¿Qué está pasando en Siria?
El contagio de otras movilizaciones en el mundo árabe llegó a Siria a principios de febrero de 2011. A mediados de marzo prendieron en Deraa y Damasco y, desde entonces ha ido aumentando el número de manifestaciones y la dureza de la represión. El Gobierno de Bashar al-Assad trató de prevenirlas repartiendo subsidios entre las familias más pobres, interfiriendo internet y la televisión, cambiando el Ejecutivo y anunciando tímidas medidas de reforma políticas, de libertad religiosa, de reconocimiento de minorías y de levantamiento del estado de emergencia a cambio de que se mantuviera el orden. La combinación de concesiones y represión no ha funcionado: no se han introducido los cambios prometidos, las manifestaciones se han extendido, las fuerzas de seguridad no han controlado la situación a pesar de la dureza de la represión (el número de víctimas mortales oscila entre 300 y 400 según las fuentes) y el Gobierno ha acabado recurriendo al Ejército para mantener el orden.
¿Y ahora qué puede pasar?
El régimen sirio se encuentra en una situación difícil porque ahora las movilizaciones sociales no se contentan con cambios sino que pretenden derribar al propio régimen. Desde mediados de abril el Gobierno alauita ha ido perdiendo apoyos internos con la dimisión de más de 200 miembros del partido Baaz y los Hermanos Musulmanes se han decidido a liderar a la mayoría suní. El Gobierno todavía controla las fuerzas armadas pero al igual que en otros países árabes se ha llegado al momento en el que éstas deben decidir si siguen apoyando al régimen y corren su misma suerte. Perdida la oportunidad de efectuar cambios y encontrándose cada vez más débil y acosado, el régimen sirio se enfrenta al dilema de abandonar el poder o aferrarse a él por la fuerza. El recurso a la violencia extrema y al empleo del Ejército parece indicar que ha optado por la fuerza para lo que cuenta, salvo que se produzcan fisuras, con un aparato de seguridad compuesto por la policía secreta civil y militar, las milicias obreras (100.000), la gendarmería (8.000) y las fuerzas armadas (300.000). Ya que las movilizaciones son pacíficas, el riesgo más probable es que sigan aumentando las víctimas de la represión hasta que una división de las fuerzas armadas o de seguridad propicie un enfrentamiento armado, lo que representaría el peor riesgo posible.
¿Cuál puede ser la repercusión regional de la situación en Siria?
El Gobierno sirio ha tenido un papel regional influyente, particularmente en Líbano, aprovechando su situación de pivote entre oriente y occidente, entre suníes y chiitas y su influencia sobre Hezbolá en El Líbano o Hamás y la Yihad Islámica Palestina en los territorios palestinos. Su desestabilización podría dar lugar a un nuevo conflicto armado y su caída daría paso a un gobierno de mayoría suní que alteraría el difícil equilibrio regional entre Irán y Arabia Saudita, al problema kurdo en Irak y Turquía, a la estabilidad del Líbano o de Israel, por lo que las potencias regionales y extra-regionales están interesadas en preservar el statu quo, especialmente mientras permanezca siga la guerra en Libia. Eso explicaría por qué no se han producido declaraciones de condena de otros países hasta finales de abril, cuando intervinieron las fuerzas armadas, a pesar de la dureza de la represión. La percepción de una doble vara de medir en Libia y Siria se ha acentuado tras el fracaso de la propuesta europea en el Consejo de Seguridad de conseguir una declaración que condenara el uso de la fuerza y abriera el camino hacia una resolución posterior. Tampoco la Liga Árabe se ha dado prisa en discutir la situación en siria y la falta de presión externa, limitada a sugerencias de moderación y amenazas de sanciones, permite al régimen sirio actuar internamente sin riesgos de una intervención armada exterior.