Dabiq es una pequeña localidad del norte de Siria que hasta el 16 de octubre de 2016 estaba bajo control de Estado Islámico (EI). Ese día cayó en manos de rebeldes sirios apoyados por Turquía y por la Coalición Internacional contra esa organización yihadista que lidera EEUU. Pero no se trata de una localidad más, sino que tiene gran importancia simbólica en la variante profética y apocalíptica del belicoso salafismo que es la ideología de EI. Su propaganda había repetido con inusitada frecuencia que Dabiq está predestinado a ser el lugar en que se librará una supuesta grandiosa batalla final entre musulmanes e infieles.
No en vano, el propio órgano de propaganda en inglés que EI distribuía desde julio de 2014 se llamaba Dabiq. Este órgano de propaganda dejó de publicarse con ese nombre el pasado verano, dos años después de su aparición. A buen seguro porque Abu Bakr al-Bagdahdi y los principales dirigentes de la organización yihadista se anticiparon a la prevista pérdida de la para ellos tan simbólica localidad siria. Desde septiembre de 2016, EI difunde su revista electrónica pero ahora denominada Rumiyah, es decir, Roma. Puede afirmarse que Roma ocupa en la narrativa sobre Europa de EI el lugar de al-Ándalus en la de al-Qaeda.
“EI no va a desaparecer por ello, pero decae como pretendido califato y muta organizativamente.”
Dejar de publicar Dabiq para lanzar Rumiyah refleja una reorientación estratégica adoptada por los líderes de EI a medida que las posibilidades de mantener y expandir su califato se reducían. Aun cuando minimizasen lo ocurrido con Dabiq, aduciendo que la verdadera y triunfante batalla profetizada llegará, su pérdida ilustra la merma del dominio territorial que la organización yihadista llegó a adquirir Siria e Irak. Merma que también lo es, claro está, de sus bases locales de consentimiento, de su financiación y de su capacidad para atraer combatientes terroristas extranjeros, incluyendo los procedentes de países europeos.
EI no va a desaparecer por ello, pero decae como pretendido califato y muta organizativamente. Sin embargo, es una transformación más inducida desde el exterior que provocada desde el interior, de modo que su insurgencia persistirá en Irak y otros países de la región mientras mantenga extensas tramas de facilitadores y de apoyo popular como las que a fines de la década pasada posibilitaron la reconstrucción de su precursora, la entonces rama iraquí de al-Qaeda, cuyos excesos en el uso de la violencia contra musulmanes tanto desasosegaban ya al propio Osama bin Laden. En estas circunstancias, es muy verosímil que el terrorismo adquiera mayor relevancia en su repertorio de violencia, dentro y fuera de Oriente Medio.
Todo lo cual concierne a Europa Occidental, objetivo temprano y continuado de EI. Apenas proclamado el califato a mediados de 2014, sus dirigentes articularon un mando de operaciones externas con base en la ciudad siria de Raqqa y, bajo sus órdenes, una red operativa para planificar y ejecutar atentados, como los del 13 de noviembre de 2015 en París, que no parece haya sido disuelta. Ahora, debido al proceso de mutación que ha iniciado la organización yihadista –básicamente como resultado de la presión a que se encuentra sometida en Siria e Irak–, cabe prever un incremento, a corto y medio plazo, en la diversa y compleja amenaza terrorista que supone para los países de la UE.
Al enfatizar Roma y su significado como referencia a una profecía atribuida a Mahoma en la que se vaticina su caída tras la conquista musulmana de Constantinopla, los líderes de EI no han hecho otra cosa que señalar de modo más explícito aún el escenario europeo del terrorismo, cuya práctica justifican religiosamente; cabe decir que otorgando a ese escenario europeo una mayor prioridad. Y no hay razón para especular innecesariamente acerca de lo que Roma significa en nuestros días para los adeptos a la organización yihadista que encabeza Abu Bakar al-Bagdadi, pues desde hace más de dos años su narrativa deja claro que para ellos es hoy, ante todo, sinónimo de la Europa cristiana; en definitiva, simplemente de Europa.
Este incremento en la amenaza que EI supone para Europa Occidental está en buena medida relacionado con el eventual retorno a sus países de origen en esta región, directamente o en algunos casos a través del enclave libio con el que aún cuenta la organización yihadista, de una parte de los miles de combatientes terroristas extranjeros que no hayan perecido ni estén desencantados de su militancia. Numerosos de estos miles de retornados aún a disposición de EI han sido adiestrados en modos de comunicación y patrones de movimientos gracias a los cuales eludir las medidas que para localizarlos y detenerlos han adoptado recientemente, si bien con variable celo, los distintos gobiernos europeos.
