El 19 de julio de 1957 fallecía en Roma uno de los grandes escritores y periodistas italianos del siglo pasado, Curzio Malaparte, seudónimo de Kurt Erich Sucker, que eligió firmar sus obras con una ilusión irónica a Napoleón Bonaparte. Para muchos, su vida fue de una absoluta incoherencia con un esnobismo camaleónico que le llevó de apoyar, primero, el fascismo de Mussolini y luego el comunismo de Togliatti, con todavía tiempo, poco antes de morir, para viajar a China y expresar su admiración por el régimen maoísta. En el fondo, como diría una vez Oriana Fallaci, nuestro autor no veía grandes diferencias entre los fascistas y los antifascistas. Sin embargo, hay que reconocer que en obras como Kapput y La piel, con imágenes descarnadas de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra, Malaparte supo presentar con profunda humanidad el sufrimiento de los inocentes humillados.
Curzio Malaparte fue además un analista internacional cultivador de los paralelismos históricos. En este sentido, su obra maestra es Técnica del golpe de estado (1931) donde disecciona los golpes o intentos de golpe de Estado en la Revolución Rusa y el período de entreguerras: Trotski, Kapp, Pilsudski, Primo de Rivera, Mussolini, Hitler. Dedica también un capítulo a un pronunciamiento clásico: el del 18 de brumario de Napoleón Bonaparte. He tenido ocasión de revisar este libro poco después de la lectura de La revancha de los poderosos de Moisés Naím, una obra de referencia sobre los populismos actuales. Naím los califica de “autocracias 3P”, tres iniciales para el populismo, la polarización y la posverdad.
En mi opinión, no es exagerado afirmar que en los ejemplos del libro de Malaparte esas “3P” también están presentes. Los golpistas dicen actuar en nombre del pueblo, fomentan la polarización porque dicen estar contra las élites o la clase dominante, y construyen una verdad a su medida, que intentan transmitir al conjunto de la sociedad. Los autócratas de la obra de Malaparte suelen constituir una minoría audaz y decidida que toma el poder por la fuerza. En cambio, los autócratas del populismo actual llegan al poder por la vía electoral, con una serie de métodos oportunistas de los que no se libran ni las democracias recientes ni las de tradición secular. A Bonaparte y los autócratas de entreguerras les resultaba inconcebible tener que revalidar en las urnas el poder conquistado. Los populistas del siglo XXI no quieren ser tachados de antidemócratas y aceptan la convocatoria de las urnas, aunque ponen todos los medios posibles para que las elecciones sean un mero plebiscito. Socavan la democracia y algunos de sus gobiernos reciben el calificativo de illiberal democracies, pero otros ejecutivos, sin dejar de ser populistas, poseen la habilidad de salvarse de dicho estigma. Por lo demás, hay una cita de antología en Técnica del golpe de estado que se ajusta perfectamente a situaciones de nuestros días:
“Es una ilusión peligrosa creer que el Parlamento es la mejor defensa del Estado contra una intentona bonapartista, y que se puede defender la libertad con la práctica de la libertad misma y a través de medidas parlamentarias”.
Cierto, pues el populismo aspira a servirse de la legalidad.
Todavía hay quien asocia golpismo y militarismo, pero Malaparte, en su época, ya se dio cuenta de que los golpes militares tenían poco futuro. Analiza el fracaso del general Kapp en Alemania en 1920, aunque a la vez pronostica que gobiernos militares como los de Primo de Rivera en España y Pilsudski en Polonia no estaban llamados a perdurar. En otros capítulos sale al paso de quienes presentan el fascismo de Mussolini, pese a sus actitudes histriónicas, como una comedia, y pone al descubierto la táctica de Hitler, que ha dejado atrás la violencia de su putsch de Múnich, para presentarse como defensor de la ley y restaurador de la tradición nacional, un auténtico “servidor del Estado” que llegará al poder por la vía electoral.
Con todo, en la obra de Malaparte se considera a Trotski y a Bonaparte como los auténticos maestros del golpe de Estado moderno. En el análisis marxista, compartido por Lenin, la revolución debería producirse cuando las condiciones vinieran dadas: en el caso de la Rusia zarista eran las crisis política, social y económica, unidas a la derrota de su ejército frente a Alemania, y a esto debería añadirse la supuesta debilidad del gobierno de Kerenski aunque, según Malaparte, no era tan débil, pues disponía de todos los resortes para sofocar una insurrección, mas no para resistir a un golpe de Estado audaz y bien organizado que en pocas horas se adueñó de todas las infraestructuras de Petrogrado, mientras que el gobierno se creía seguro por controlar las sedes de los ministerios.
Con su golpe de Estado, habitualmente conocido como la Revolución de Octubre, Trotski no necesitaba buscar justificaciones, y menos aún pretextos, en el gobierno de Kerenski. De ahí que Malaparte subrayara que un golpe de ese tipo podría dirigirse contra cualquier gobierno de una democracia consolidada de Europa occidental. Por lo demás, se podría afirmar que la táctica “troskista” hoy en día la han trasladado los populismos a la toma de las instituciones, mientras sus enemigos se han quedado esperando un ataque frontal, casi similar a esos golpes militares que todavía se siguen produciendo en África. Pese a todo, Malaparte pronostica la derrota de Trostki en su enfrentamiento con Stalin. Este último encarna la impasibilidad y la paciencia, mientras que el primero es “orgulloso, violento, egoísta e impaciente”. Estos calificativos bien podrían extenderse a la mayoría de los populistas de nuestro tiempo, aunque dado que el populismo no es una ideología, ni un sistema político, podríamos asegurar que hay algunos populistas con cualidades estalinianas.
Curzio Malaparte considera el 18 de brumario de Napoleón Bonaparte un modelo de golpe de Estado parlamentario. En realidad, son Sièyes y su hermano Luciano los que organizan la llegada al poder de Napoleón en una acción con apariencia de legalidad que debe de ser refrendada por el Consejo de los Quinientos y el Consejo de Ancianos. El futuro emperador se presenta ante las cámaras como el defensor de una legalidad amenazada, pero demostrará ser un imprudente en su obsesión por el respeto formal al ordenamiento en vigor. Todo está a punto de fracasar por el rechazo de una mayoría de parlamentarios que no creen en el liberalismo del general Bonaparte ni en toda la retórica que despliega ante ellos. El camaleónico Sièyes está a punto de darse a la fuga, pero el general recurrirá a las bayonetas para disolver las cámaras. Le dice a Sièyes que la otra alternativa es mucho más temible: la revolución. Con todo, Luciano Bonaparte consigue reunir a una minoría de parlamentarios dispersos para conseguir su aprobación del nuevo régimen político.
La tesis principal de Malaparte es que la conquista del Estado no es un problema político sino técnico. Quien domina la técnica, y las 3P del citado libro de Moisés Naím son un ejemplo actual, estaría en condiciones de hacerse con el poder.
Imagen: Curzio Malaparte durante su exilio en Lipari (Italia). Foto: Autor desconocido (Wikimedia Commons / Dominio público).