Los habituales estudiosos de la geopolítica, en think tanks, departamentos universitarios o centros de estudios militares, se quedarían muy sorprendidos si alguien pretendiera demostrarles que Nicholas John Spykman (1893-1943), considerado el padre de la geopolítica norteamericana, el precursor del containment y de la doctrina Truman, no era el realista que los manuales al uso decían. En efecto, son casi incontables las páginas, publicadas a lo largo de ocho décadas, en las que se asegura, como si de un dogma se tratase, que Spykman es el hombre que complementó la teoría del Heartland de Halford J. Mackinder (1861-1947) con la aportación del Rimland. Recordemos que se trata de una especie de anillo territorial: las costas, islas e istmos situados en los contornos de la World Island de Mackinder, la masa terrestre euroasiática de la que el geógrafo británico hacía depender el destino del mundo.
Europa occidental, la península arábiga, las costas chinas o el archipiélago japonés formaban parte del Rimland, y Spykman habría asegurado que su control garantizaba el dominio del planeta. Por el contrario, Mackinder afirmaba que ese dominio provendría de controlar el Heartland, el espacio terrestre que se extiende por Ucrania, Rusia, Siberia y Asia Central. La teoría del Rimland colocaba en excelente posición del tablero mundial a EEUU, primera potencia marítima, y a sus aliados, en los preliminares de la Guerra Fría, pues Washington había perdido claramente la posibilidad de acceder a un Heartland que formaba parte del imperio soviético.
Mackinder y Spykman han compartido teoría geopolítica. No son antagonistas sino complementarios y si podemos hablar de una geopolítica anglosajona sería gracias a ellos. Tal es la percepción habitual, incluso en obras recientes como “La venganza de la geografía”, de Robert D. Kaplan. Los dos estudiosos han venido a ser el símbolo de la relación estratégica especial construida por Londres y Washington desde los inicios de la Guerra Fría. Sin embargo, un joven profesor francés de geopolítica, Olivier Zajec, ha desmitificado la imagen de Spykman y resaltado las notables diferencias que le separan de Mackinder. Su tesis doctoral, publicada en 2016 por la universidad de la Sorbona bajo el título de “Nicholas John Spykman, l’invention de la géopolitique américaine”, demuestra, tras minuciosas investigaciones en los archivos de Yale, que el Spykman, precursor de los teóricos de la Guerra Fría, fue una invención al servicio de los intereses de un departamento de Relaciones Internacionales que aspiraba a convertirse en consejero privilegiado del Departamento de Estado o del Pentágono.
Spykman murió de cáncer, a punto de cumplir los cincuenta años, aunque en 1942 ya había alcanzado fama, a nivel académico y popular, con el libro “America’s Strategy in World Politics”, aunque su obra más difundida, “The Geography of Peace”, se publicó de forma póstuma en 1944. Frederick S. Dunn, sucesor de nuestro autor en la cátedra de Yale, llevó a cabo, junto con un número reducido de colaboradores, una compilación y selección de textos del profesor Spykman. Este fue el libro que le convertiría en el continuador de las ideas de Mackinder, base doctrinal del atlantismo de la posguerra. Con todo, Spykman no era atlantista ni creyó en una arquitectura de seguridad aglutinadora de los Estados anglosajones. Creía, ciertamente, que la política de seguridad debía tener en cuenta los factores geográficos, pero precisamente por esto, no encontraba ninguna convergencia de intereses entre EEUU, Gran Bretaña o una posible Europa occidental unificada. Para Spykman, la geopolítica era mucho más que Eurasia. En la estrategia norteamericana contaban bastante América Latina y Asia oriental.
Se ha afirmado habitualmente que George F. Kennan fue un seguidor de Spykman en la estrategia de la política de contención (containment), pero el diplomático de Truman no creía en el determinismo geográfico de Mackinder, al igual que el auténtico Spykman. Los propósitos de Kennan no eran tanto hostigar a Rusia, cuya cultura admiraba, sino al comunismo. El problema es que en el Departamento de Estado, dirigido por Dean Acheson, no sabían distinguir entre rusos y comunistas. Por tanto, el terreno estaba abonado para el triunfo de la geopolítica determinista, no para la posibilista, en la que siempre han creído autores franceses como Olivier Zajec, el biógrafo de Spykman.
Sobre este particular, Zajec transcribe estas palabras de una intervención académica de su biografiado:
“No creo que se pueda dividir el mundo en buenos y malos, y no creo que los malos son los que quieren la guerra y viven al este del Atlántico, mientras que los buenos querrían la paz y vivirían al oeste del mismo océano”.
Spykman no es citado ni una sola vez en los “Diarios” de Kennan, seguramente porque no llegaron a conocerse, pero estas frases podrían haber sido asumidas por el diplomático. Coincidían en que la política internacional no era la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Eso les alejaba del determinismo geopolítico, en el que cuentan más los territorios que los individuos, y ambos habrían estado de acuerdo en la complementariedad de dos citas atribuidas a Napoleón, reseñadas por Spykman: “La política de un país está en su geografía” y “Yo, yo mismo hago las circunstancias”. La geografía no tiene la última palabra, pero tampoco se puede prescindir de ella.
El mérito de Olivier Zajec es indiscutible porque desmitifica a un Nicholas John Spykman, convertido en un hermano gemelo de Mackinder, y lo presenta, sobre todo, como un estudioso de los factores sociológicos de la geografía. El problema es que algunos expertos en geopolítica seguirán prefiriendo la leyenda a la historia.