El constructor, llegado a presidente, se está revelando como un demoledor, si no de muros, sí de órdenes. Sin demora, ha empezado a cumplir lo que prometió, y con ello, a trastocar equilibrios regionales y globales. Hay una parte de retirada de EEUU sobre sí mismo, otra de denuncia de los acuerdos multilaterales y del orden mundial vigente, y otra de cambio de prioridades. ¿Hasta dónde? ¿Está EEUU con Donald Trump renunciando a un liderazgo que ha sido esencial para el mundo, con sus grandes aciertos, y también errores y excesos? La última vez que EEUU se retrajo con consecuencias desastrosas fue cuando, en otras circunstancias y defensa de otros valores, el Congreso le negó al presidente Woodrow Wilson, que la había propuesto, la entrada en la Sociedad o Liga de Naciones, dejándola coja, y favoreciendo lo que acabó siendo la Segunda Guerra Mundial.
El lema de Trump de America First se puede interpretar como “EEUU, el primero” (es decir, que nadie le haga sombra o le chiste”, o “EEUU lo primero”, es decir, la defensa de los intereses nacionales (tal como los percibe Trump) y el orden global después. No es lo mismo.
Este que se suele llamar “orden global liberal” puede estar llegando a su fin, por presiones tanto internas como externas, como señala Robert Kagan. En todo caso, este orden que nació al final de la Segunda Guerra Mundial ha quedado seriamente trastocado con la emergencia de nuevas potencias, para empezar China, que lo cuestionan, aunque en buena parte participan en él a la vez que crean instituciones paralelas y actúan a su margen cuando les conviene. Pero en ocasiones también lo ha hecho EEUU. Pesa asimismo la crisis del multilateralismo y del derecho internacional, por múltiples causas. Pero, de momento, y aunque este orden esté necesitado de un aggiornamento, Martin Wolf señala con razón que “renegar de acuerdos pasados va con toda seguridad a hacer que EEUU parezca un socio no fiable”.
Está por ver cómo influye en esto el anunciado acercamiento de Washington a Rusia (Obama fracasó en su reset) para acabar con el Estado Islámico (ISIS o Daesh) en Siria e Irak, la prioridad de seguridad de Trump, pero esta es una hidra que cobrará nuevos aspectos y seguirá reproduciéndose por gemación si sólo se la combate en el terreno militar.
Una de las primeras decisiones de Trump ha sido renunciar al TPP, el tratado de Asociación Comercial Transpacífico. Muestra al mundo que los acuerdos con EEUU pueden ser cuestionados, con consecuencias geopolíticas. Para el senador republicano John McCain, un peso pesado, “envía una señal perturbadora de retirada americana en la región Asia-Pacífico cuando menos nos lo podemos permitir”; aunque la retirada es sobre todo de “poder blando”, antes que militar. Es verdad que el TPP ya se había hundido durante la campaña electoral, al rechazarlo ambos contendientes. Pero con este paso, más el cambio de política hacia Taiwan, Washington pierde fiabilidad, en beneficio de China, cuyo presidente, Xi Jinping, se presentó hábilmente en el Foro Económico Mundial de Davos como el gran defensor de la globalización y del orden comercial (del que tanto ha sabido beneficiarse su país).
En cuanto a México, su tercer socio comercial (después de China y Canadá, por delante de Japón y Alemania), Trump está creando con su actitud –muro y aranceles– no sólo un problema bilateral sino que puede desestabilizar política, económica y socialmente a su vecino del sur, lo que tendrá repercusiones en EEUU y en América Latina.
Está por ver si las críticas a la ONU, la firme voluntad de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA en sus siglas en inglés), la calificación de la OTAN como “obsoleta” y la puesta en duda de la garantía de defensa de EEUU hacia Europa, el desprecio a la UE –Trump describió el Brexit como una “cosa maravillosa” y calificó ante Theresa May la UE como un “consorcio” burocrático y entrometido–, y la denuncia del acuerdo de París sobre cambio climático, se quedan en retórica o se traducen en hechos. A Trump, como señalan Abby Phillip y Ashley Parker, no sólo hay que tomarlo en serio, sino tomar “literalmente” lo que dice o tuitea.
May, la primera mandataria europea que recibe Trump, tras pedir que se evite el “eclipsamiento de Occidente”, le ha intentado convencer de no jugar con la OTAN. Quizá venga bien que los europeos dejen de ver a EEUU como una figura paternal, y se emancipen, también a través de una UE cuya importancia la Premier británica ha defendido en Washington, pese al Brexit.
Tras el distanciamiento, al menos entre la Vieja Europa y EEUU, provocado por George W. Bush y su invasión de Irak, se produjo en muchas sociedades un importante brote de antiamericanismo que desapareció con la llegada de Obama a la Casa Blanca, mucho más próximo a los valores europeos. El antiamericanismo puede rebrotar con Trump, entre otras razones por el rechazo europeo de la tortura a detenidos por supuesto terrorismo que ahora defiende el nuevo presidente. A esos valores se refirió Angela Merkel en su carta de felicitación al ganador de las elecciones presidenciales, y de nuevo en sus críticas públicas, como también François Hollande y May, a las medidas anti-inmigración dictadas por Trump para personas provenientes de siete países musulmanes.
EEUU sigue siendo la primera potencia mundial en términos militares, económicos, tecnológicos y culturales. Sigue siendo “potencial indispensable” aunque ya no sea tan capaz de liderar como antes. Lo entendió bien Obama, que cometió algunos errores en política exterior. Una nueva fase de antiamericanismo, unida a la desglobalización que él mismo alienta (“compra americano, contrata americano”, afirmó en su discurso inaugural, a lo que se suman las amenazas de aranceles penalizadores a México y China, aunque tendrá que cumplir con las reglas de la Organización Mundial de Comercio, salvo que se retire también de ella), y a la remilitarización de la política exterior, son una combinación peligrosa. Las críticas a la política exterior –además de la interior– que va apuntando la naciente Administración Trump empiezan a abundar no sólo fuera de EEUU sino en las propias filas republicanas, e incluso entre altos cargos del Departamento de Estado que han presentado su dimisión.
Trump no ha hecho aún gala de una visión alternativa de un nuevo orden internacional, de una nueva sociedad internacional. Lo que por ahora propone no es eso, sino una visión esencialmente nacional. Implica un mundo más caótico y peligroso.