), con la participación de 164 países, se enterró discretamente la Ronda de Doha, tras 14 años de esfuerzos inútiles. Se trataba con ella de dar un nuevo impulso a la liberalización del comercio internacional. Se la bautizó como la “ronda del desarrollo”, pues pretendía reducir las barreras al comercio, con una apertura desigual para los países industrializados y para los más rezagados, que pedían mayor capacidad de penetración para sus productos. Iniciada en 2001, dos meses después de los ataque del 11 de septiembre, en la reunión en la capital de Qatar, tras la Ronda Uruguay, tenía que haberse cerrado en 2005, entre otras cosas, reduciendo las ayudas a la exportación de productos agrícolas. Algo que sí se ha acordado, relativamente, a este respecto en Nairobi, junto a otros avances. Pero la idea de un gran acuerdo ha muerto.
La confrontación entre EEUU y la UE, por una parte, y grandes economías emergentes como China, la India y Brasil, convertidas estos años en importantes exportadores y a las que los anteriores pedían que bajaran sus barreras a la importación, ha dado el traste con la Ronda de Doha. Los que más lo sufrirán serán, otra vez, los países más pobres, y esencialmente los africanos. No deja de ser una paradoja que haya sido en la primera reunión en África de esta ronda donde por primera vez se ha abandonado la referencia en su declaración final a “reafirmar” el mandato de Doha, aunque haya alguna referencia a la Ronda y a las decisiones –en la OMC se adoptan por consenso– adoptadas en Nairobi.
Desde 2001 a la actualidad, muchas cosas han cambiado, para empezar, la emergencia de China, transformada en la segunda mayor economía del mundo –según algunos cálculos, la primera– pero que a efectos de la OMC todavía es considerada como economía en desarrollo (en buena parte lo es, mas no en otra) lo que la exime de muchas obligaciones, condición que no quiere cambiar.
Además, han pesado los efectos de la Gran Recesión. Según datos de la UNCTAD, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, aunque, a diferencia de la crisis de 1929, no se han producido reacciones proteccionistas, el comercio mundial cayó drásticamente, en un 12%, en 2009 como efecto de la crisis. Volvió a aumentar al año siguiente. Pero luego el crecimiento ha sido anémico. Desde 1990, este comercio había venido aumentado en un 5,5% anual, es decir, más que la economía. En 2014, solo lo ha hecho en un 2,8%, se espera que un 3,3% en 2015 (pero puede ser menor ante la desaceleración china, la caída de los precios de las materias primas, y, consecuentemente, el freno de los emergentes) y, si acaso, un 4% este año 2016.
La Ronda de Doha se ha anotado algunos avances, como el acuerdo en 2013 sobre facilitación de trámites comerciales, y el intento, que sigue, de eliminar los aranceles en bienes como las turbinas eólicas y los paneles solares. Y puede que la OMC siga avanzando en acuerdos generales mucho más específicos y limitados que los contemplados desde 2001, como en Nairobi. Mientras el multilateralismo global en materia de comercio ha entrado en crisis, han proliferado los acuerdos bilaterales preferenciales al margen de la OMC, impulsados por las economías avanzadas. Muchos países en vías desarrollo han preferido buscarlos a esperar a un acuerdo general que nunca llegaba.
Y, sobre todo, lo que están multiplicándose, con efectos geopolíticos, son algunos acuerdos regionales. El principal, hasta ahora, ha sido el del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP en sus siglas en inglés) firmado (pero aún no ratificado) por EEUU, Japón y otros 10 países. En (difícil) negociación está el Acuerdo de Comercio e Inversiones (TTIP) entre EEUU y la UE. China, por su parte, está promoviendo un acuerdo en su región con 16 países, incluidos la India y Japón. Pero la regionalización del mundo, aunque pueda resultar positiva, no sustituye a la necesidad de llegar a acuerdos más amplios, auténticamente globales.
Lo ocurrido es parte de la redistribución del poder que está viviendo el mundo. La defunción de la Ronda de Doha se ha visto como un triunfo para EEUU y la UE, que consideraban que la parálisis de estas negociaciones estaba haciendo perder peso y relevancia a la OMC en una economía global que ha cambiado profundamente desde 2001. El ministro estadounidense de Comercio, Michael Froman, anunció el 18 de diciembre en Nairobi “la muerte de Doha y el nacimiento de una nueva OMC”. De hecho, los miembros de la OMC han acordado entrar en nuevos temas como la economía digital. Roberto Azevedo, director general de la OMC, considera que, a pesar de las diferencias que quedaron de relieve, en Nairobi se han logrado avances.
Pero la realidad es que ha muerto una idea global, solo reemplazada por una suma de otras regionales.