¿Puede ser realmente un enemigo para la UE, o los europeos de la OTAN y EEUU, un país como Rusia cuya población de 143 millones está a la baja, que ha perdido una buena parte de su imperio y cuyos ingresos bajan con el precio del petróleo y del gas (de los que dependen los europeos) y de otras materias primas? No es, además, un modelo alternativo atractivo, como pudo serlo para algunos el comunismo soviético. La respuesta parece negativa. Y, sin embargo, la situación está entrando en una peligrosa dinámica, reforzada por la lógica militar. Y en el terreno militar, Rusia sigue importando.
Es verdad que la Rusia de Vladimir Putin rompió las reglas del juego al anexionarse por la fuerza Crimea y al ocupar (con tropas sin uniforme distintivo) una parte de Ucrania. También que ha estado metiéndole el dedo en los ojos a varios europeos con algunas operaciones militares y que está modernizando sus fuerzas armadas, que algunos militares en la OTAN, y un informe de la RAND, dicen que no podrían frenar en caso de invasión de algún territorio del Este, con lo que queda en entredicho la disuasión nuclear. A la vez –esto no es la Guerra Fría–, Occidente necesita a Rusia y a Putin para resolver –si acaso se puede– o al menos encauzar el conflicto de Siria y estabilizar la situación en Ucrania.
La cumbre de la OTAN en Varsovia en julio va, previsiblemente, a decidir el primer despliegue permanente de fuerzas en el Este –cuatro o cinco batallones (entre 3.000 y 4.000 soldados) en Polonia y los países bálticos–, contraviniendo lo acordado con Moscú para poner fin a la Guerra Fría y desmontar el Pacto de Varsovia. Como ya hemos apuntado, en la llamada Acta Fundacional Rusia-OTAN de 1997 –anterior a las primeras nuevas ampliaciones de la Alianza a partir de 1999– los aliados occidentales se comprometieron a no desplegar de forma permanente tropas de combate en los nuevos miembros, antiguos del Pacto de Varsovia, salvo que cambiasen las circunstancias. Puede provocar lo que busca evitar: un endurecimiento de Rusia y un fortalecimiento de Putin.
Fredrik Wesslau y Andrew Wilson, del European Council on Foreign Relations (ECFR), opinan que
“el Kremlin está llevando a cabo una política exterior asertiva con la esperanza de establecerse como gran potencia y asegurarse una esfera de influencia sobre sus vecinos. Esto le llevará a un mayor aventurismo, para ganar popularidad y distraer a los rusos de los problemas económicos”.
Pero el informe concluye con una “paradoja”: “que una respuesta firme a la mala conducta de Rusia en cierta medida, juega a favor del Kremlin”. Aunque añade que “el coste de aceptar las transgresiones de Rusia sería aún mayor”.
El despliegue, si finalmente se decide –Estonia pide además un escudo Patriot de defensa antimisiles como elemento disuasivo–, es una manera de tranquilizar a los polacos, los bálticos y otros países de la zona que sienten el aliento ruso y andan algo perdidos y díscolos en la UE. Pero tal gesto, como decimos, responde también a una lógica militar y puede provocar aún más al oso ruso. Y por ello, Francia y Alemania empujan para que, a la vez, se reanude, con ocasión de la cita de Varsovia, el diálogo con Rusia, con la convocatoria del Consejo de Cooperación OTAN-Rusia, pero varios Estados miembros del Este se oponen. Aunque, según ha señalado el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, tras la reciente reunión de los ministros de Asuntos Exteriores, haya un “amplio acuerdo” entre los aliados, para ello también hay serias discrepancias. Por no hablar de la actitud que puede adoptar Putin y Moscú, que ya han amenazado con represalias si se decide tal despliegue.
Por su parte, en la UE –que tiene que decidir antes del 31 de julio si renueva las sanciones contra Moscú– los europeos no se ponen de acuerdo sobre el lenguaje a utilizar respecto a Rusia en la nueva Estrategia Global –la que impulsó Javier Solana data de 2003, renovada en 2008– que está redactando Federica Mogherini, la actual alta representante de la UE para la política exterior, que ha de presentar, en principio, en el Consejo Europeo del 28 y 29 de junio, posterior al referéndum británico sobre el Brexit.
Se vuelven a escuchar los tambores de guerra, no fría, sino lo que algunos como Alastair Crooke, ex agente y analista británico, llama una “híbrida geo-financiera”, que se suma a la escalada militar. Rusia, como indica un informe de Andrew Monaghan en Chatham House, se está movilizando. Mobilizatsiya, señala, “describe un intento coordinado por parte del Estado para hacer frente a un conjunto de amenazas de seguridad –en sentidos tanto estrecho como amplio– que evoluciona” y “en parte, refleja un debate que se ha extendido sobre la posibilidad de que se avecine, quizá de forma inevitable, una guerra”. Aunque, como recuerda Crooke, a mediados de abril el general Alexander Bastrykin, jefe del Comité Investigativo de Rusia, escribió que su país está militarmente mal preparado para una nueva guerra en casa o fuera, y que su economía también está en mal estado. Pero Monaghan alerta contra el surgimiento de un “arco de crisis” en torno a Rusia.
Sir Richard Shirreff, británico y hasta hace dos años el general europeo con más mando en la OTAN como comandante supremo adjunto, acaba de publicar una mala novela, 2017: Guerra con Rusia (2017: War with Russia) en la que alerta, o más bien describe, un conflicto armado el año próximo si se mantiene la actual situación, lo que ha irritado al ministro británico de Asuntos Exteriores, que ha tachado al autor de la ficción de “irresponsable”.
Occidente está en una contradicción occidental: quiere estar en una postura defensiva fuerte frente a Rusia, pero a la vez llevarse bien con Moscú y con Putin, al menos para algunos asuntos. Serán necesarias grandes dotes diplomáticas y de visión para lograr cuadrar este círculo. Y no distraerse demasiado frente a lo que son las verdaderas amenazas a los europeos, que vienen más por el Sur y Oriente que por el Este.