Llevo mucho tiempo siguiendo conflictos armados y observando cómo la gente se interesa o se desinteresa por ellos. Lo segundo es más propio de nuestros días que lo primero porque antes, te interesaran o no, las guerras te afectaban obligándote a hacer el servicio militar o a padecer restricciones propias de la vida de retaguardia. Desde que las guerras ya no son por necesidad, sino por opción, la perspectiva varía sustancialmente. Acabada la guerra fría, los ejércitos profesionales han ido reemplazando a los de recluta obligatoria porque no tenía sentido tener a la nación en armas cuando no se esperaba que las naciones vecinas la pusieran en peligro y, también, porque no tenía mucho sentido enviar reclutas lejos de sus familias y hogares para arriesgar su vida por la seguridad de terceros.
La profesionalización de los ejércitos y el alejamiento de los conflictos permitieron a las poblaciones occidentales alejarse emocionalmente de las operaciones militares ya que no suelen tener entre sus seres queridos a quienes han estado allí y pueden contar su experiencia. Salvo en países de una cultura estratégica sin complejos (Beckham es británico al fin y al cabo) también se han ido alejando emocionalmente de las misiones militares los responsables políticos –a pesar de que son ellos quienes envían a sus tropas fuera de sus fronteras – y los líderes de la sociedad civil porque estas misiones no entran dentro de sus responsabilidades sociales (Beckham sí visitó a sus tropas en 2010). Me gustaría saber –o quizá mejor no- cuántos líderes políticos, sindicales, municipales, empresariales u otros han visitado, por ejemplo, a las tropas españolas desplegadas en El Líbano -que están relativamente cerca y tranquilas- sin que estuvieran obligados a hacerlo o fuera de las fechas navideñas.
A falta de proximidad directa, siempre se puede recurrir a los medios de comunicación o a las redes sociales, no sin dificultades. Los primeros tienen que sopesar actualidad y costes de los reportajes, por lo que salvo las grandes agencias y periódicos globales, la mayoría encuentran pocos alicientes en seguir las operaciones militares entre el principio y fin de los enfrentamientos. El interés se incrementa cuando se producen víctimas o se recrudecen las operaciones militares pero muy pocos medios disponen de corresponsales permanentes sobre el terreno por lo que tienen recortar y pegar la información de otros, recurrir a enviados especiales o subcontratar periodistas freelance con lo que sus relatos ganan actualidad pero pierden perspectiva.
A diferencia de los medios de comunicación que no ofrecen todo el análisis que se esperaría de ellos, las redes sociales desbordan emotividad. Sus numerosos seguidores consumen los videos, fotos, Tweets o blogs en vivo y en directo montados en los trending topics creyendo que lo que ven es lo que ocurre. Bastaría con analizar lo que Hamás y las Fuerzas de Defensa de Israel han volcado en esas redes sobre la operación Pilar Defensivo para darse cuenta que su contenido es la continuación de su lucha por otros medios –los cibernéticos- donde lo que importa no es lo que pasa sino lo que parece que pasa. Las tropas españolas regresarán de Afganistán en 2014, a ver si antes pasa por allí alguno de nuestros “beckhams” o las televisiones que buscan españoles por el mundo.