El contenido del discurso del primer ministro ruso en la 52ª Conferencia de Seguridad de Múnich no ha sorprendido a sus asistentes. Dimitri Medvedev no ha defraudado a la hora de exponer la idiosincrática visión rusa sobre las deterioradas relaciones entre Occidente y Rusia tachándolas de una nueva “guerra fría”. Su afirmación de que “no hay pruebas de que la aviación rusa bombardea civiles en Siria” recuerda a una escena de la película “Chicago” en la cual el marido, pillado por su esposa en la cama con dos mujeres le dice algo como: “estoy solo. Nena, ¿vas a creer más a tus propios ojos que a mí?”
La alocución de Medvedev coincidió con el encuentro del Papa Francisco y el Patriarca Kiril en la Habana. El patriarca ruso acudió al dicho encuentro más por las presiones del Kremlin –por ser una parte de la ofensiva diplomática de presentar a Rusia como la gran protectora de los cristianos en el Oriente Medio– , que por la voluntad y misericordia de la Iglesia Ortodoxa Rusa. En este sentido se complementa con el papel del patriarca. Pero, lo más significativo de su intervención es el hecho de que representa una continuación de dos discursos anteriores de Vladimir Putin. El primero, que el presidente ruso pronunció en el mismo lugar en 2007, cuando acusó a EEUU por las “actuaciones unilaterales” y definió la OTAN como la amenaza de la seguridad nacional rusa, le ha servido para justificar la actual política expansionista rusa presentándola como un rechazo del orden mundial dominado por EEUU.
El segundo discurso de Putin que ha inspirado al primer ministro ruso, y en este contexto más importante dada la escalada de la guerra en Siria e incumplimiento de los Acuerdos de Minsk II en Ucrania, es el del pasado septiembre ante las Naciones Unidas. Medvedev, como Putin, ha insistido en crear una única coalición internacional para lucha contra el autodenominado Estado Islámico (EI) en Siria. Ambas propuestas – ésta y la de entrada de alto el fuego entre todas las partes involucradas en el conflicto sirio, son poco creíbles porque repiten las pautas de la anterior estrategia rusa en Siria y en Ucrania.
Mientras Putin hablaba en la ONU sobre la necesidad de crear una coalición única en la lucha contra el terrorismo, los aviones rusos comenzaban a bombardear las posiciones de la oposición al régimen de Bashar al-Assad, y no las del EI. Mientras Medvedev hablaba en Múnich, la ciudad estratégica de Alepo, sufría intensos bombardeos rusos con el propósito de ayudar al ejército de al-Assad a recuperar el territorio controlado por los rebeldes. La propuesta de alto el fuego se produce en el mismo contexto que la de los Acuerdos de Minsk II, que surgió mientras la ciudad de Debaltsevo, transcendental para el dominio del sur-este de Ucrania, estaba a punto de caer en las manos del los rebeldes pro-rusos. Las “propuestas de paz” vienen cuando los rusos ya habían cumplidos sus objetivos estratégicos.
Sin embargo, a la diferencia de Minsk II, hay poca probabilidad de que prospere el alto el fuego en Siria, dado el número de los actores involucrados y la complejidad de un conflicto cuádruple (entre el régimen y los rebeldes; entre el nacionalismo árabe y el integrismo musulmán, entre las dos ramas mayores del Islam- suní y chií-, entre el Estado Islámico y otros grupos terroristas como al-Qaeda). Por ello, la afirmación de Medvedev, la de que estamos en una nueva “guerra fría”, es errónea. Por mucho que se pongan en (des)acuerdo EEUU y Rusia, como en los viejos malos tiempos, ya no representan dos bloques con la actitud previsible. Ninguno de los dos tiene capacidad (o voluntad) de imponer un orden regional nuevo, tampoco de controlar a los actores locales: EEUU puede vigilar hasta cierto punto a Turquía y a Arabia Saudí pero no ha impedido los bombardeos turcos de las posiciones kurdas en la frontera siria. Los rusos han ayudado al régimen de al-Assad para defender su feudo en Latakia, pero éste ahora aspira recuperar todo el territorio controlado por los rebeldes. Y eso, sin hablar de los grupos terroristas. Hace tiempo que el orden mundial ha dejado de ser bipolar.