¿Recuerdan ustedes aquello llamado cooperación internacional al desarrollo que llegó a colocar a España entre los cinco primeros donantes mundiales en la segunda mitad de los 2000?
Desde aquellos años dorados, la ayuda española se ha recortado un 75%. Así, ha llegado a situarse en los escasos 1.900 millones de dólares corrientes que contabiliza en 2012 el Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) de la OCDE –el club de los donantes con solera–. La restricción fiscal generalizada, los recortes en salud y educación, el servicio de la deuda española, los intentos de privatización, la prima de riesgo o la escalada de los niveles de paro se han llevado por delante cualquier debate público profundo sobre la estructura, los objetivos o la calidad de la ayuda española y esto a pesar de la fuerte subida y posterior caída de su asignación presupuestaria.
La Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) cumple este año su 25 aniversario en no demasiada buena forma. En primer lugar, está la caída libre de la asignación presupuestaria. En segundo lugar, sigue pendiente el segundo contrato de gestión de la Agencia; contrato que debería redefinir su posición y competencias en el sistema de cooperación al desarrollo.
Así, cuando, no muy frecuentemente, la cooperación al desarrollo aparece en el debate público es, en general, para que se cuestione su pertinencia o existencia. La pregunta del debate suele ser para qué sirve la ayuda –en la jerga del sector, la calidad de la ayuda en términos de eficacia y eficiencia–. Lo que resulta realmente curioso es la conclusión a la que saltan los sectores o actores que albergan serias dudas acerca de la eficacia de esta política pública: si la cooperación no funciona, cerrémosla. Imagínense por un momento este mismo razonamiento en cualquier otro ámbito de las acciones del Estado hacia la sociedad, como la justicia, por ejemplo. Al considerarse una política pública imprescindible, la reacción a la ineficiencia de este servicio público siempre será la exigencia de mejora de su calidad; nunca su abandono.
Con ocasión del 25 aniversario de la AECID, que se celebra esta misma semana, se publica en la revista Política Exterior un artículo que repasa las principales preguntas del debate actual (y local) acerca de la política de desarrollo internacional: ¿sirve para algo la cooperación? ¿sólo los ricos cooperan? ¿qué puede hacer la cooperación por usted?
Existe una percepción generalizada de que la eficacia y la eficiencia de la cooperación española es baja. Y es que, en términos generales, ésta no queda muy bien parada en los indicadores de calidad de la ayuda (como QuODA de Brookings Institution y Center for Global Development, Commitment to Development Index de esta última institución o el ratio de concentración de la OCDE). En cualquier caso, los resultados de estos indicadores pueden ser contradictorios, y por lo tanto, no del todo concluyentes.
Por otra parte, la acción exterior de la mayor parte de los países –con un cierto nivel de apertura e internacionalización– parece sugerir que la cooperación al desarrollo no es una mera veleidad pequeño-burguesa que los países ricos, desarrollados y en periodo de crecimiento pueden permitirse –pero que se ven igualmente abocados a recortar en momentos de crisis y recesión–. Sirva de ejemplo que, con una renta per cápita cerca de 5 veces inferior y casi 80 puestos por detrás en el índice de desarrollo humano, China dedica más o menos el mismo volumen a la ayuda al desarrollo que España. Estos datos parecerían sugerir que, para muchos países, la cooperación al desarrollo es una parte integral de la acción exterior, tanto en tiempos de crisis como de bonanza, e incluso, con cierta independencia del nivel de desarrollo del donante.
¿Qué puede hacer la cooperación por usted? Volviendo al debate nacional, la pregunta entonces sería por qué debería cooperar la sociedad española. A continuación voy a ofrecerles siete argumentos, muchos de los cuales, han sido ya expuestos en por otros autores en diversos medios y forman parte del ideario de la cooperación al desarrollo. No creo que la lista se agote aquí. Es una selección absolutamente arbitraria.
(1) Porque es lo correcto;
(2) Va en el pack. Al argumento ético, podría añadirse que la inserción en la comunidad internacional supone la aceptación de determinados compromisos internacionales. En este sentido, la paz y la prosperidad, y su promoción internacional forman parte del conjunto de valores y obligaciones que España acepta y adopta al reinsertarse en la escena internacional en los años setenta.
(3) Un mundo con menos pobreza y desigualdades es más estable;
(4) La cooperación es, por definición, la cara amable de la presencia de un país en otro;
(5) La cooperación llega donde otras políticas de no llegan. El argumento del diálogo político puede estar manido pero no por ello es menos importante. La cooperación al desarrollo contribuye a la creación de redes internacionales entre todo tipo de actores sociales –representantes de la sociedad civil, sindicatos, juventudes, estudiantes–, económicos –desde empresas hasta expertos fiscales– y políticos –los mismos partidos políticos, por ejemplo–, estatales y no estatales, con una capilaridad con la que otras dimensiones de la acción exterior no pueden ni soñar.
(6) Esta política es una de las vías de acceso al nuevo orden mundial;
(7) La cooperación española es un laboratorio de modernización de la acción del Estado. Los análisis sobre la cooperación española han dedicado tanto esfuerzo a señalar los puntos débiles en la ley de cooperación, la escasa visión estratégica en los ejercicios de planificación, la inadecuación de los indicadores de seguimiento o la escasa evaluación que hemos perdido la perspectiva. A diferencia de otras políticas públicas como, por ejemplo, la misma política exterior, la cooperación española cuenta con una ley desde 1998, va por el cuarto ejercicio de planificación cuatrienal y se encuentra en medio de un intento de moldear su sistema de evaluación a la orientación a resultados que plantea el actual Plan Director de la Cooperación Española. Entre otras cosas, éste es uno de los motivos por los que la cooperación es criticable: explicita y hace públicos sus objetivos, metas y medios.