Pero la amenaza está asimismo relacionada con jóvenes musulmanes residentes en países de Europa Occidental, radicalizados solos o en compañía de otros en las actitudes y creencias religiosas de EI, que en su gran mayoría pertenecen al componente homegrown o autóctono del fenómeno terrorista promovido por dicha organización yihadista. Entre ellos hay muy probablemente centenares de individuos frustrados por no haber podido viajar a Siria o Irak, una migración más difícil y costosa en estos momentos que hace un año, pero dispuestos a seguir las instrucciones que los dirigentes de EI difunden para incitarlos a que preparen y perpetren actos de terrorismo por su propia cuenta.
En el primer número de Rumiyah, diseminado a inicios del pasado septiembre, los dirigentes de EI reaccionan ante el descenso en el número de combatientes a sus órdenes mediante un editorial en el que, después de ensalzar a quienes definen como “muyahidines en la causa de Alá”, precisamente instan de este modo a los musulmanes que viven entre quienes son caracterizados como infieles a conducirse, en tanto que terroristas individuales, a la manera de los actores solitarios y perpetrar atentados por su cuenta: “la sangre de los infieles es barata, asquerosa y está permitido verterla”. Alá, se afirma, “ha ordenado que sean asesinados donde quiera que se encentren, dentro o fuera del campo de batalla”.
Tras insistir en que matar infieles es “una forma de venerar a Alá”, el nuevo órgano de propaganda de EI ofrece, entre los contenidos de su primera entrega, indicaciones concretas sobre posibles blancos de esos atentados que pueden llevar a cabo actores solitarios únicamente inspirados por la ideología de la organización yihadista: “hombres de negocios que van al trabajo en taxi”, “jóvenes adultos que practican actividades deportivas en el parque”, “el anciano que espera en fila para comprar un bocadillo”, y “soldados y policías, jueces y políticos”, por ejemplo. En suma, se aduce en las páginas de Rumiyah, “infundir terror en los corazones de todos los infieles es una obligación del musulmán”.
Un mes después, en octubre, se difundía el segundo número de Rumiyah, en el cual se dedica un apartado especial a explicar cómo un individuo aislado que haya dejado la debida constancia de su lealtad a al-Bagdadi “no necesita ser experto militar o maestro en artes marciales, ni siquiera poseer una pistola o un rifle” para “llevar a cabo una masacre o matar y herir a varios infieles y aterrorizar una nación entera”. Sugiere, a este respecto, que se recurra a los atentados mediante cuchillo, arma de connotaciones tradicionales, muy accesible y fácil de ocultar. Aconseja también sobre el tipo específico de cuchillo que utilizar y dónde o cómo hacerlo, subrayando además que degollar a un infiel “es ejecución directa de un mandamiento de Alá”.
“La amenaza del terrorismo yihadista (…) evoluciona mientras los avances en asuntos europeos fundamentales para la seguridad (…) continúan aún por debajo del óptimo necesario.”
Pero las mismas circunstancias que elevan los niveles de amenaza terrorista para los países de la UE, derivadas de la actual mutación de EI, constituyen asimismo un contexto propicio para la actuación de una renovada estructura global de al-Qaeda con intención y capacidad para atentar en el territorio europeo. En especial, a través de alguna de sus ramas territoriales u entidades asociadas más próximas al mismo, donde miembros de al-Qaeda y de EI han dado muestras de mutua colaboración pese a la rivalidad que se presume –quizá actualmente en demasía– existe entre ambas organizaciones yihadistas.
Una vez más, a golpe de graves atentados como los de París y Bruselas, de igual modo que ocurrió hace una década con los de Madrid y Londres, las instituciones europeas han venido reiterando su determinación antiterrorista. La amenaza del terrorismo yihadista, cuyo nivel es ahora percibido en muchas naciones de la UE como el más elevado desde el 11-M y el 7-J, evoluciona mientras los avances en asuntos europeos fundamentales para la seguridad, como un nuevo modelo de intercambio de información o partenariados efectivos con otros países de la cuenca mediterránea, continúan aún por debajo del óptimo necesario.