No poco se ha especulado sobre simbolismo oculto, notoriedad mediática y hasta casuística hachemí a la hora de explicar por qué fue quemado vivo el piloto jordano capturado el pasado mes de diciembre en Siria por miembros del denominado Estado Islámico (EI). En realidad fue un asesinato llevado a cabo al pie de la letra, en concreto siguiendo las instrucciones que contiene el manual sobre usos de la violencia al cual recurren los yihadistas iraquíes desde hace más de una década y en la actualidad el propio líder del EI, Abu Bakr al Baghdadi. Como se sabe por el testimonio de otros rehenes del EI cuya suerte fue muy distinta a la de Moaz al-Kasasbeh, es el propio Baghdadi quien ordena o no matarlos y el modo de hacerlo.
El título de la obra en cuestión puede traducirse al castellano como Gestión de la brutalidad y fue escrito en 2004 por un doctrinario al servicio de al-Qaeda en la Tierra de los Dos Ríos conocido por el sobrenombre de Abu Bakr Naji. Está dedicada a los sucesivos estadios mediante los cuales imponer por la fuerza un dominio islámico y a las modalidades de violencia que deben ser utilizadas en cada una de esas fases. Ha sido, sin solución de continuidad, texto de referencia para dicha rama de al-Qaeda mientras estuvo liderada por Abu Musab al-Zarqaui, al igual que para las sucesivas entidades en que se ha ido transformado hasta adoptar, en junio del pasado año, su actual denominación de Estado Islámico (EI).
Al inicio de su sección cuarta, el mencionado tratado religioso sobre usos de la violencia para extender o defender el islam ofrece una noción bien inequívoca de yihad que, de acuerdo con el autor, “no es otra cosa que violencia, brutalidad, terrorismo [sic], atemorizar a otros y masacrar”. Esta manera belicosa de entender el concepto de yihad es inherente a la ideología del salafismo yihadista común a al-Qaeda y al EI. Algunos párrafos después, tras sostener que el conjunto de los musulmanes se encuentra enfrentado tanto a infieles como a apóstatas, se afirma: “nada nos previene de derramar su sangre, más bien es una de las más importantes obligaciones ya que no se arrepienten, hacen oración y dan limosna. Toda religión pertenece a Alá”.
Es precisamente entonces cuando, en la página 31 del original de Gestión de la brutalidad se aduce que los compañeros de Mahoma han comprendido mejor que nadie ese asunto de la violencia, para concluir que tanto el primero como el cuarto de los califas reconocidos en la tradición suní, Abu Bakr –de quien el propio Baghdadi toma por cierto su apelativo– y Ali ibn Abi Talib, respectivamente, “quemaban a la gente con fuego […] porque conocían el efecto que la violencia bruta tiene en tiempos de necesidad”. Unas páginas más tarde se narra por primera pero no única vez que Abu Bakr, en el siglo VII de nuestra era, quemó vivo a un individuo acusado de haber traicionado el imperativo de la yihad contra los apóstatas y unirse a ellos.
¿A qué tiempos de necesidad se refiere el autor de Gestión de la brutalidad? A etapas críticas en la formación de un dominio islámico, en las que se administran provisiones y servicios para los musulmanes que habitan un territorio carente de autoridad estatal y donde el caos está siendo reemplazado por un orden inspirado en la sharía. ¿Qué pueden ser tiempos de necesidad para Abu Bakr al Baghdadi? Un momento como el actual, en que el EI ha de evitar que la población residente en las zonas de Siria e Irak bajo su control se revuelva, mientras sus seguidores intentan consolidar y expandir el llamado califato. Algo que tratan de impedir los aviones de combate a disposición de la coalición internacional contra el EI. Como el que pilotaba Moaz al-Kasasbeh.