El petróleo barato puede seguir sirviendo de respiro para muchas economías, como la española, pero está generando volatilidad política y social en muchos países productores de nuestro entorno y más allá, necesitados de estos ingresos para mantener a unas poblaciones jóvenes –a menudo más de la mitad tiene menos de 25 años– sin perspectivas de futuro. Puede afectar gravemente a economías próximas como la argelina y la libia. Hay que estar muy atentos. Las “primaveras árabes” de hace seis años empezaron en parte por la subida del pan. ¿Puede la bajada del petróleo llevar a unos otoños o inviernos del descontento?
Los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) han visto sus ingresos reducirse en un 60% (de 1,182 billones de dólares a 433.000 millones) entre 2012 y 2016, según una reciente nota de la Administración de Información sobre Energía de EEUU. En algunos casos, esta caída de ingresos ha sido aún más dramática: de 63.900 millones a 19.200 millones para Argelia y de 52.500 millones a sólo 2.300 millones para Libia, por no hablar de productores más lejanos también afectados, como Nigeria, Angola o, incluso, Venezuela y Ecuador.
Para Arabia Saudí, han pasado de 368.900 millones a 133.000 millones. Y esta caída es una de las razones que está detrás del relevo en la sucesión al trono en la persona de Mohamed bin Salman (conocido como MbS, de 31 años), un relevo no sólo generacional, sino también de enfoque. Pues el nuevo príncipe heredero es el que lanzó el plan para diversificar la economía saudí para dejar de depender del petróleo hacia 2030. Pero de eso, de diversificación, se viene hablando en toda la región desde hace más de 30 años, sin que se haya logrado realmente nada notable (los Emiratos Árabes Unidos son quizá una excepción), mientras prosigue una costosa carrera armamentista en el Golfo. ¿Cambiarán esta vez las cosas?
Es un problema de casi todos estos países –incluida la desastrosa gestión chavista en Venezuela– no haber sabido diversificar sus economías. Mientras, el poder de la OPEP ha ido rediciéndose –se ha visto con el infructuoso último intento de recortar la producción para hacer subir el precio– con el surgimiento de productores independientes, con EEUU a la cabeza. Se pensaba que la producción de gas y petróleo de esquisto iba a sufrir con el abaratamiento del crudo, pero las empresas explotadoras norteamericanas han sabido adaptarse a unos precios por debajo de los 50 dólares el barril.
Nick Butler, conocido inversor y asesor en el sector, en su blog en el Financial Times, considera que esta caída de precios del crudo es estructural, no coyuntural (aunque los ingresos suban algo este año y en 2018), y la califica como “el acontecimiento económico más desestabilizador que ha alcanzado al mundo desde el crash financiero de 2008”, aunque se viva a cámara lenta. La reducción de estos ingresos va a forzar a muchos países del área del Mediterráneo y más allá a agravar los recortes en gasto público –las políticas de austeridad– cuando más se necesitaría para apaciguar a unas poblaciones jóvenes e inquietas. El “agujero negro” de Argelia, a la espera del final de Buteflika, es uno de los más preocupantes.
Los efectos del petróleo aún barato pueden llegar lejos. La caída de ingresos en países del Golfo está haciendo que se empiecen a contratar a nacionales en muchos trabajos locales que hasta ahora desempeñaban inmigrantes. A su vez esto está repercutiendo negativamente en las remesas de dichos trabajadores a sus países de origen, especialmente en el Sureste Asiático, ya sea la India, Pakistán o Bangladesh. El año pasado, esas remesas se redujeron en un 6,4% –en el caso de la India, un 8,9%– con impactos locales a veces mucho más graves.
Más allá de otros efectos indeseables (por ejemplo, sobre las inversiones de los países del Golfo), está regresando, como indica Gonzalo Escribano, la “geopolítica de la energía”, sólo que con ésta más barata y con otros efectos. Véase lo que está ocurriendo con Qatar, aunque la razón central sea el enfrentamiento de Arabia Saudí con Irán. Hay también un impacto geosocial, lo que puede tener consecuencias para la estabilidad de varios regímenes y para el atractivo del terrorismo yihadista, incluso post Daesh.