La confluencia de dos acontecimientos de diferente origen, pero de lógica similar, apuntan que se acercan tiempos de una aceptación amplia y flexible del papel de Cuba en el entramado internacional. Sin que se pueda hablar de coordinación y menos de confabulación, el primer hecho ha sido la decisión de la Unión Europea de comenzar conversaciones para la eliminación de la Posición Común en existencia desde 1996. El segundo fue la celebración de la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en La Habana, con Raúl Castro ejerciendo la presidencia del ente. Comprensiblemente, la confluencia de estos dos hechos irritó de forma ostensible a la oposición al régimen cubano, dentro del país, y sobre todo en el exilio, mientras el gobierno norteamericano criticaba la falta de garantías democráticas para la disidencia.
Con respecto a la primera decisión, el trasfondo es el agotamiento de los argumentos contra el levantamiento de la Posición Común. El balance es que solamente beneficia al régimen de la Habana que paraleliza la medida europea al embargo norteamericano, al que acusa de los problemas económicos del país. La Posición Común, la única impuesta a un país latinoamericano, ha quedado reducida a un gesto simbólico, mientras cada uno de los países miembros comercian y tienen relaciones abiertas con el régimen. Mientras tanto, los programas de cooperación colectivos siguen congelados, a pesar de tener abierta una delegación (“embajada”) de Bruselas en La Habana. Aunque las negociaciones serán arduas, la decisión más significativa del régimen cubano es aceptar sentarse a negociar, cuando anteriormente ponía la condición previa de la eliminación de la propia PC.
Al otro lado de la calle, el protagonismo de La Habana en el entramado de la CELAC ha sido la confirmación de la sólida relación de régimen cubano con la casi totalidad del resto del continente. Aunque no se reconoce explícitamente, Washington toma nota de la evidencia y actúa según cree son sus intereses primordiales.
Aunque el nuevo entramado de la CELAC no sea de su satisfacción, Washington está dispuesto a asumir que constituye un buen anclaje para la estabilidad general de la región. Estados Unidos ha detectado como zonas prioritarias, fuentes de conflictos serios, el Medio Oriente, el terreno subsahariano y el Pacífico. América latina está etiquetada como candidata a la neutralización.
Cuba hoy puede presumir de no inmiscuirse en los asuntos internos de otros países como en los viejos tiempos mandando guerrillas a luchas de liberación, colabora en planes de pacificación y reconciliación (Colombia) y no muestra evidencia de implicarse en narcotráfico y criminalidad internacional. Esta “normalidad” puede verse alterada por la incertidumbre de posibles cambios insertos en lo que se puede considerar dentro del concepto de “transición”.
Los centros de poder de Washington, que no cambian por variar el inquilino de la Casa Blanca, al deber sopesar la difícil evolución política de Cuba, mientras se abre modestamente la espita económica, aceptan que no son proclives a exigir exclusivamente el establecimiento de una democracia impecable. Entre el deseo de transformaciones drásticas y la estabilidad que genere un cierto orden, Estados Unidos, de momento, prefiere las garantías de la continuidad de un sistema que por lo menos garantice que no habrá tensiones internas y que no producirá enfrentamientos graves. La pesadilla que se trata de evitar a toda costa es la emigración descontrolada (sin fuerzas de seguridad que la eviten), en una repetición del éxodo del Mariel.
Esta “solución” es compartida por el entorno geográfico de Cuba, que incluye desde México hasta Barbados y desde las fronteras de Brasil a Florida. Cuba, tal como está hoy, no es competencia en turismo e inversiones. Diferente sería en un régimen abierto, pero sujeto a incertidumbres de seguridad.
Esta lógica de estabilidad en la región próxima a Cuba encaja en la visión europea. Algunos estados miembros (Reino Unido, Francia, Países Bajos) tienen porciones de su propio territorio en el Caribe. Los más importantes poseen cuantiosas inversiones y irrenunciables legados históricos (España). Todos tienen unos intereses sólidos para desear que la zona quede libre de incertidumbres que puedan ser causas por la evolución incierta de cambios erráticos. De ahí que se intente a todo costo eliminar posibles orígenes de confrontación, apostando a mejores métodos de anclaje en el escenario natural. Si la ausencia de condicionamientos y la apertura de movimientos genera imperfección en métodos democráticos, de momento es un precio que Bruselas y Washington están dispuestos a pagar.