El conservador Boris Johnson, ex alcalde de Londres, es el político más activo en la defensa del abandono de la UE por el Reino Unido, hasta el extremo de que algunos analistas interpretan que una victoria del “no” (o la campaña del Brexit) supondría una grave derrota para David Cameron y una importante baza para que Johnson le sustituyera al frente de los tories en 2020. Sin embargo, es un período de tiempo demasiado largo para que se diera esta hipótesis, y además Cameron ha dado en su carrera política bastantes muestras de versatilidad para “reinventarse” en el caso de un resultado negativo en el referéndum.
Si los partidarios del “sí” apelan al pragmatismo, es decir, a los posibles efectos negativos del Brexit, Boris Johnson, que antes que político es escritor y periodista, recurre a menudo a la Historia para argumentar su tesis en la que considera que es la batalla más importante de su vida política. De hecho, sus dos libros más importantes son un arsenal de ideas para su combate político, sin que tenga la necesidad de citarlos expresamente. En primer lugar, está The Dream of Rome (2006), donde la comparación con la UE es sencilla. Aquel imperio fracasó, pues quería abarcar demasiado, y no solo en lo territorial. La UE es otro intento de reconstruir el imperio romano, pero habría que recordar a Bruselas que aquella entidad política, creadora de una moneda única con Augusto y de un compacto sistema jurídico, se fragmentó y terminó desapareciendo. El proceso de integración europea no sería más que otro intento, a la manera freudiana, de recuperar la infancia perdida de Europa, la mítica edad de oro de la paz y prosperidad bajo el imperio romano. Se diría que Johnson prefiere la antigua Grecia, con sus polis independientes, y con una cultura que sería muy superior a la romana en la literatura, la filosofía y en la democracia. Se entiende así que hace unos meses, tras un debate con la historiadora Mary Beard, un periodista se preguntara si Boris Johnson aspiraba a convertirse en el Pericles de Downing Street.
Con todo, es Winston Churchill el principal “aliado” de Johnson en su campaña electoral. Lo confirma su libro The Churchill Factor: How Man Made History, (2014), que no es tanto una biografía como una evocación, cargada de referencias personales, de los momentos más destacados de la existencia del premier británico. A Johnson debe llamarle, sin duda, la atención de que Churchill tuviera una personalidad muy independiente, hasta el punto de ser una voz crítica en el partido conservador y abandonar por un tiempo esta formación para pasarse a los liberales. La imagen que Johnson ofrece, buscada o no, es la de un político algo excéntrico, pero honrado. Podría decirse que se asemeja a un Falstaff, jovial y con aspiraciones de triunfador, y no a un Macbeth obsesionado por el poder. Cabe añadir que el carácter de “verso suelto” en política siempre ha sido un recurso para atraer a votantes de diversas simpatías, aunque también entraña el riesgo de ser condenado al ostracismo, otro ejemplo griego, en caso de derrota.
El uso de Winston Churchill conviene más a Johnson que Margaret Thatcher, si bien la primera ministra llegó a considerarlo como uno de sus periodistas favoritos cuando escribió en 1992 un artículo sobre el plan Dehors para dominar Europa. No necesita el antiguo alcalde de Londres emplear un énfasis similar al utilizado por Thatcher en su famoso discurso en el Colegio Europeo de Brujas, cuando presentaba a Gran Bretaña como una fortaleza de la libertad y un hogar para los que escapaban de la tiranía imperante en la Europa continental. De ahí pasó al rechazo de un poder centralizado en Bruselas y de unas decisiones tomadas por una burocracia sin legitimidad democrática, una especie de superestado europeo que quería dirigirlo todo desde el centro, y en el que encontraba similitudes con la Unión Soviética. Por el contrario, la referencia histórica de Johnson es el Churchill de 1940, pues intenta ver paralelismos entre las decisiones que tuvo que adoptar el primer ministro en una Gran Bretaña con Hitler a las puertas, y la opción que tomarán los votantes el próximo 23 de junio. Johnson afirma que los electores del “no” son “los héroes de Europa”, que actuarán con moderación y sentido común para detener algo que parece fuera de control. Puestos a usar comparaciones históricas, cabe preguntarse por qué no se acordó de aquel discurso electoral de Churchill, del 5 de julio de 1945, en el que el premier cargaba las tintas contra los laboristas de Clement Atlee acusándoles de fomentar un Estado “archi-planificador” y “archi-administrador”, que tendría que controlar la vida de los ciudadanos por medio de una especie de Gestapo. No cabe duda de que estas exageraciones partidistas influyeron en la derrota del vencedor de la II Guerra Mundial. En este sentido, Boris Johnson ha huido de hacer comparaciones análogas, aunque dejara caer que la UE, al igual que Hitler, pretende construir un superestado.
Un historiador británico me aseguró una vez que el político más europeísta de Gran Bretaña fue el conservador Edward Heath. Durante su gobierno, en 1973, el país ingresó en las Comunidades Europeas. No es casual que la relación de Heath con Johnson, la de un veterano parlamentario con un joven, nunca fuera fácil.