Este comentario fue publicado en el diario El Mundo (17/12/2020), coincidiendo con el 10º aniversario del inicio en Túnez de las revueltas árabes.
Si alguien cree que se pueden desmontar regímenes autoritarios que poseen muchos recursos y grandes apoyos externos en pocos años y sin fuertes sacudidas, entonces es normal que vea en la llamada “primavera árabe” un estrepitoso fracaso. Si, por el contrario, se entiende que las revueltas árabes que comenzaron en Túnez a finales de 2010 fueron el inicio de un proceso largo, complejo y con muchos altibajos, entonces se concluirá que una década es poco tiempo para juzgar el éxito o fracaso de un proceso transformador de dimensiones históricas.
“En 2019 millones de ciudadanos volvieron a salir a las calles de países árabes para manifestarse pacíficamente y pedir cambios en sus sistemas de gobierno antidemocráticos (…)”
Tras la euforia inicial que provocó la caída de los autócratas de Túnez y Egipto en 2011, a manos de millones de manifestantes pacíficos armados con pancartas y teléfonos móviles, el estado de ánimo pasó a ser de inquietud y preocupación. La violencia extrema empleada por algunos regímenes como el de Siria, las injerencias externas de todo tipo y la radicalización de algunas revueltas generaron frustración y rechazo hacia la idea de una “primavera árabe” (una denominación equivocada desde el primer momento, por imprecisa y predisponente de un resultado exitoso).
Ya en 2018 muchos habían dado por muerta esa “primavera árabe”, ahogada en sangre, destrucción y caos. Sin embargo, en 2019 millones de ciudadanos volvieron a salir a las calles de países árabes para manifestarse pacíficamente y pedir cambios en sus sistemas de gobierno antidemocráticos, dominados por militares (Argelia y Sudán) y por repartos de cuotas sectarias de poder (Líbano e Irak). Las movilizaciones tuvieron en común la ausencia de una ideología dominante y un alto grado de civismo y de madurez política por parte de los manifestantes, que evitaron chocar frontalmente con las fuerzas de seguridad. Para muchos occidentales, esas movilizaciones prodemocracia pasaron desapercibidas.
“Como respuesta a las muestras de malestar social y a las peticiones de reforma acentuadas durante la última década, algunos dirigentes árabes están intentando imponer una versión más cruda de la “estabilidad autoritaria”.
En distintos puntos de Oriente Próximo y el Magreb existen amplias muestras de los fracasos acumulados por los viejos regímenes que se aferran al poder por todas las vías. Los antiguos contratos sociales se están incumpliendo por parte de los propios regímenes que los impusieron décadas atrás. La corrupción rampante, el rápido crecimiento demográfico, el agotamiento del modelo rentista basado sobre todo en los hidrocarburos, la falta de reformas sustanciales y las sacudidas geopolíticas están provocando la creciente erosión de la seguridad económica y el deterioro de los sistemas de protección en las sociedades árabes.
Como respuesta a las muestras de malestar social y a las peticiones de reforma acentuadas durante la última década, algunos dirigentes árabes están intentando imponer una versión más cruda de la “estabilidad autoritaria”. Para ello, están recurriendo a una mayor represión y a la asfixia de las libertades, como hace el régimen de Abdelfatah al-Sisi en Egipto. Cuentan con el apoyo explícito o tácito de aliados internacionales que favorecen cualquier tipo de estabilidad a corto plazo frente a inciertas transiciones hacia nuevos sistemas políticos. Ese apoyo externo se manifiesta de distintas formas, incluido el fomento de carreras armamentísticas en esa parte del mundo.
Existe una fuerte tentación de retratar la mal llamada “primavera árabe” con la imagen de un bombardeo, de un atentado terrorista o de una caravana de refugiados. Esas imágenes son reales, pero incompletas. Reflejan síntomas de los males de fondo que aquejan a los países árabes, pero no suelen referirse a las causas de raíz de esos males. Tampoco recogen la lucha de millones de ciudadanos árabes por tener una vida más digna y por vivir en Estados funcionales que ofrezcan seguridad, servicios sociales y oportunidades económicas.
Asociar las luchas por la dignidad de la ciudadanía árabe con el fracaso es algo que conviene a los regímenes antidemocráticos que aspiran a perpetuarse en el poder, a pesar de que son ellos mismos quienes crean las condiciones para una mayor frustración social. Hay pocas dudas de que las movilizaciones en países de Oriente Próximo y el Magreb –que se han visto reducidas drásticamente debido a las medidas sanitarias por la pandemia del COVID-19– retornarán en un plazo no lejano. La duda es si, en un contexto de mayor desigualdad y de crisis agravadas por las devastadoras consecuencias económicas de la pandemia, los regímenes árabes escucharán más las demandas de sus ciudadanos.