Debate 2024: la edad sí importa… para Biden

Donald Trump y Joe Biden en el primer debate electoral, 27 de junio de 2024
Donald Trump y Joe Biden en el primer debate electoral, 27 de junio de 2024. Foto: Andrew Harnik / Getty Images

Los 64 años de historia de los debates presidenciales –que se remontan al encuentro entre John F. Kennedy y Richard Nixon en un estudio de televisión de Chicago a finales de septiembre de 1960– han sido minuciosamente examinados en busca de los momentos más relevantes. Desde Ronald Reagan, cuando en 1984 desactivó la cuestión de la edad con una ocurrencia (“No voy a explotar, con fines políticos, la juventud y la inexperiencia de mi oponente”), hasta Donald Trump, que en 2016 acorraló a Hillary Clinton en el escenario. En este primer debate presidencial de la campaña del 2024 ha sido sin duda la cuestión de la edad de Joe Biden la que se ha alzado con el protagonismo. Había quien esperaba que Biden ofreciera una actuación a la altura de su “paliza” a Paul Ryan en 2012 en el duelo de vicepresidentes, aliviando las preocupaciones de los votantes indecisos sobre su bienestar cognitivo y avergonzando a los spin doctors republicanos que lo han estado acusando de senilidad. Pero no ha sido así. Sus tropiezos verbales, su voz débil (la campaña ha dicho que estaba resfriado) y sus titubeantes respuestas a los golpes de Trump y a las preguntas de los moderadores, reforzaron la sensación de que un octogenario no debería ocupar la Casa Blanca durante cuatro años. Su actuación, además, hizo que emergiera una pregunta que hasta ahora parecía tabú: ¿Hay alguna forma de sustituir a Biden como candidato presidencial del Partido Demócrata?

Biden perdió, pero Trump tampoco ganó. Y la imagen de EEUU, de su sistema político, de sus instituciones, y de sus candidatos también se ha visto dañada.

Hay tres motivos por los que el actual presidente es el candidato (aún no oficial) demócrata. En primer lugar, porque es el presidente de Estados Unidos (EEUU) y tiene derecho a presentarse a un segundo mandato, como han hecho todos sus predecesores; en segundo lugar, por los buenos resultados de las elecciones de medio mandato de 2022 que lo legitimaron para una segunda candidatura; por último, porque enfrente tiene a Trump y, hasta ahora, ha sido el único que le ha ganado. Pero en el debate Biden no supo o no pudo aprovechar la oportunidad para trazar un fuerte contraste con su adversario. No se trataba sólo de que Biden no le hubiera lanzado un guante a Donald Trump sobre la economía, la anulación de Roe contra Wade, el COVID, los impuestos o cualquier otro tema; fue su voz y su expresión facial, con respuestas en ocasiones incoherentes, vagas o que terminaban en confusión. Trump, por su parte, no dijo toda la verdad sobre la pandemia, la economía, la inmigración y su papel en la insurrección del Capitolio del 6 de enero, pero el demócrata no le hizo responsable de esas mentiras de forma tajante. Biden perdió, pero Trump tampoco ganó. Y la imagen de EEUU, de su sistema político, de sus instituciones y de sus candidatos también se ha visto dañada.

El duelo se producía en un momento crucial de una impopular revancha presidencial y era una ocasión para que ambos expusieran sus argumentos ante una audiencia televisiva nacional. Esto no quiere decir que la capacidad de un candidato para desenvolverse con destreza en un debate televisado sea un buen indicador de su capacidad para ejercer la presidencia. Las habilidades necesarias para dirigir la legislación a través del Congreso o negociar alianzas internacionales y las requeridas para dispensar temas de conversación bien calibrados en tandas de 90 segundos no se solapan necesariamente. Biden nunca ha sido un político especialmente elocuente, pero a lo largo de tres años y medio ha demostrado su eficacia a la hora de promulgar leyes bipartidistas y orquestar la cooperación internacional en la guerra de Ucrania.

Fue, además, la campaña de Biden quien convenció hábilmente a Trump para que aceptara este debate. Para los demócratas significaba una táctica de bajo riesgo con cuatro largos meses por delante para recuperarse de una posible actuación titubeante del presidente. Joe Biden, mejor que nadie, sabe lo rápido que pueden desaparecer los efectos de un debate devastador. El desganado primer encuentro entre Barack Obama y Mitt Romney en octubre de 2012, lo ganó el republicano por un abrumador margen. Pero el impulso cambió una semana después, cuando un agresivo Biden, que superó a Ryan y Romney, nunca recuperó los números. Esta vez, la arriesgada táctica les puede pasar factura.

¿Habrá otro candidato? La posibilidad ahora existe, pero es poco probable. Los 50 estados ya han celebrado sus primarias y el presidente demócrata ha ganado la gran mayoría de sus delegados, por lo que están comprometidos a votar por él. Sólo el propio Biden puede hacer que esos delegados voten a otra persona abandonando antes de la convención demócrata de agosto.

Hay figuras que podrían sustituirle, como la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, el gobernador de California, Gavin Newsom, el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, tal vez incluso Pete Buttigieg, secretario de Transporte de la Administración Biden. Todos son importantes sustitutos públicos y partidarios de Biden, por lo que ninguno se pondrá públicamente en su contra. Además, queda poco tiempo para que se les reconozca a nivel nacional o recauden el dinero para una gran campaña electoral.

Pero si incluso Biden decidiera retirarse antes de la convención, la única opción para él sería elegir a su vicepresidenta, Kamala Harris, que tiene sus propios inconvenientes políticos. Y si llega a surgir otro demócrata salvador, con el apoyo del establishment y un núcleo de estrategas y políticos dispuesto a apostar por él, probablemente los demócratas se dirigirían hacia una convención con múltiples rondas de votación. Eso también abre la posibilidad de aún más caos y desunión entre los demócratas. Sólo queda esperar.