Si analizamos las declaraciones de Donald Trump sobre política exterior desde que se postuló como candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, o el plan de acción para los primeros 100 días de su gobierno, que desveló a finales de octubre en Gettysburg, entenderemos por qué Asia es, tras México, el lugar donde más incertidumbre ha generado su elección. Son múltiples los casos en los que Trump ha señalado a países asiáticos para ilustrar dos de los pilares más preocupantes de su hipotética política exterior: el proteccionismo y el aislacionismo. Si cumpliese con todo lo anunciado, las repercusiones económicas y geoestratégicas podrían ser dramáticas, no sólo para Asia, también para el resto de la comunidad internacional, incluyendo a los propios Estados Unidos y a Europa.
En el ámbito económico, más allá de rechazar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), Trump se comprometió a declarar a China un país que manipula su moneda, a menos que el renminbi se apreciase sustancialmente. De no ver un incremento notable en la cotización de la divisa china respecto al dólar, Trump ha declarado que impondría un arancel del 45% a los productos provenientes de China. También sugirió que podría imponer aranceles de entre el 15% y el 45% a las importaciones desde Japón y Corea del Sur. Estas medidas tendrían unos efectos devastadores no sólo sobre estas economías, sino también sobre las de otros países asiáticos y la de los propios Estados Unidos, pues todos ellos están muy vinculados a China a través de numerosas cadenas de valor. Es más, estos tres países asiáticos, que son tres de los seis mayores socios comerciales de Estados Unidos, se verían arrastrados a una guerra comercial que, según un reciente estudio del Peterson Institute for International Economics, sumiría a Estados Unidos en una recesión y le costaría más de cuatro millones de empleos. Obviamente, la onda expansiva de esta bomba atómica comercial golpearía violentamente a la economía global.
En relación a la demanda de Trump de que los aliados de Estados Unidos en la región, especialmente Japón y Corea del Sur, asuman un mayor esfuerzo a la hora de asegurar su propia defensa, lo más preocupante han sido sus comentarios favorables al eventual desarrollo de un programa nuclear propio por parte de Tokio y Seúl. Esto podría agudizar todavía más la escalada armamentística en la región y espolear el programa nuclear norcoreano con el consiguiente impacto sobre la estabilidad regional y global. Tampoco queda clara la actitud del presidente electo hacia China, a la que ha presentado en múltiples ocasiones como una amenaza económica y a la que dos asesores suyos, Alexander Gray y Peter Navarro, se refieren en un artículo publicado a principios de mes en la revista Foreign Policy en términos más negativos de los que han empleado en estos años los miembros de la administración Obama.
¿Estamos abocados por tanto a una nueva ola de proteccionismo, de proliferación nuclear y de confrontación entre dos grandes potencias? Esperemos que no. Afortunadamente, hay indicios que parecen cuestionar este escenario tan pesimista. Aunque ha dejado de ser noticia que un país actúe de forma manifiesta en contra sus intereses, resulta difícil imaginar que Trump vaya a llegar al extremo de entrar en guerras comerciales que sumirían a Estados Unidos en recesión. Es más, otro de sus asesores, James Woolsey, publicó el pasado jueves en un influyente diario hongkonés, el South China Morning Post, un artículo de opinión en el que criticaba al presidente Obama por no haber sido más receptivo a iniciativas chinas que ofrecen oportunidades para la economía estadounidense, como la fundación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) o la Nueva Ruta de la Seda.
En relación a la posible permisividad del nuevo gobierno estadounidense a la proliferación nuclear en Asia, Michael Flynn, asesor senior de Trump, ha minimizado en un reciente viaje a Japón los anteriores comentarios de Donald Trump en este sentido. Es más, otro de sus asesores, Walid Phares, ha señalado la lucha contra la proliferación nuclear como una de las mayores prioridades de la política exterior del presidente electo. Esto no sólo sería favorable para la estabilidad de Asia Oriental, al no aumentar el número de potencias nucleares en la zona, sino que también podría tener un efecto moderador sobre la relación entre el próximo gobierno estadounidense y Pekín. Valga de ejemplo el gobierno de George W. Bush, que comenzó con una política hacia China bastante más beligerante que la de su antecesor, pero que moderó de manera muy significativa una vez que decidió priorizar la lucha contra el terrorismo yihadista y la no proliferación.
Resumiendo, si Trump cumple con sus promesas en relación a Asia nos encontraremos con un mundo mucho más peligroso y empobrecido. Esperemos que se materialicen los indicios que apuntan a que puede moderar sus posiciones una vez llegue a la Casa Blanca. Desde luego, nosotros no se lo reprocharemos.