Quienes esperaban que el encuentro entre Donald Trump y Xi Jinping en Florida los días 6 y 7 de abril generase grandes titulares, se habrán visto decepcionados. Sin embargo, probablemente esto es lo mejor que podía pasar en una cumbre que tenía multitud de papeletas para haberse convertido en un auténtico desastre diplomático. Aunque no ha habido avances concretos en los temas más candentes que se tocaron en los dos días de reuniones, ambos líderes han sentado las bases para poder comenzar a gestionar de manera efectiva la relación bilateral más importante del mundo, clave para el comercio, el medioambiente y la seguridad globales.
Ambos presidentes llegaban al encuentro acuciados por la necesidad de reforzar su autoridad en un contexto político complejo. Trump ha tenido que afrontar múltiples contratiempos desde que asumiese la presidencia y apenas tiene logros que mostrar durante sus primeros meses de mandato. Xi Jinping, por su parte, está en pleno proceso de negociación con el resto de la cúpula del Partido Comunista de China de cara al 19 congreso nacional de este partido, que se celebrará el próximo otoño y servirá para anunciar la composición de sus principales órganos de gobierno de cara a los próximos cinco años. En este contexto, ambos líderes compartían incentivos para mostrarse ante sus respectivas audiencias como líderes capaces de alcanzar acuerdos con un país que es clave para sus intereses nacionales.
La lista de posibles temas para abordar en la cumbre era larga, destacando el comercio bilateral, la situación en la península de Corea, las relaciones entre Washington y Taipéi, y las disputas territoriales en los mares del Sur de China y de China Oriental. Finalmente, sólo se centraron en los dos primeros, toda vez que tras afirmar Trump en febrero su compromiso con la política de una sola China este asunto dejase de ser urgente para Pekín y que la nueva administración estadounidense, a diferencia de la anterior, haya optado por priorizar la cuestión norcoreana frente al Mar del Sur de China.
La reducción de los desequilibrios comerciales entre Estados Unidos y China apareció recurrentemente en la campaña de Trump por lo que en China se daba por hecho que este asunto estaría sobre la mesa. En Pekín se entiende el deseo del nuevo presidente norteamericano de mostrar a sus seguidores algún avance en este ámbito y se esperaba una actitud constructiva por parte de Trump, lejos de la retórica populista de su campaña, cuando hablaba de la posibilidad de imponer un arancel del 45 por ciento a todas las importaciones procedentes de China. En esta línea más dialogante, se alcanzó un acuerdo para elaborar en los próximos 100 días un plan orientado a equilibrar los flujos comerciales entre los dos países.
Por el contrario, las divergencias entre ambos países quedaron especialmente de manifiesto en sus preferencias sobre cómo afrontar el programa nuclear norcoreano. Mientras que el principal objetivo para Trump es acabar con el programa nuclear de uso militar norcoreano y no descarta recurrir a la fuerza para lograrlo, Xi enfatiza la estabilidad regional sobre la desnuclearización y se opone al uso de la fuerza contra Pyongyang. Habrá que ver cómo se materializan estas discrepancias si Pyongyang finalmente prueba un misil balístico intercontinental capaz de alcanzar Estados Unidos. De hecho, la falta de avances sustantivos en los asuntos concretos que ocupan la relación bilateral hizo que los dos días de reuniones no tuviesen el broche de una rueda de prensa o un comunicado conjuntos.
No obstante, este primer contacto directo entre ambos presidentes ha sido un éxito, pues se han producido avances notables en una cuestión de fondo, que permea todos los temas mencionados anteriormente, y es la naturaleza de la relación estratégica entre ambos países. Xi Jinping ha mantenido su énfasis tradicional en la igualdad, el respeto mutuo y la cooperación con Estados Unidos, especialmente en materia económica, y Trump ha asumido esa misma dinámica, con una retórica muy positiva, dejando en un segundo plano el conflicto y la confrontación. Durante los dos días de retiro con el presidente Xi, Trump no le ha brindado ninguno de los gestos públicos de desdén o paternalismo con los que obsequió a líderes como Angela Merkel, Shinzo Abe o Theresa May, que habrían supuesto una pérdida de cara para el presidente chino. Es más, Trump dijo que había desarrollado una amistad con Xi y una de sus nietas cantó en chino para Xi y su esposa, con lo que el presidente americano lanzaba públicamente el mensaje de que quería agradar a su invitado.
Esto ha permitido que se establezca un nuevo marco institucional y una hoja de ruta para gestionar las relaciones entre ambos países, lo que constituye, sin lugar a dudas, el mayor logro del encuentro. El actual Diálogo Estratégico y Económico será sustituido por el Diálogo Comprensivo Estados Unidos-China, dirigido por ambos presidentes. Este diálogo contará con cuatro pilares: diplomacia y seguridad; economía; aplicación de ley y ciberseguridad; y asuntos sociales y culturales. Además, también se anunció el próximo establecimiento de un diálogo entre los jefes del estado mayor de los dos países y la vista de Trump a China para la segunda mitad del año. Por consiguiente, la gran noticia de la cumbre es que Trump y Xi están aprendiendo a trabajar juntos, de su capacidad para lograrlo dependen gran parte de los bienes públicos globales.