La última tasa oficial de desempleo (septiembre) en EEUU se situó en 3,7%, todo un récord desde 1969 y que la acerca al pleno empleo. ¿O no? Pues a pesar de este dato, y del ritmo de crecimiento del PIB de un 4,2% anual, hay malestar en una parte importante de la sociedad estadounidense (que comparte algunos de sus males con otras sociedades desarrolladas). De ese malestar se nutrió Donald Trump para ganar en noviembre de 2016. Ahora quiere capitalizar políticamente los buenos datos. La tasa de paro era del 4,7% cuando entró en la Casa Blanca a principios de 2017, y el crecimiento de la economía con Trump es superior al proyectado para estos años desde la Administración Obama. ¿Chocará Trump con la sombra de Obama, que es alargada? Aunque mucha gente no entiende de datos, sí los siente.
Están pasando varias cosas respecto al trabajo en EEUU. La tasa de empleo respecto a la población está aún (60,4%) por debajo de la que se daba en 2007 antes de la crisis (62,9%). La tasa de paro oficial es la conocida como U3, pero hay otra U6 que llega a un 7,5% si se incluyen a los que hasta hace poco buscaban trabajo pero que han dejado de hacerlo y a los que trabajan a tiempo parcial, pero desearían hacerlo a tiempo completo.
Mucha gente ha dejado de apuntarse a las listas del paro, al perder la confianza en poder encontrar un trabajo. En el caso de inmigrantes irregulares, lo elude la creciente “población en la sombra”, debido a la política de separación familiar de esta Administración. Por su parte, la llamada “economía GIG” –de trabajadores freelance, subterráneos, autónomos y asimilados– está creciendo, sobre todo con las plataformas digitales, y su medición no es fiable, aunque algunos cálculos la sitúan en una tercera parte –o 57 millones– de los trabajadores.
Los salarios crecen lentamente, mucho menos que la economía, más por arriba que por abajo, pese a la promesa de Trump de que iban a subir una media de 4.000 dólares anuales por trabajador. El empleado pobre, el working poor, es una realidad desde hace tiempo que Europa ha comenzado a importar con la salida de la crisis.
La tasa de paro juvenil (19-24 años) está por debajo de los niveles pre-crisis, pero aún es tres veces superior a la general (y se dispara entre algunas minorías raciales y étnicas). Una parte importante de la juventud está endeudada para poder pagarse estudios universitarios, cuyo coste se ha disparado. Los Demócratas denuncian que el precio de los libros de textos se ha multiplicado por 90 desde 2006. Los millennials (de 18 a 34 años) que trabajan ingresan un 43% menos de lo que lo hacía la generación anterior en 1995, a los 35 años de promedio.
Ya quisieran muchos países europeos crecer así y crear empleo al ritmo que lo está haciendo EEUU. No es esa la razón de traer a colación estos datos, sino que son los que se están esgrimiendo en la campaña de cara a las elecciones al Congreso del próximo 6 de noviembre, a mitad del mandato de Trump. En parte, lo que se enfrenta es la “economía de Trump” frente a la “economía de Obama”, aunque este ya no sea candidato ni admita la influencia de una Administración, o de un único presidente, en la economía, pese a que con él se crearon, año a año, más empleos que hasta ahora con Trump. Claro que algunos sectores (como el obrero varón blanco) achacan a Obama su mala situación.
Los demócratas carecen aún de un nuevo discurso. Sí van surgiendo nuevas figuras, que están debatiendo mucho. Y de esas figuras puede emerger, de cara a 2020, ese nuevo discurso. En política, las ideas deben personificarse. De momento, Trump personifica las suyas y se muestra confiado.