Diez candidatos, tres horas y un único estrado en la Universidad del Sur de Texas, en Houston. Así se presentaba el tercer debate entre los demócratas que aspiran a ser el elegido para enfrentarse a Donald Trump en el 2020. ¿Por qué en Texas? Quizás por estrategia política: un estado republicano, con una economía que depende mucho de México con quien comparte frontera, con un fuerte crecimiento fundamentalmente por el aumento de la producción de petróleo y del shale gas, a lo que hay que añadir la innovadora industria de la biotecnología y la de las telecomunicaciones. Es, además, uno de los mejores lugares del planeta para desarrollar start-ups. Es un estado cada vez más urbano, con Houston, Dallas y San Antonio entre las ciudades más pobladas del país. Un estado también crecientemente diverso, con un elevado y creciente porcentaje de hispanos, y con ciudades como San Antonio, comprometidas con el Acuerdo sobre el Clima de París a pesar de la deriva de Washington. Además, 15 representantes republicanos han anunciado su retirada para el próximo año, entre ellos 5 de Texas, lo que algunos interpretan como un síntoma de la debilidad de Trump. Y fue en Texas donde los demócratas rozaron lo impensable en las legislativas de noviembre de 2018, arrebatando casi un puesto en el Senado a los republicanos.
Volviendo al debate, por primera vez los tres principales contendientes –Joe Biden, Elisabeth Warren y Bernie Sanders– iban a estar juntos. Aunque lo más esperado era la rivalidad entre el vicepresidente y la senadora de Massachusetts, la segunda en las encuestas por encima de Bernie Sanders, y con quien lidera la alternativa progresista a Biden.
Algo más abajo en las encuestas, la senadora por California Kamala Harris y el alcalde de South Bend (Indiana) Pete Buttigieg buscaban recuperar el momentum que tuvieron tras presentar sus respectivas candidaturas. Y completando la lista: la senadora por Minnesota, Amy Klobuchar; el senador por New Jersey, Cory Booker; el antiguo representante, Beto O’Rourke; el ex secretario de Vivienda, Julián Castro; y el único que no es político, el empresario y fundador de Venture for America, Andrew Yang. Todos ellos buscaban una primera oportunidad para destacar en la campaña.
Otros diez candidatos no cumplieron los requisitos para poder participar: 130.000 donantes individuales y al menos un 2% de apoyo de los electores según cuatro encuestas aprobadas por el Comité del Partido Demócrata. Otros cuatro ya se habían retirado de la carrera. A pesar de las críticas por los duros requisitos es cierto que los votantes demócratas tienen ya ganas de concentrar sus esfuerzos y apoyos en unos pocos candidatos.
A pesar de la criba, seguían siendo demasiados contendientes para un único estrado, difícil para hacer y decir lo que uno quiere, y complicado para elegir a un claro ganador. Y así ha sido. Vimos a un Biden más combativo, a Sanders sin ser excesivamente duro con él y a Warren comunicándose con los votantes e ignorando a oponentes y moderadores. Booker y Buttigieg trataron de unificar el partido y el país sin ofender a nadie, Harris se centró en Trump y O’Rourke habló con pasión del control de armas. Klobuchar ya es la candidata moderada por excelencia y Yang tuvo la ocurrencia de prometer 1.000 dólares al mes a un buen puñado de familias. Todos tuvieron buenos momentos pero hubo un único perdedor, Julián Castro. ¿Su error? Utilizar la edad de Biden para atacarle –o así ha sido interpretado por una mayoría– recibiendo una unánime condena.
