Eclipsado por los acontecimientos que se suceden en Oriente Medio, desde las tensiones geopolíticas entre EEUU y Rusia hasta los atentados terroristas en Turquía e Israel, el deterioro de la situación de seguridad en Afganistán apenas ha atraído momentáneamente la atención de los medios de comunicación internacionales. La conquista temporal por los talibán de Kunduz, ciudad próxima a Tayikistán, ha tenido una fuerte resonancia por cuanto se trata de la primera capital de provincia que cae en poder de los insurgentes afganos desde su derrocamiento en 2001, pero menor interés ha despertado su expansión, días después, hacia 11 distritos de varias provincias del nordeste, oeste y sur de Afganistán.
“Entre enero y junio de 2015 unos 4.100 miembros de las fuerzas armadas y de seguridad afganas perdieron la vida”
Desde que se produjo el repliegue a finales de 2014 de la mayor parte de las tropas internacionales de la ISAF (International Security Assistance Force) desplegadas en el país, los militantes del Emirato Islámico de Afganistán, como los talibán denominan a su propio movimiento armado, han extendido su dominio a más de 30 distritos. A menudo, en colaboración con organizaciones afines como la Unión para la Yihad Islámica, que participó en el asedio a Kunduz, o la denominada Red Haqqani, integrada con los talibán en la misma Shura de Quetta y especialmente activa en el este de Afganistán y en Kabul. Como consecuencia de esta intensificación de su ofensiva, entre enero y junio de 2015 unos 4.100 miembros de las fuerzas armadas y de seguridad afganas perdieron la vida y aproximadamente 7.800 resultaron heridos; en conjunto, ello supone un 50% más que durante el mismo período del año anterior.
Nada indica que estas cifras vayan a verse reducidas en los próximos meses. La progresión de los talibán se ha acelerado en las últimas semanas en un intento por proyectar una imagen de unidad en torno a su nuevo líder, Akhtar Mohammed Mansour, elegido, no sin fricciones internas, después de que la inteligencia afgana revelara la muerte de su predecesor, el mulá Omar. Mansour no tardó en adjudicarse la “inmensa conquista” de Kunduz, probablemente tratando de reforzar su recién adquirido liderazgo, en un comunicado en el que exhortaba a sus seguidores a proteger las vidas, la propiedad y el honor de los habitantes de la ciudad.
Sin embargo, la población local es el blanco habitual de la insurgencia talibán en general y del terrorismo yihadista en particular. De acuerdo con los datos proporcionados por la misión de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés), 1.592 civiles perdieron la vida en el país a lo largo del primer semestre de 2015, en su inmensa mayoría a causa de dicha violencia. Siete de cada 10 víctimas mortales fallecieron como consecuencia de asesinatos individuales premeditados, atentados con artefactos explosivos, acciones suicidas y otras tácticas terroristas utilizadas por elementos antigubernamentales.
Al menos en los últimos cinco años, los atentados terroristas predominan en el repertorio de violencia de los insurgentes afganos y constituyen su principal recurso para imponer un control efectivo sobre la población mediante la intimidación y el miedo. Así, por ejemplo, durante el primer semestre de 2015 murieron como consecuencia de atentados individuales premeditados 412 civiles afganos, por lo común funcionarios, personal humanitario, jueces, fiscales y líderes tribales o religiosos afines al gobierno. La cifra de víctimas mortales provocadas por este tipo de atentados se ha incrementado un 36,1% respecto a la primera mitad de 2014 y un 24% en comparación con idéntico período de 2013.
A su vez, los atentados suicidas en Afganistán ocasionaron 183 víctimas mortales en el primer semestre de 2015, un 14,8% más que entre enero y junio de 2014, cuando a su vez se incrementaron un 4,5% respecto al mismo período de 2013. Pero la variación anual en la frecuencia de atentados suicidas, durante el primer semestre de esos tres últimos años, no ha sido lineal. Entre enero y junio de 2015 se registraron 45, 51 en 2014 y 40 en 2013, según datos de la Suicide Attack Database de la Universidad de Chicago. Ocurre que las tasas de letalidad han variado también. En el primer semestre de 2015 hubo cuatro muertos por atentado suicida, tres en 2014 y 3,7 en 2013. Todo ello pondría de manifiesto la influencia que, como force multiplier, continúa ejerciendo al-Qaeda sobre la insurgencia talibán. Es reseñable, en este sentido, que entre el 7 y 11 de octubre pasados, el ejército estadounidense bombardeara dos campos de entrenamiento de al-Qaeda en la provincia de Kandahar, en el sur de Afganistán.
Por otra parte, la insurgencia talibán y el terrorismo yihadista inherente a la misma se encuentran en estos momentos extendidos a la totalidad de Afganistán. Ahora bien, la mayor parte de los muertos civiles que provoca se concentran en las regiones en las que los talibán y sus asociados han adquirido control territorial y desafían más seriamente al gobierno central. Así, durante los seis primeros meses de 2015, el 25,6% de las muertes provocadas por las acciones de los talibán tuvieron lugar en el tradicional escenario preferente de su presencia, en el sur del país, donde han ocupado varias demarcaciones de las provincias de Kandahar, Helmand y Uruzghan. Hasta un 34,3% de las víctimas mortales se registraron en el este y sudeste, territorio en el que los radicales afganos dominan varios distritos de Kunar, Paktika y Ghazni.
“La progresión de los talibán se está viendo obstaculizada desde el año pasado por el avance de los seguidores del Estado Islámico”
Con todo, la progresión de los talibán se está viendo obstaculizada desde el año pasado, en esas tres demarcaciones del país surasiático y en las dos regiones a las que pertenecen, por el avance de los seguidores del denominado Estado Islámico, sobre todo escindidos del Emirato Islámico de Afganistán y especialmente activos en las áreas fronterizas con Pakistán, ámbito donde se han hecho con el control de al menos seis distritos y recurren a una violencia de extraordinaria brutalidad. Por otra parte, el 12,5% de las muertes de civiles se registraron en la región central, donde se ubica Kabul, sacudida desde la segunda mitad de 2014 por una escalada de atentados dirigidos a menudo contra blancos tales como sedes gubernamentales e intereses occidentales, aunque la población civil sea con frecuencia su principal víctima.
Resulta poco probable que el ejército afgano sea capaz, con los medios y las aptitudes que está poniendo de manifiesto, de contener y revertir por sí mismo la ofensiva de los yihadistas y su dinámica terrorista en el noreste del país y otras zonas del mismo. EEUU acaba de anunciar que mantendrá en Afganistán un contingente de tropas superior al inicialmente fijado para 2016 mientras Rusia ha comenzado a reforzar su presencia militar en Tayikistán tras lo sucedido en Kunduz. Está por ver que estas reacciones de las dos potencias que se consideran más directamente concernidas por la situación, muy especialmente en lo que se refiere a los norteamericanos, conlleven la implementación a tiempo de medidas eficaces para frenar el avance de los talibán y sus asociados hacia el norte o impedir que abran otros frentes de insurgencia.