Robert D. Kaplan publicó en 2010 “Monzón. El Océano Índico y el futuro del poder americano.” En él defendía que la encrucijada entre el Índico y el Pacífico Occidental sería “el núcleo, demográfico y estratégico del mundo del siglo XXI”. Los argumentos que aduce son impresionantes: 37 países que representan un tercio de la población mundial lo circundan, es el centro del mundo islámico, es el lugar de paso neurálgico de las principales rutas energéticas globales.
El primer indicio de que el Océano Índico aspiraba a ser algo más que una mera denominación geográfica vino con la creación de la Asociación de la Cuenca del Océano Índico (IORA, por sus siglas en inglés) en marzo de 1997. La Carta que se aprobó entonces señalaba como su principal objetivo la cooperación económica entre los Estados ribereños del Índico. Cuatro cosas sobre el funcionamiento de IORA, conforme a su Carta, son a destacar: 1) funciona sobre la base del consenso, 2) una estructura institucional modesta, 3) se excluyen de las deliberaciones cuestiones bilaterales u otras que pudieran generar controversia, y 4) la cooperación en el seno de IORA no puede ir en contra de compromisos adquiridos por sus miembros en el marco de otras agrupaciones económicas y comerciales. No es con estos mimbres con los que se crea una organización regional fuerte. No obstante la sucesión de las presidencias de la India (2011-2013), Australia (2013-2015) e Indonesia (2015-2017) parecen haberle conferido un nuevo dinamismo a la asociación.
El pasado 7 de marzo Indonesia organizó en Yakarta la primera Cumbre de Líderes de IORA, a la cual asistieron los líderes de 16 de los 21 Estados miembros de la asociación. La cumbre finalizó con la adopción del Acuerdo de Yakarta (Jakarta Concord), un documento que trata de dotar a IORA de unos objetivos estratégicos y que reseña algunas áreas concretas en las que la asociación puede realizar aportaciones tangibles como la seguridad marítima; comercio e inversiones; gestión y desarrollo sostenible de los recursos pesqueros; mejora en los sistemas de gestión de desastres; refuerzo de la cooperación académica, científica y tecnológica; promoción de los intercambios culturales y turísticos; economía azul y empoderamiento económica de la mujer. Se estaría siguiendo, en consecuencia, una dinámica semejante a la que ha seguido ASEAN: avances graduales en áreas técnicas que lleven a una creciente integración económica y comercial, y eventualmente al desarrollo de foros de concertación política.
¿Significa esto que está en ciernes una nueva arquitectura regional que haga del Índico un actor por derecho propio en las relaciones internacionales? Creo que podemos dudarlo. Las razones son diversas:
1) La misma diversidad de sus 21 Estados miembros, que abarca países tan diferentes como Australia, Comores, Yemen o Tailandia.
2) Todos sus miembros están envueltos en procesos de cooperación económica y comercial que tienen primacía sobre el IORA: ASEAN para Indonesia, la SAARC para Bangladesh, la SADC para Sudáfrica…siempre IORA se verá en función de los intereses de estos Estados en esos otros marcos y no a la inversa.
3) La existencia de importantes actores extrarregionales con intereses en el Índico y que no pueden ser ignorados: China y EEUU. Los dos, por cierto, son socios de diálogo de IORA.
Tal vez no veamos emerger al Índico como un actor per se en las relaciones internacionales en el siglo XXI, pero, en cambio, el concepto de Indo-Pacífico, acuñado en una fecha tan reciente como 2007, sí que puede tener mucho recorrido. De alguna manera el Índico y el Pacífico son océanos complementarios. El tráfico marítimo que transita por el Estrecho de Malaca debe pasar primero por el Índico. El componente marítimo del proyecto OBOR de China requiere del Índico para su realización. En cuanto a biodiversidad marina el Índico y el Pacífico forman una unidad.
Inevitablemente, una parte importante de la rivalidad geopolítica en Asia se jugará en el Índico y podemos esperar que a medio plazo el concepto de Indo-Pacífico desplace al de Pacífico.