Desde que se acabaron las guerras entre los Estados, los gobiernos de los países occidentales sólo emplean su fuerza militar en las denominadas guerras de opción. Se combate en las guerras de otros y en otros lugares, por lo que los gobiernos tienen que justificar ante sus sociedades por qué intervienen en esas guerras que no les afectan vitalmente. También tienen que explicar por qué no lo hacen, ya que el drama de los conflictos se asoma a la vida cotidiana de sus ciudadanos y genera emociones y demandas de intervención para evitar el sufrimiento que se contempla.
Tras dos décadas de intervenciones, los gobiernos ya saben la importancia de contar con apoyo social suficiente tanto si están decididos a intervenir como si dudan sobre hacerlo. Especialmente en este último caso, cuando los gobiernos no saben qué deben hacer, la opinión pública –política y social– se convierte en un factor determinante de la decisión (el conocido efecto CNN). Por eso, los partidarios y opositores de las intervenciones militares en esas sociedades se ven obligados a movilizar las emociones y argumentos a favor y en contra de las mismas. Activistas de uno y otro bando, tanto de la calle como de las instituciones, tratan de hacer valer sus posiciones y se lanzan a una guerra de relatos –la batalla de las narrativas– en la que la realidad va cediendo paso a la percepción construida de ella desde las distintas trincheras.
En la guerra civil que desangra a Siria también se ha reproducido esta batalla y los contendientes disparan relatos que tratan de ganar las corazones y las mentes de quienes dominan el proceso de decisiones. Los relatos de políticos, militares, periodistas, víctimas y combatientes, a veces reales y a veces construidos, circulan por los medios de comunicación y las redes sociales y el resultado de su confrontación se refleja en las encuestas. A ellas acuden los expertos y quienes toman las decisiones para sondear el nivel de apoyo o rechazo a las intervenciones.
En relación con la guerra civil en Siria, la encuesta de junio de 2012 del German Marshall Fund, Transatlantic Trends, revela cansancio y desconfianza respecto a las últimas grandes misiones internacionales. Un amplio sector de los encuestados en EEUU y Europa creen que las intervenciones no fueron la respuesta adecuada en Irak (54% de los europeos y 45% de los estadounidenses), Afganistán (50% y 40%) y Libia (41% y 39%). Y sobre la estabilidad posterior a esas intervenciones, europeos y estadounidenses coinciden en sentirse bastante o muy pesimistas sobre las expectativas de estabilidad en Irak (64% y el 50%), Afganistán (70% y 87%) y Libia (54% y 47%).
Sobre esta base de desconfianza, a los gobiernos occidentales les resulta bastante difícil convencer a sus opiniones públicas de que una intervención en Siria mejoraría las cosas. Así, en la misma encuesta, la mayoría de los encuestados (59% de los europeos y 55% de los estadounidenses) es partidaria de permanecer “completamente” al margen de la guerra. Esta percepción de fondo afecta a las decisiones que tienen que tomar gobiernos como el del presidente Obama que ven cómo, incluso tras su reconocimiento de que el régimen sirio ha empleado armas químicas, las encuestan siguen revelando una oposición al envío de armas a los rebeldes (54% frente al 37% de partidarios, Gallup, 15-16 de junio) en la que coinciden demócratas y republicanos (60% y 63%, respectivamente). Además, la misma agencia resalta el menor interés por el seguimiento de esta guerra (48%) que por la media del seguimiento de las anteriores (60%). Las encuestas del Pew Research Center de 16 y 17 de junio confirman la misma percepción de cansancio, reservas y oposición al envío de armas, lo que indica que el uso de “líneas rojas” no ha dado el resultado esperado.
En el caso de España, según Transatlantic Trends 2012, el 50% de los encuestados considera inadecuada la intervención de Irak, el 49% la de Afganistán y el 44% la de Libia, mostrándose bastante o muy pesimistas sobre la estabilidad posterior de Irak (75%), Afganistán (78%) y Libia (65%). Junto a las coincidencias con las tendencias de opinión europeas y estadounidense, los encuestados españoles muestran una peculiar incoherencia entre el deseo de que se haga algo y el de hacerlo ellos. Así, en la misma encuesta anterior, mientras el 71% de los españoles se manifiesta favorable a ejercer el derecho de proteger civiles frente a la violencia en otros países, el 58% no desea intervenir en Siria para hacerlo (38% favorable). Incluso en el caso de que se contara con un mandato de Naciones Unidas el porcentaje de oposición a una intervención española se mantendría en cifras similares: 56% en contra y 42% a favor.
Otros factores aparte, las encuestas se han vuelto en un elemento esencial en el apoyo a las decisiones de los gobiernos en materia de intervención militar. En el caso de Siria, las encuestas revelan que las sociedades tienen muchas dudas sobre la utilidad de la injerencia militar externa para arreglar los conflictos complejos, a pesar de la cantidad y variedad de relatos que les acercan la crudeza de la guerra a sus hogares. Los gobiernos tienen bastante difícil decidir qué hacer y cómo justificarlo porque muchos de los relatos empleados con éxito en ocasiones anteriores han perdido capacidad de persuasión. Si estuvieran seguros de la utilidad final de sus intervenciones podrían liderar a sus sociedades para lanzarse a ellas, pero si comparten las dudas que sus ciudadanos muestran en las encuestas tendrán que abstenerse de fijar líneas rojas que les deslicen hacia la intervención contra la voluntad de ellas.