Lo cierto es que la carrera demócrata se presenta en la actualidad como una batalla entre tres septuagenarios. En una era de cambio, de avances tecnológicos y de disrupciones, parece que los demócratas se conforman con tres candidatos de la era pre-internet: Sanders (78), Biden (76), Warren (70) (además, el nominado republicano tiene 73 años). El caso es que a pesar del momentum de Pete Buttigieg (37) y Kamala Harris (54), ninguno de los dos ha logrado alcanzar un apoyo que llegue a los dos dígitos, mientras que los tres en cabeza son los que tienen el mayor apoyo político, lo que les asegura el dinero y la base para crecer o al menos mantenerse en esas primeras posiciones. No para todos la edad tiene que generar susceptibilidades, y así se lo han dicho a Julián Castro, reprochándole su ataque a Biden. Sin olvidar que Warren fue una bloguera temprana y es una leyenda en el tema de los selfies.
La cobertura sanitaria volvió a ser el tema estrella y los demócratas creen que pueden ganar las presidenciales de 2020 haciendo de este asunto el centro de su campaña. De hecho, les fue muy bien apostando por ello en las elecciones legislativas de noviembre de 2018, donde recuperaron la mayoría en la Cámara de Representantes. El quid de la cuestión y la diferencia entre los candidatos está en hasta dónde llegar y a qué velocidad actuar, una batalla que se entrelaza con quién es el candidato mejor posicionado para derrotar a Trump, con buena parte del partido demócrata considerando a Warren y Sanders demasiados liberales para ganar las elecciones generales.
Otro asunto que empieza a destacar es el tema de las armas. Si la campaña de los demócratas del 2018 giró en torno a la sanidad, algunos estrategas apuntan a hacer lo mismo con el control de las armas. Recientes acontecimientos están transformando la percepción de muchos norteamericanos como antes no había ocurrido y por primera vez puede convertirse en un asunto central del mensaje del partido.
Y otros temas que prometen titulares serán el comercio, el cambio climático y la implicación militar de EEUU en el exterior. Todos ellos se mencionaron en Houston además de Venezuela y Centroamérica y por supuesto China. Y es que la política interna de EEUU condiciona cada vez más su política exterior lo que hará que los algunos temas internacionales vayan cobrando cierta relevancia por su conexión con los problemas o desequilibrios internos.
Las encuestas sobre las primarias demócratas apenas han cambiado en los últimos meses, con el vicepresidente Joe Biden liderando la carrera, aunque en una posición más débil que al inicio. El debate de Houston no va a cambiar sustancialmente las encuestas lo que no significa que todas las cartas estén echadas. Es más, la carrera está más abierta que nunca por varios motivos:
- Si Biden lleva en primera posición al caucus de Iowa (3 de febrero, el día después de la Super Bowl) y New Hampshire (11 de febrero) se va a encontrar con un gran escollo que es el propio calendario electoral de las primarias que le favorece muy poco. Su ventaja a nivel nacional no es tal en estas dos primeras plazas donde quizás tenga que hacer frente a dos derrotas, con un posible efecto dominó.
- Los votantes aún no han decidido si prefieren la denominada electability, es decir un candidato con las mayores posibilidades de ganar, o autenticidad y alguien con quien compartan la mayoría de las ideas. Más de un 40% de demócratas piensan que Biden es la mejor opción para derrotar a Trump, aunque solo un 23% asegura que sería el mejor presidente. Por otro lado, las encuestas más recientes muestran que la mayoría de los candidatos demócratas ganarían a Trump en un hipotético enfrentamiento –Biden Warren, Sanders y Harris por un margen de dos dígitos.
- Muchos candidatos aún son unos desconocidos. Castro fue el primero en sacar una propuesta sobre inmigración aunque sorprende que con ella no ganara más atención; Klobuchar después de 13 años en Washington, siendo la primera mujer senadora electa por Minnesota, una estrella emergente en 2010 y más de 2 millones de dólares invertidos en anuncios, sigue siendo una desconocida para la mitad de los votantes demócratas o no tienen opinión sobre ella. A Andrew Yang le ocurre lo mismo. Sin embargo, a estas alturas de la precampaña, muchos nominados demócratas tenían cifras de apoyo de un solo dígito como Jimmy Carter, Bill Clinton y John Kerry, por lo que todo aún puede cambiar.
Habrá que esperar al mes próximo para continuar con el debate, esta vez en Ohio.