No era necesario esperar al empujón de Trump ni de Putin, quizá sí el del Brexit. Europa, por lo menos algunos Estados, necesitan gastar un poco más en defensa, pero, sobre todo, gastar mejor, lo que no siempre resulta tan fácil. Los aliados europeos, contando sólo los de la UE, cuentan con 19 modelos de carros de combate en uso. EEUU, con sólo uno. En cuanto a aviones de combate, los europeos están fabricando tres modelos: el Eurofighter, en el que participa España, el Rafale francés y el Gripen sueco. EEUU se ha quedado con uno único en producción, el F-35. Y hay otros problemas y diferencias, como la capacidad de los europeos para que sus tropas y fuerzas sean operativas. En el origen del cambio de actitud de este debate está el descubrimiento por Alemania hace dos años de que más de la mitad de sus aviones de combate y de transporte militar no eran operativos por falta de piezas de recambio.
Muchos europeos en la OTAN se han comprometido una y otra vez a dedicar un 2% a gastos en defensa, lo cual es una cifra arbitraria, que, además, pocos cumplen. Aunque 14 países de la UE han aumentado desde 2014 su gasto en defensa como porcentaje del PIB, tres de ellos (el Reino Unido, Francia y Alemania) suponen el 60% del total. En todo caso, los europeos no necesitan emular a EEUU en este terreno –no necesitan grandes grupos navales, por ejemplo–, y más valdría que se fijaran objetivos operativos antes que presupuestarios. Pues, más allá de la posible “asunción de más responsabilidades y compromiso de reforzar la seguridad y la defensa comunes” que pueda quedar plasmada en la declaración con motivo del 60º aniversario del Tratado de Roma, la verdadera pregunta que en este terreno han de hacerse los Estados miembros de la UE por separado y conjuntamente es: ¿qué capacidades necesitan para hacer frente a los riesgos, amenazas y obligaciones internacionales?
Si cooperaran entre sí, si racionalizaran sus gastos en defensa, los países de la UE, según la Comisión Europea, podrían ahorrarse 25.000 millones de euros anuales, es decir, un 12% del total, que podrían dedicar a otras inversiones militares, de seguridad u otros campos. También, como recuerda Elisabeth Braw, hay un problema de interoperatividad, más importante ahora cuando varios países despliegan pequeños destacamentos, que con los grandes contingentes propios de la Guerra Fría, lo que requiere más uniformidad.
La UE estaba ya despertando en este terreno desde el año pasado, y la perspectiva de salida del Reino Unido ha levantado el freno de Londres a avanzar en este terreno. A finales del año pasado, la Comisión propuso un Plan de Acción Europeo de Defensa, tímido, de 90 millones de euros hasta 2020 y de 500 millones al año más allá, y los ministros del ramo y el Consejo Europeo aprobaron posteriormente todo un programa. Este mes, los titulares de Exteriores y de Defensa han decidido crear la Capacidad para Planeamiento y Dirección Militares, un embrión de cuartel general, para todos, aunque de momento limitado a operaciones que no impliquen acciones de combate. La semana pasada, el Consejo Europeo de primavera apoyó las dinámicas que se han puesto en marcha, y habrá una conferencia específica en junio en Praga.
Son, como la reactivación de la Agencia Europea de Defensa, pasos discretos. Pero se hace camino al andar. Aún queda aún lejos de una Cooperación Estructurada Permanente en este ámbito, es decir, entre los que quieren y pueden, lo que reflejaría la Europa de varias velocidades que defienden los actuales liderazgos de Francia, Alemania, Italia y España, el Grupo de Versalles, con un concepto que va ganando terreno. Como poco se ha roto ya el tabú de un presupuesto de Defensa, aunque sea para investigación, de que la Comisión hable de esta materia, y que se establezcan elementos de planeamiento militar.
Pero no bastará gastar mejor, si los europeos, al menos algunos de ellos, no gastan un poco más en su propia defensa. A escala nacional y europea, racionalizando transformando, hibernando y canibalizando algunas unidades o sistema, se ha hecho “más con menos”, pero esta política, que han seguido casi todos los países de la OTAN y de la UE, ya no da más de sí, especialmente ante el nuevo entorno geoestratégico más complejo. España –de los países de la UE y de la OTAN que menos gastan en defensa– superó este punto de poder hacer más con menos hace dos años. Es verdad que el gasto en defensa ha aumentado a partir de 2016, aunque una parte sea para hacer frente a pagos de los Programas Especiales de Armamentos contraídos en los años 90, por unos sistemas que quizás no sean los que se necesiten ahora y en el futuro. Es decir, para gastar más y mejor se requeriría una profunda revisión de las verdaderas necesidades, siendo conscientes que los sistemas de armas a menudo tienen una lenta fase de planteamiento y desarrollo, y un largo uso, mientras los escenarios estratégicos pueden cambiar más rápidamente.
Con un problema añadido que planteaban Félix Arteaga et al. en un estudio conjunto sobre el “nivel adecuado de estrategia autonómica” que contempla cada Estado miembro no ya para la UE, sino para cada cual. Estamos ante el fin de la plena autonomía militar de cada Estado, sí, pero no por ello se hace frente a los llamados riesgos y amenazas “no compartidos”. Ni siquiera hay una visión conjunta de los riesgos y amenazas entre los Estados miembros de la UE. Sí ciertos gestos de solidaridad, por ejemplo, hacia los Bálticos, ya a través de la OTAN o de la UE.